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Sobre el poemario de Carlos Lázaro Roldán (*)

Ayer fue presentado el poemario Diálogos al sol de Carlos Lázaro
Roldán. Además de sugerirles su lectura, les invito
a enlazar con el texto completo de la certera presentación que
hizo del poemario el poeta Javier Cabrera (el enlace está al final)
que da una visión muy completa, que comparto, de la que entresaco
dos párrafos. También participó en la presentación el profesor y cronista
José A. Luján, que es, además, el prologuista del libro.

Diálogos al sol Portada.JPGDice Javier Cabrera:
«… La temática que trata el autor en sus poemas es amplia, pendular, y va de la alegría del momento íntimo a la consciencia del dolor permanente, del instante de lucidez para saberse vivo fuera de todo sistema o apariencia, o acogotado por la aparente simple circunstancia de no saber adaptarse a la necesidad que la vida pregona. Los poemas, decía, quedan resueltos en modo y apariencia sencillos, es la suya, poesía que se delimita en la palabra directa, en el mensaje bañado de oralidad. Donde el afán de trascendencia radica, desde luego, no en lo que se emite desde el precepto del autor sino en lo que apercibirá el oído del que atiende; espero que el ojo del lector…
foto dle.JPG… El poeta hace un amplio recorrido por temas y asuntos que le son de sobra visitados por su condición de observador, que le son necesariamente íntimos por su estado de humanidad cercana, que le son soporte exacto donde establecer una denuncia, una gracia o, por qué no, un gramo de ironía justificada. Atado a la realidad, la que conforman la tierra y el agua, cómo no el aire e incluso el fuego necesario, establece los preceptos de sus principios donde se emparenta y se reconoce en el otro, sin distinción. Y como al inicio mantenía: bajo la coraza amable del poema se adivina la herida por la que abierta se transpira la necesaria consciencia…»
Enlace del texto completo de Javier Cabrera:

Bajo la coraza la herida abierta J Cabrera.pdf

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(*) El diseño del libro es de Javier Cabrera y foto de la ilustración es de Isabel Echevarría.

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Panero, una mente de cometa

A quienes vivimos en Las Palmas de Gran Canaria nos es familiar la imagen de Leopoldo María Panero transitando nuestras calles, durmiendo siestas en los bancos de la plazoleta que da entrada al paseo Tomás Morales, siempre con la mirada ida y un desaliño exagerado. Su rostro de ave cazadora estaba siempre buscando la manera de pillar una cocacola, bebida de la que consumía botellines uno tras otro. Se podría pensar que se trataba de un loco errabundo, y acertaríamos, entendiendo que la locura no es otra cosa que una lógica distinta a la convencional. Para lo que entendemos como normalidad, Panero estuvo enfermo siempre, entrando y saliendo de hospitales psiquiátricos desde los 19 años, algunos de los cuales, como el de Mondragón, forman parte de la historia del mito. También el de Tafira, posiblemente el único hilo con que se ataba a la realidad su mente de cometa.
zzzz987yhi.JPGCuando hablamos de locura, metemos en el mismo paquete muchas enfermedades mentales, que seguramente se consideran así porque contravienen la norma general de los comportamientos. Pero viene muy bien a los editores y a los exégetas la locura de poeta, sea del tipo que sea, y la locura básica de Leopoldo María Panero era que veía el mundo desde otra atalaya, tal vez distorsinado, quien sabe si con una claridad tan cegadora que se le hacía imposible asumirlo, de ahí su divorcio con la realidad de los demás.
Y habiendo usado varias veces la palabra «realidad», lo hacemos habitualmente de manera superficial. Pero la realidad es asunto muy complejo, como lo demuestran profundas reflexiones de Aristóteles, Avicena, Hume o Descartes. Y es en esa realidad metafísica en la que se mueve la poesía de Leopoldo María Panero, tal vez dotado por lo que nosotros llamamos enfermedad mental para llegar más lejos que con las armas del pensamiento racional. Y es curioso que haya habido grandes poetas y prosistas de una madera especial que han dado una vuelta de tuerca al pensamiento desde la poesía, y mucho de ellos y ellas figuran como enfermos mentales en los manuales literarios, algunos con referencias de «locos de atar», encerrados de mala manera y con finales terribles.
Posiblemente sea Hölderlin el más significativo de estos poetas sublimes y enajenados, recluido desde los 36 años en un manicomio. Pero hay otras figuras de la poesía que convivieron con enfermedades mentales: Antonin Artaud, Rimbaud, Silvia Plath, Virginia Wolf y dicen que Alfonsina Storni y el mismísimo Beaudelaire, y hasta podríamos englobar ahí a Juan ramón Jiménez, depresivo y usuario de clínicas psiquiátricas más de una vez.
¿Quiere esto decir que la poesía es connatural a la locura? No, lo que indica es que la poesía es un don que se produce en todas partes, nace en mentes cuerdas y con disfunciones, en chozas y en palacios, en cualquier persona que es capaz de ver más allá desde la cordura o desde la locura. La poesía sin duda fue la compañera más inseparable de Leopoldo María Panero, y así que pasen los años iremos sabiendo más de sus versos que de su enfermedad, como el Hölderlin con quien compartimos una contemporaneidad que fue hilo para que esa cometa volase. Ahora por fin la cometa volará libre.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del día 7 de marzo).

