A la sombra del Árbol Bonito

 

 

Entramos en la última semana de precampaña y ya puede decirse que hace mucho que las formaciones políticas han puesto a funcionar la maquinaria a tope; es decir, no va a haber mucha diferencia de ruido en las dos semanas de campaña, porque ya es ensordecedor. Como no tengo el cuerpo para falacias, cuentos infantiles y mentiras que ni siquiera se ocupan de esconder, no voy a dedicar ni un renglón al asunto, salvo que vuelvo a dar un coscorrón a la izquierda, que con sus “especificidades personalistas” le allana el camino al adversario político ante el que dicen deben ir unidos. Lo dicen, pero no lo hacen.

 

 

Por eso quiero dedicar estas notas a la despedida de un árbol singular de esta ciudad con nombre vegetal, Las Palmas, que cada día ve disminuir el número de sus árboles por desidia, por ignorancia o simplemente por el paso del tiempo. El pasado viernes, 5 de mayo, pocos meses después de que se quebraran las palmeras más representativas del Pambaso, en la orilla norte del Guiniguada, se desplomó sobre sus 200 años de vida el tronco central del llamado Árbol bonito, a pocos centenares de metros de las palmas caídas, en la margen sur del barranco que se ahoga en cemento justo a la entrada de la ciudad desde el oeste, que es el centro de la isla.

 

Ese trozo final de Guiniguada tiene mucha historia y hay pocos espacios en Canarias, especialmente en Gran Canaria, que atesoren tantos episodios que nos traen desde el nacimiento de una ciudad y una sociedad hasta hoy. Si la isla tiene un corazón histórico y social, es sin duda ese trozo de barranco, cuyo palmeral le dio espacio y nombre a la capital, y en el que han sucedido hechos muy importantes durante 500 años. Cuando a los gobernantes de hace medio siglo se les metió en la cabeza cubrir de cemento la desembocadura del barranco señero de la ciudad, parecían querer enterrar ese espacio, que fue un río intermitente y que forma parte de la esencia de una urbe que ya no puede reconocerse en uno de sus iconos.

 

Hay árboles singulares, y el que acaba de caer es uno de ellos. Como nunca tuvieron claro qué tipo de árbol era, lo llamaron genéricamente, árbol, aunque ahora sabemos que se trata de un tipo de ficus, aunque popularmente suelen llamarlo higuera australiana (debieron traerlo del mismo sito que los eucaliptus que jalonaban las primeras carreteras de la isla, aunque mucho antes). Otros siempre han creído que era un laurel de indias, pero si no se mira bien se confunden, por la corpulencia y grandiosidad de su ramaje. En la entrada del actual Paseo de Tomás Morales hay varios árboles de gran sombra, y son de ambas especies, aunque mirados de lejos parecen iguales.

 

En realidad, el gran árbol centenario conocido desde el siglo XIX como Árbol Bonito era un gemelo al que ahora desaparece, que se erigía con grandiosidad a pocos metros de este. Hay referencia de que ese otro árbol, de mayores dimensiones, era tan popular que hasta dio nombre a la zona de la parte baja de la ladera de del barrio de San Juan, pero se cayó en el año 1952, y este permaneció y tomó el relevo del nombre, que, por otra parte, no era exclusivo, porque árboles similares, fueran laureles de indias, ficus o eucaliptus recibían en diversos puntos de la isla el mismo nombre, y es muy famoso el Árbol Bonito de Agaete, que según las hemerotecas, era un frondoso eucaliptus en el centro de una placetilla muy transitada en la villa agaetense. Por otra parte, vemos como en las plazas mayores de algunas de nuestras poblaciones hay siempre unos exuberantes árboles que abarcan el espacio, sea en Telde, Gáldar, Agüimes o Valsequillo.

 

Ya sé que este árbol que se va no es el mítico Garoé o el venerable Drago de Icod, pero es un árbol que ha dado sombra al menos a una docena de generaciones que nos precedieron, y que incluso presta su nombre popular a un colegio también muy conocido durante décadas, de la congregación salesiana. Pensemos que esta maravilla de la naturaleza pudo dar sombra Pérez Galdós, a Fernando León y Castillo o a nuestros tatarabuelos cuando transitaban la salida al centro, pues unos metros más allá estaba la caseta del fielato, especie de aduana local para gravar las mercancías que entraban en la ciudad. Era el saludo natural de entrada de la carretera del centro (oeste), como el Atlante saluda al norte, Lady Harimaguada al naciente y el Tritón al sur.

 

Seguramente muchos oirán hablar del él por primera vez en estos días, pero ese árbol forma parte de la memoria colectiva de muchas generaciones, que llegan, tal vez hasta 200 años atrás. Referencias seculares desaparecen, como el Dedo de Dios, las palmeras del Pambaso o el viejo cauce de la desembocadura del Guiniguada. Ahora, este anciano y noble ficus nos deja. Merece al menos mi modesta necrológica; ¡Larga vida a su memoria vegetal!

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