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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 22: Tener y no tener (05/04/2020).

 

Ayer se fue el gran Luis Eduardo Aute, un artista total, que llegaba a la gente sin necesidad de armar ruido. Más de medio siglo de presencia en nuestras vidas, hasta el punto de que para al menos dos generaciones lo tienen incrustado en su ADN. Aute es como de la familia, y nos deja esa mirada entre irónica y melancólica –también rebelde- de un mundo que hemos ido dibujando con su música y sus palabras de fondo. Siempre supimos que era muy grande, desde que íbamos a escucharlo al teatro Pérez Galdós, embutido en una camisa color rosa palo, él solo con su guitarra, hasta que más tarde pudimos disfrutarlo con un soporte musical más amplio. Pero era él. Hacía tiempo que nos llegaban noticias desalentadoras o silencios sobre su precaria salud, pero su partida duele igual, porque es parte de nosotros.

Pero no hemos querido que hoy sea un día triste, y por ello hemos jugado a hacer fotos absurdas, porque finalmente la vida carece de lógica, es como un revoltijo que tenemos que aprovechar siempre. Encender un cigarrillo sostenido por un pie, como si los dos dedos que lo aguantan fuesen los labios de una Lauren Bacall que ha silbado porque necesita fuego en la película Tener y no tener. Absurdo, pero divertido, porque hay que aprovechar el hilo que nos da el ovillo. Tal vez esa foto retrate la situación que vivimos, inverosímil pero real.

La pequeña Sofía saluda con familiaridad por la rendija que permite el inoportuno andamio cuando salimos a aplaudir. Le hicimos un dibujo colorista en un papel y le hemos escrito con grandes letras “¡HOLA, SOFÍA!”. A su edad, no sabe leer, pero sus padres le señalan el dibujo y el saludo. Después hay alguien, que debe tener un potente equipo de sonido en un lugar indeterminado de la calle, que lanza casi siempre alguna canción con vocación de himno, cuando no un himno directamente, porque ayer sonó el de la UD Las Palmas (Rá-rá-rá). En este tiempo vale todo lo que induzca a fortalecer el ánimo.

Y así estamos en otro domingo peculiar, en el que les traslado el consejo de un amigo: tomen muchas infusiones. Yo siempre he sido mucho de agüitas guisadas, pero ahora más. Buen día.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 21: El derecho a la vida (04/04/2020).

 

Hoy es un día raro para mí, porque se cumplen 20 años de la partida de mi madre. Si viviera, sería nonagenaria, como felizmente lo es mi padre. Vinieron de un tiempo muy duro, y me indigna ver como hay quien considera que las personas mayores sobran. Eso es terrible. La vejez ha sido durante toda la historia humana motivo de respeto. Las sociedades primitivas solían basar su funcionamiento en un liderazgo fuerte que escuchaba los consejos de los mayores. La ancianidad es un cofre de experiencia, y ya dice el refranero que más sabe el diablo por viejo que por diablo. En todo caso, el respeto a las personas mayores siempre ha sido una constante en la mayor parte de las civilizaciones, entre ellas la nuestra, que tiene unas raíces judeocristianas muy características. Y siempre ha sido así, hasta que hemos llegado a los tiempos posteriores a la Revolución Industrial.  Esto lo trató muy bien Simone de Beauvoir en un libro de 1970 que se titula precisamente La vejez, aunque la autora, con la profundidad propia del calado de su trayectoria, va más allá y acomete otros aspectos.

Sabemos que las sociedades modernas han ido perdiendo ese respeto secular a la vejez, pero nunca habíamos oído hablar tan a la ligera sobre la preferencia de atención médica a los más jóvenes. Desconozco los protocolos sanitarios en emergencias en las que el número de pacientes sobrepasa la capacidad de los servicios médicos. Pero sé que, mediando tantos siglos de civilización y un juramento hipocrático, tendrá mucho que ver con el humanitarismo y poco con el desprecio a la vejez, asunto en el que se han retratado ciertos dirigentes europeos y algún que otro más cercano.

Y es muy triste. Molesta esa repetición constante en los medios que parecen disculpar las muertes en esta pandemia porque en un alto porcentaje son de personas mayores de 70 años. La vida es un ciclo, y es lógico que, en cualquier circunstancia, las personas de más edad mueran en mayor número que las más jóvenes. Esta crisis no iba a ser una excepción, pero si ya la naturaleza hace su trabajo, nadie tiene el poder de decidir sobre quién debe vivir o morir. Y precisamente hablamos de hornadas de mujeres y hombres que han construido con su esfuerzo ese mundo en el que tan cómodos nos sentíamos. Esta sociedad no se levantó sola, lo hicieron estas generaciones, y en condiciones a menudo muy complicadas. Las personas mayores se han ganado el respeto y el cuidado, porque nadie puede saber cuánto tiempo de vida le queda a una persona; también por una cuestión ética: cada cual tiene derecho a vivir el tiempo que le ha marcado la biología. Y ese es un derecho inalienable.

Pensemos en hoy, que sigue siendo un regalo como cada día. Parece que la luz empieza a abrirse paso. Buen día.

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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 20: Sofía (03/04/2020).

 

Al final, la cuarentena ha hecho que se aplace la aventura del pan. Agradezco los consejos e indicaciones (he tomado nota), pero esperaré que me toque volver a reponer al supermercado de mi barrio, y hasta es posible que esas levaduras que me han recomendado estén allí a la venta. Si no, esperaremos. Ayer observé que por mi zona la gente aprovechó el buen sol que hizo a mediodía para salir a sus recados urgentes, y algunos que me parecieron no demasiado imprescindibles. Mientras tomaba esos rayos solares diarios en mi ventana pude ver que algunas personas iban muy despacio, solas, seguramente a comprar algo, pero sin prisas, para disfrutar la calle.

Me sorprendió, porque el día anterior, cuando salí al supermercado, me impresionó caminar por una calle completamente desierta, rodeado por un silencio que en algunos momentos me resultó sobrecogedor. Siempre me ha gustado la calle, pero el miércoles solo me sentí seguro cuando volví a casa. Temo que esta desconfianza de la calle nos encierre más, y si bien es cierto que hace unos días hablaba de lo importante que es viajar hacia adentro, ya Aristóteles dijo que somos sociables por naturaleza. Tenemos que mirar hacia nuestro interior, sí, pero para que exista una convivencia sana y fructífera es necesario el contraste con esos otros mundos especiales que son las demás personas. El resultado de esta dura experiencia no puede ser un repliegue temeroso sobre nosotros mismos.

Ayer por la tarde logramos enterarnos de que la niña que aplaude en la semioculta ventana de enfrente se llama Sofía. Al acabar los aplausos pudimos gritarle “¡hasta mañana, Sofía!”, y eso estrechó la conexión que desde el primer día se produjo. Sus padres, una pareja joven y sonriente, también están en el juego, y los acompaña otra niña que todavía es un bebé y simplemente mira sorprendida. Así que nuestra gran ilusión diaria es ahora comunicarnos con Sofía, que es como la gran metáfora de la vida. Seguimos. Buen día.