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Estos días azules y este sol de la infancia

Hablar de Antonio Machado es invocar la poesía en su estado más sencillo y por lo tanto más puro. Y hoy hablamos de él porque recordamos su muerte, el 22 de febrero de 1939 en Collioure, un pueblo francés cercano a la frontera española que lo recibió cuando era un fugitivo del odio sobre el que estuvo advirtiendo durante años. Es curioso que el poeta probablemente más cantado en la memoria popular (sus versos se han hecho canciones en la composición, en las voces o en ambas, de músicos tan aplaudidos como Paco Ibáñez, Joan Manuel Serrat, Alberto Cortez…) no haya sido objeto de una película, una serie de televisión o una novela en exclusiva más allá de reportajes o documentales, como lo han sido García Lorca o Miguel Hernández, los otros dos poetas devorados por una de las dos Españas machadianas.
z Machado 11.JPGEsto sucede tal vez porque, si bien la tragedia inexorable se les vino encima a Lorca y Hernández después de la esperanza o la lucha, Machado la vio venir desde muy lejos. Era mayor y sabio y conocía la vena cainita española repetida una y otra vez, y anunciada y temida desde sus Proverbios y cantares que forman parte de su volumen Campos de Castilla (1912). Y si las muertes terribles de Lorca y Hernández llaman a la rabia, la de Machado nos lleva a la más profunda tristeza.
Hay libros, reportajes, artículos y filmaciones sobre el éxodo de Machado, su madre y su hermano José acompañado de su esposa, sobre su muerte y su entierro, pero siempre desde la historia, el periodismo o el documental, como si sus autores no pudieran entrar en lo íntimo porque la tristeza los aplasta. Poco antes de morir, contaba Rafael Azcona que él y Juan Antonio Bardem pensaron hacer una película sobre los últimos días de Antonio Machado, se reunieron en un café y empezaron a tomar notas para un guión; al cabo de un rato se dieron cuenta de que ambos estaban llorando y lo dejaron para un «más adelante» que nunca llegó.
z Machado 22.JPGTambién he hablado con un par de novelistas de renombre que han acometido esa historia. Ninguno pudo alcanzar más allá de la media docena de folios por la misma razón, y en las muchas veces que estuve tentado de plasmar esos días, aunque solo fuera en un relato corto, abandoné antes de empezar. Este artículo se me pone cuesta arriba desde que pierdo la distancia historicista. Y es que la muerte lenta y anunciada de Antonio Machado es la materialización de la tristeza misma, porque es la terrible metáfora de cómo la saturnal España devora a sus hijos, y no puede evitarlo ni el abrazo cálido del solidario y luminoso pueblecito francés que quiso salvarlo.
En una de sus canciones más celebradas, el recientemente asesinado cantautor argentino Facundo Cabral asegura «que es un círculo el camino». No es una imagen nueva, y la ya legendaria Doña Bárbara de Rómulo Gallegos decía que «las cosas vuelven al lugar de donde salieron». El camino es uno de los símbolos poéticos usados por Machado («Caminante, no hay camino, se hace camino al andar»), desde sus versos, que surcaron generaciones y tendencias siempre buscando la precisión desde la certera sencillez que huía del barroquismo inútil, sobre el que ironizaba en su Juan de Mairena. Y es el camino circular lo que parece que el destino marcó a nuestro recordado poeta.
Nació Antonio Machado en el palacio de Dueñas, en una de las viviendas que el Duque de Alba tenía habilitadas para alquilar como ingreso extra. Por eso su infancia son recuerdos de aquel hermoso patio sevillano, correteando alrededor de su fuente y la luz de los limoneros. Nunca alzaba la voz, pero su palabra llegaba muy lejos, llega hasta hoy y más allá. Tomó partido sin estridencias y se mantuvo firme hasta el inevitable final que casi preveía como en una tragedia griega.
z Machado.jpgMerece ser citado el escritor Corpus Barga (Madrid 1887-Lima 1975) que, fugitivo él mismo, cuidó en este último viaje del poeta enfermo y de su madre muy anciana, que moriría tres días después que el poeta. Barga fue a París y trató de conseguir ayuda y dinero de la entonces poderosa intelectualidad francesa para llevar al poeta a un lugar en el que pudieran tratar su neumonía, pero no le escucharon; y esa misma intelectualidad hipócrita quiso llevar su cuerpo a París, para enterrarlo con todos los honores y rodeado de pompa y fanfarria. Su hermano prefirió que reposara en Collioure, el pueblo que lo acogió con respeto y cariño, y cumplió su deseo de volver a la tierra «desnudo, como los hijos de la mar», llevando por sudario una sábana y una bandera tricolor. En el bolsillo de su raído gabán, encontraron, entre otras cosas, un papel sobado en el que el poeta había escrito «Estos días azules y este sol de la infancia», acaso su último verso, primero de un poema que nunca se escribiría. Tal vez nos toca a nosotros terminarlo. Se había cerrado el círculo de la luz que Machado descubrió en Sevilla en «un huerto claro donde madura un limonero».
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(Este trabajo se publicó en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del 26 de febrero de 2014. La última fotografía del post es una recreación del autor, puesto que no se conocen testimonios gráficos sobre el hecho que se cuenta).