Los ojos abiertos de Miguel Hernández
El 28 de marzo de 1942 murió el poeta Miguel Hernández. Como se ha dicho, «lo murieron» en el abandono, sin que nadie hiciera el menor esfuerzo por arrancarlo a la muerte. Fue de una crueldad mayor que si directamente lo hubieran fusilado, porque dispusieron igualmente de su vida y dejaron que se consumiera en el dolor. El 30 de octubre se cumplen 100 años del nacimiento de un poeta al que sólo le dejaron respirar 32 años. Dicen que lo amortajaron con los ojos abiertos, aquellos enormes ojos que tan bien dibujó Buero Vallejo, su compañero de celda. Esos ojos abiertos para toda la eternidad se le clavaron en el dolor de su gran amigo Vicente Aleixandre, su hermano mayor, uno de los pocos que se tomó en serio a Miguel Hernández. Desde entonces, Aleixandre usó esa imagen de los ojos abiertos para siempre hasta el infinito, pues nunca dejó de recordar la infamia cometida con su amigo. Es hora de recordar al poeta que fue viento del pueblo, a su compañero de celda, el gran dramaturgo Buero Vallejo, que fijó su mirada para siempre en carboncillo, y a su amigo, Vicente Aleixandre, que le mantuvo siempre la mirada.
Sobre el conservadurismo de la RAE ha escrito mucho el poeta José Infante (Málaga 1946), y convendría recordar, por ejemplo, que en el Diccionario esencial de 2006 se sigue relacionando la palabra bisexual con hermafrodita, y que, para entonces ya aprobado el matrimonio entre personas del mismo sexo, el diccionario mantiene a rajatabla que el matrimonio es la unión del hombre y la mujer. Y es que se trata de una institución muy conservadora, donde, por ejemplo, hay muy pocas mujeres; se suele decir que la primera fue Carmen Conde en 1978, pero en realidad es la segunda, porque a finales del siglo XVIII, al calor urgente y pasajero de la Revolución Francesa, hubo una mujer académica, doña María Isidra de Guzmán y de la Cerda, y luego dos siglos sin una sola mujer en la Academia.
Carmen Laforet dejó muy pronto la presencia pública y Torrente fue apartado por sus ideas, aunque en su momento formó parte del grupo de intelectuales falangistas (Laín Entralgo, Ridruejo, Sánchez Mazas). De esta manera, el dúo Cela-Delibes se convirtió durante décadas en una especie de mano a mano, como siempre suele ocurrir en España: Joselito-Belmonte, Madrid-Barça… Fueron como el agua y el aceite, Cela ruidoso y prepotente, Delibes laborioso, callado y humilde, dejando que su obra fuese la que caminase.