Refugiados y fugitivos
Mientras una parte de los medios parece preocupada por qué hacer en este penúltimo puente del año, otra parte en los vaivenes de la crisis del PSOE, que cada vez se asemeja más a un reality televisivo, y otros deshojan la margarita de gobierno que «con urgencia» va a nombrar Rajoy el jueves, miles de personas son echadas de sus casas por la guerra y se hacinan en campos de refugiados, dependiendo de la precaria ayuda humanitaria y de la encomiable buena voluntad de las ONGs. El trato mediático que se les da los asimila a delincuentes en el imaginario colectivo, cuando un refugiado es alguien como usted o como yo que huye para conservar la vida. Así las cosas, tienen más bien trato de fugitivos, pero en realidad son moribundos, condenados a muerte por ser distintos a sus verdugos. Decenas de miles morirán bajo las bombas y otros tantos se quedarán en el camino hacia la esperanza, antes de que los estirados dirigentes del planeta, después de varias reuniones y otros tantos aplazamientos, intervengan o finjan intervenir. La ayuda internacional solo servirá esta vez para enterrar a los muertos anunciados, inocentes finados que aún están vivos, aterrados e impotentes. Ese es, por desgracia, el verdadero puente de difuntos, un puente desesperado hacia la tumba de la solidaridad.