Con la ideología por bandera, unos tachan de error lo que ayer defendían, sencillamente porque ahora lo dice, lo hace o lo sostiene alguien de ideología contraria. ¿Escuchar el concierto para piano nº 2 de Rachmaninoff, admirar a la ilustre nonagenaria Sophia Loren o ser fervoroso lector de Kafka es de izquierdas o de derechas? Dicotomías como esta las vemos cada día, porque por lo visto todo hay que filtrarlo por el tamiz de una ideología, que se parece mucho a los principios inmutables de una religión. Pero es aún peor, ni siquiera tenemos claro que se basen en unas ideas, sino en quienes las enarbolan en cada momento, como Groucho Marx (“estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros).
Parece ser que hay que tomar partido. Pues no, porque, como bien dice el sabio filósofo Emilio Lledó, la libertad de expresión no existe sin la de pensamiento. Y ahí está la vaina, porque si tenemos la mente preprogramada por un sistema -el que sea- pocas posibilidades hay de razonar libremente, porque no estamos dispuestos a salirnos del carril que casi siempre marca un profeta, un líder carismático o una doctrina milenaria (qué miedo me dan los libros sagrados). Fuera de mandamientos ideológicos, la gestión política ha de valorarse desde los hechos, y más cuando se trata de gobiernos municipales, que no tienen otro objetivo que el de cuidar una población en sus calles, edificios, parques y plazas para la convivencia, y de la ciudadanía que disfruta ese espacio físico en el que transcurren sus vidas. Pero eso no importa, solemos perder el tiempo salvas, y nos olvidamos de la eficiencia, del servicio y hasta de que determinado poder está ahí porque lo han puesto los votos, cosa de la que quienes primero se olvidan son las personas elegidas, con las que se establece así un pacto social (eso es el voto), por lo que la transparencia debiera ser el ABC de tales gobiernos.
Tomemos con ejemplo la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que podría ser uno de los mejores lugares del mundo para vivir, por su situación geográfica abierta a dos mares (el Confital y el frontis oriental), que le procura un clima único, con la alianza de la panza de burro del alisio. Tiene una magnífica llanura litoral y unos barrios altos que le dan respiración, además de uno de los puertos, comercial y estratégicamente, mejor situados del Atlántico. Es decir, La Habana en Cuba; ¿qué podría salir mal? Con tales condiciones casi habría que decir que una ciudad así solo fracasaría si se hace adrede. Se ve que esa pulsión autodestructiva está saliendo muy bien. Porque aquí no hay quien se aclare, y los que menos los ciudadanos. Aunque el listado es kilométrico, desde mi libertad de expresión, con previa libertad de pensamiento, señalo solo tres asuntillos que me incomodan.
El primero es, por supuesto, la metroguagua, de la que nos inundaron con gráficos animados hace casi una década. Sabemos que la ciudad, especialmente la zona del Puerto, está patas arriba y ya no nos creemos ninguna fecha de acabado (creo que en el Ayuntamiento tampoco la saben), lo que ocasiona un sindiós circulatorio. Lo único que sé de ese asunto es que, lo que antes era la Avenida Mesa y López en su parte oriental, ahora es un parque adoquinado y supuestamente peatonal, en el que puede atropellarte un patinete y, la gran novedad, circulan guaguas (parque multifunción). El día que, en 2030, se celebre el gran partido del Mundial de Fútbol entre Corea del Sur y Tanzania, ¿se podrá llegar en guagua al estadio de Gran Canaria? Yo es por saber.
El segundo asuntillo es el deterioro y la limpieza de la ciudad. Comentaba esta semana en la radio un edil palmense que los contratos con las empresas que se encargan de la limpieza están vencidos desde 2017, es decir, siete años que pertenecen a tres legislaturas. También es por saber, porque tres corporaciones consecutivas del mismo signo no han tenido un ratito para resolver ese tema. De paso, les comunico, que sé de algunas paredes que sostienen el acceso a calles de barrios periféricos (algunos históricos) que solo necesitan que llueva durante 10 minutos para que se vayan ladera abajo, con el peligro que eso supone, y lo complicado que será devolver a la normalidad esos derrumbes, vista la celeridad de gestión de que hacen gala. No es una profecía, es la combinación del principio de Pascal sobre la presión de los fluidos y la Ley de La Gravedad. Veo que tampoco han tenido tiempo de echar un vistazo a los escritos que una y otra vez han enviado las asociaciones vecinales advirtiendo de esos peligros. Sé que son gente muy ocupada en… Pues no sé, supongo que en algo que se nos escapa a los simples mortales.
La tercera cosa ha surgido esta semana. Resulta que la Gran Cabalgata del Carnaval 2025 será el 8 de Marzo. Esta fecha es bandera de muchos avances en el camino de la Igualdad entre hombres y mujeres, un camino que viene de muy lejos, con logros como las luchas de la Transición para que se trasladaran a la Constitución conceptos como la no discriminación por razón de sexos. El feminismo ha sido un motor del avance en los Derechos Humanos en esta querida ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, que es cabeza de una isla que cree en la Igualdad. Y precisamente ahora, que las fuerzas reaccionarias están intentando anular esos derechos, el Ayuntamiento arrincona una de las grandes celebraciones reivindicativas de la democracia. ¿Es que no hay más días en el calendario? Porque lo que sí debiera ser inamovible es la relación del 8 de Marzo con la lucha por la igualdad de la mujer. Y me resulta incomprensible que esto suceda cuando en La Alcaldía y en las concejalías encargadas del Carnaval y de Igualdad están tres mujeres al frente, tres mujeres que en su propia trayectoria personal y política forman parte de esa avanzadilla que va rompiendo poco a poco techos de cristal.
Estos son los hechos. Y aprovecho para decir a quienes seguramente aludirán al dinero público que se va en subvenciones a las organizaciones feministas que no cuenten conmigo, que más tendría que ser, porque la igualdad está muy lejos de ser real. Solo hay que echar un vistazo alrededor, y es notorio que no hay espacios para centros de acogida para las víctimas de violencia de género. Si encima ahogan la voz de las mujeres con el estruendo de uno de los actos más multitudinarios del Carnaval, seguiremos ahondando en una de las lacras de esta sociedad. Y si hablamos de Carnaval, el ayuntamiento se ha quitado la careta.
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