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El último trabajo de Hércules

Si celebramos ahora el centenario de la publicación de Las Rosas de Hércules es porque en ese año el librero y editor Gregorio Pueyo publicó el Libro II, ya que el Libro I se publicó en 1922, un año después de la muerte del poeta Tomás Morales, con prólogo de Enrique Díez Canedo. Tal como hoy lo conocemos, apareció en 1956, en un volumen conformado por los libros primero y segundo y se le añadió el Himno al volcán, que pudiera ser parte de un tercer libro que dejó inconcluso. Si ha llegado hasta hoy y cada día tiene más fuerza, es porque Las Rosas de Hércules es un manifiesto modernista, forzando la mitología conocida y la que nació del poeta hasta límites a los que no se hubiera atrevido el mismísimo Rubén Darío. Porque desde el primer verso, el poemario es la construcción de un puente que trata de conectar la realidad que se nos escapa con esa otra realidad que, por evanescente, tal vez sea más aprehensible; es decir, la celebración del mito, que no es otra cosa que la traslación de lo cotidiano, que es complejo y confuso, a arquetipos que simplifican las pasiones humanas.

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A ver qué hacen con estos cuatro años

En la Grecia Clásica la democracia consistía en una forma de gobierno en la que el pueblo escogía a los mejores para que administrasen los intereses comunes. Pero no solo se limitaban a elegir a las personas en las que delegaban  esa capacidad de decisión por un tiempo determinado (depende de ciudades y de épocas), también manifestaban sus ideas y opiniones en las plazas públicas, que eran tenidas en cuenta por los próceres. Cierto es que los griegos tampoco eran la quintaesencia de la equidad, porque esa democracia original era cosa de hombres, las mujeres no tenían voz ni presencia pública, y el clasismo, la xenofobia y otras lindezas hacían que no todos los varones fuesen considerados ciudadanos libres y plenos, pues quedaban fuera otros sectores de la población efectiva, como los esclavos o los de origen extranjero. De esta manera se gobernaba, con lo que, si se erraba o se acertaba, la gloria o la culpa era de todos, aunque es evidente que quienes ostentaban las magistraturas y por lo tanto tomaban las decisiones finales tenían una responsabilidad mayor. Veinticinco siglos después tendríamos que haber perfeccionado el sistema, y de hecho se han mejorado los aspectos representativos, pero está claro que lo que hoy llamamos democracia no parece diseñada para que los y las mejores administren los intereses colectivos. Ni siquiera podemos estar seguros de que quienes tienen más votos vayan a gobernar.

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Cumpleaños de un poeta del corazón

«Solo poetas/ del corazón / y el tiempo”

(Juan Jiménez).

Este 13 de mayo es el primero en el que el poeta Juan Jiménez falta por primera vez a su café de cumpleaños. Nació el poeta del Carrizal en 1940, por lo que ahora sumaría 79 años, pero no pudo ser porque, como en el poema “Guitarra negra” de Alfredo Zitarrosa, la muerte anduvo buscando entre sus libros hasta encontrarlo a él la noche del 12 de enero pasado. Es la primera vez en varias décadas (desde que lo conocí y lo traté) que tal día como hoy (escribo esto el día 13) no he escuchado su voz a través del teléfono, cuando esas mañanas lo llamaba para felicitarlo. Luego solíamos quedar para tomar algo, comer o al menos un café, pero vernos en su cumpleaños, y hacerle siempre el mismo regalo: un libro que ya sabía que deseaba y un décimo de lotería. Él me correspondía cuando llegaba mi día con el mismo regalo. Fueron muchos libros los que intercambiamos, y otros tantos décimos de lotería que siempre obtuvieron el premio más alto, que nunca fue dinero, porque lo que ganamos una y otra vez fue el gordo de la lotería de la amistad.

My beautiful picture

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