El último trabajo de Hércules
Si celebramos ahora el centenario de la publicación de Las Rosas de Hércules es porque en ese año el librero y editor Gregorio Pueyo publicó el Libro II, ya que el Libro I se publicó en 1922, un año después de la muerte del poeta Tomás Morales, con prólogo de Enrique Díez Canedo. Tal como hoy lo conocemos, apareció en 1956, en un volumen conformado por los libros primero y segundo y se le añadió el Himno al volcán, que pudiera ser parte de un tercer libro que dejó inconcluso. Si ha llegado hasta hoy y cada día tiene más fuerza, es porque Las Rosas de Hércules es un manifiesto modernista, forzando la mitología conocida y la que nació del poeta hasta límites a los que no se hubiera atrevido el mismísimo Rubén Darío. Porque desde el primer verso, el poemario es la construcción de un puente que trata de conectar la realidad que se nos escapa con esa otra realidad que, por evanescente, tal vez sea más aprehensible; es decir, la celebración del mito, que no es otra cosa que la traslación de lo cotidiano, que es complejo y confuso, a arquetipos que simplifican las pasiones humanas.