Cuando hablamos de cultura, el debate siempre se dispersa. Los filósofos se han ocupado del asunto y se ha llegado a enunciar una Filosofía de la Cultura, y siempre se ha entendido que frente a lo físico, lo tangible, Natura, está la Cultura, que viene a ser lo que se ha gestado a través del pensamiento y la actividad de los seres humanos. Desde el punto de vista de la Naturaleza, el David de Miguel Angel Buonarroti es un trozo de materia, mármol exactamente igual que el de un escalón o una lápida, con sus mismas características físicas, su mismo valor pétreo y que daría los mismos datos ante un análisis científico; igualmente, una fotografía de Sebastián Salgado es científicamente la plasmación de formas valiéndose de luces y sombras, lo mismo que cualquier fotografía que pueda realizar un principiante. Pero es evidente que el David tiene unos elementos de los que carece el mármol solo por serlo, y las fotografías de Salgado responden a criterios distintos a los que guían al que dispara una foto entre amigos. Tal vez la diferente sensibilidad, los distintos criterios y la voluntad y destino de cada una de estas obras humanas sea la cultura, el deseo y la capacidad de distinguir, sentir e interpretar, puesto que, de diferente forma, el David responde a una voluntad distinta que el mármol tallado por labrantes para convertirlo en un escalón, pero ambos son elementos culturales, lo mismo que las fotografías de Salgado buscan, además de una voluntad de estilo, la traslación de un mensaje, y una fotografía de fin de semana en la playa quiere solamente plasmar un instante personal. Por ello, en la cultura hay que trazar linderos, pero solo para hablar y entenderse, puesto que ni siquiera los grandes filósofos de la cultura encuentran el modo de clasificar los llamados productos culturales, tales como la religión, el arte, las instituciones políticas (que también son entes culturales), la ciencia, las costumbres, el vestido, la música…
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