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Nadie la pifia como nosotros; somos los mejores

España nunca se ha distinguido por una brillante política exterior. Más bien por todo lo contrario. Desde que España es un solo estado, tratar con los de fuera no se nos ha dado bien. El asunto data del siglo XV, y aunque los Reyes Católicos, los supuestos unificadores, trataron de llevarse bien con media Europa a través de la política matrimonial con sus hijos e hijas, tampoco anduvieron muy finos, pues expulsaron a los moriscos y a los judíos, y no expulsaron a los jesuitas porque todavía no existían. Era el fanatismo religioso de aquella época ¿De aquella?
florencia.jpgLuego tampoco se hicieron mejor las cosas, y eso que casi siempre España era amiga del Papa, y ya sabemos que la diplomacia pontificia ha sido exquisita. Pero nunca aprendieron los dirigentes españoles y se especializaron en elegir mal a sus amigos y a sus enemigos, y si no recuerden la alianza con Napoleón que nos enfrentó a Inglaterra, y luego el Corso nos salió por peteneras.
En el siglo XIX, más de lo mismo, y en el XX otro tanto, pues pocos países de Occidente se han visto vejados, bloqueados, aislados e ignorados internacionalmente tantas veces por su propia torpeza. Somos especialistas en hacer el ridículo. De Primo de Rivera y Franco ni hablo, por obvio, y luego, en los gobiernos democráticos, cuando había un ministro como Fernando Morán, que sabía lo que había que hacer, le inventaban chistes.
Por eso no sorprende que el Gobierno de Zapatero meta la pata hasta donde casi es imposible hacerlo. Son las maneras. Es genético, y los del PP que no se vengan arriba porque después del pintoresco episodio de Perejil y sobre todo de los delirios de Aznar y su flequillo al viento en Las Azores, tienen para estarse calladitos un par de siglos.
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Ya sé que es llover sobre mojado, y por eso les remito al blog que publiqué el 3 de noviembre de 2008 con motivo de las negociaciones para poder estar presentes en las reuniones del G-20.
Política exterior.doc

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¿El nombre imprime carácter?

Se ha dicho siempre que el nombre imprime carácter, pero eso debe venir de la consideración que tienen los demás. Como Clodoaldo, Carlota o Virgilio tiene buena sonoridad, se les asocia a personas fuertes y con determinación, mientras que otros nombres menos sonoros sugieren lo contrario. También están las combinaciones de nombres, que vienen de la realeza y retumban como bóvedas: Luis Felipe, Victoria Eugenia o María Antonieta. Y es simplemente una percepción auditiva de los demás y en abstracto.
ARCADIOS SUÁREZ.jpgCuando concretamos y destinamos un nombre a una persona, este tiene el rango de quien lo lleva, y no al revés. Leopoldo, que pasa por ser nombre de reyes y emperadores, también era el del tonto de mi pueblo, y de ese modo a nadie en Argentina se le ocurre tener en poca consideración a José Hernández, nombre y apellido corrientes, pero insigne autor del Martín Fierro. De ese modo, da igual cómo te llames, porque finalmente no es el nombre lo que determina, lo mismo que la matrícula nada tiene que ver con la potencia de un coche.
Ayer fue día de los Josés y las Josefas, pero este nombre se usa infinitamente más en los hombres, y hay tantos que sería interminable la lista de Josés conocido en combinación con otros nombres (Antonio, Luis, Miguel, Manuel, Ignacio…) desde presidentes y vicepresidentes de Gobierno a presidentes de Cabildo. También a Josés a secas, y muchos Pepes, y cada uno es único, de manera que José o Pepe no es menos que Maximiliano. Con un día de retraso felicito a todos, y en muchos de ellos celebro la amistad, pero todos me van a perdonar si personalizo mi felicitación en dos ilustres y venerables vecinos de Gran Canaria: José Miguel Alzola y José María Millares.
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La fotografía es de Arcadio Suárez y se publicó en Canarias7 después de uno de los temporales de este invierno que hoy acaba. La pongo porque es magnífica, no hay más relación.

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O mando yo, o aquí se arma la de Dios

Vamos a ver cómo se toman en El Salvador que la Presidencia de la República esté en manos de la antigua guerrilla del Frente Farabundo Martí. Y es que el siglo XIX fue muy mal consejero en el devenir de los pueblos del ámbito hispánico, y por lo que veo el XX fue peor. Se ha tomado la costumbre de que hay determinadas clases dirigentes en según qué lugares que son las que deben ostentar el poder (o detentarlo, que no es lo mismo). Bolívar consideraba que cualquier intromisión en su poder omnímodo era una especie de herejía, y así podemos alargar la lista indefinidamente: Porfirio Díaz, el PRI… Por no hablar de los dictadores puros y duros, que son legión.
b15.jpg En España ocurre lo mismo, o más bien es al revés, porque las costumbres latinoamericanas son heredadas de España y los militarotes del XIX. Cuando se habla del Estado, por lo visto el orden natural de las cosas es que gobierne la derecha, o como mucho el centro-derecha. Si, como ocurrió en 2004, gana las elecciones un partido de centro-izquierda, lo consideran una aberración, porque el poder por lo visto es como las monarquías medievales, en las que el poder venía de Dios, y por supuesto se lo encomendaba a los conservadores de toda la vida.
Y está ocurriendo un fenómeno nuevo/viejo en las comunidades autónomas, en las que es poco menos que contra natura que los nacionalistas estén fuera del poder. Fue así siempre en Cataluña hasta hace poco, se ha cambiado y no ha pasado nada, y empieza a ser una costumbre en Canarias. Lo de Euskadi es el mismo fenónemo, y el PNV se mesa los cabellos y viene a decir que un gobierno no nacionalista es un sin Dios.
Otra cosa es que el parlamentarismo puede hacer, y de hecho hace, que el partido más votado quede en la oposición. Así funciona el sistema, y hay que aceptarlo o bien cambiarlo, pero mientras sea así no hay por qué rasgarse las vestiduras. Tan lógico es que gobierne el más votado como que lo haga una coalición de los demás, porque finalmente suman más, y también es democracia.