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Jíbaros y huesos de aceitunas

Es cierto, España se rompe, es un hecho. Lo que me molesta es que haya empezado a romperse por mi persona. Justo en el momento en el que Pedro Sánchez llamaba por teléfono a Ángel Víctor, uno de mis dientes colisionó con un hueso de aceituna infiltrado, que no tenía que estar ahí porque se suponía que eran aceitunas deshuesadas. De manera que este asunto me ha hecho pasar un entretenido lunes con sabor a lidocaína y la boca abierta, y me lleva a la reflexión de que, si España sigue rompiéndose, los dentistas van a forrarse; no hay mal que por bien no venga, que mira que hay clínicas dentales en esta ciudad, pero los fines de semana échales un galgo (o podenco, que uno ya ni sabe).

 

 

Andaba confundido estos meses, con tanto tira y afloja, pero empiezo a entender que la ruptura de España pueda tener relación con los huesos de aceituna. Hasta que, en 2022, Casado fue barrido de la presidencia del PP por el huracán Ayuso, un alto dirigente del partido tenía entre sus logros la gloria planetaria de haberse coronado como campeón mundial de lanzamiento de pipas de aceitunas con la boca. Puede que nuestro lanzador superara el récord de los jíbaros, pueblo amazónico de las selvas de Perú y Ecuador que eran unos ases en el uso de la cerbatana como arma, y que tanto imitamos con los bolígrafos sin carga en nuestros años escolares. Hay que decir que estos nativos amerindios actuaban con cierta mala intención, pues untaban sus dardos con curare, un tóxico paralizante letal, asunto que nada tiene que ver con el lanzamiento de huesos de aceituna, que se hace a boca limpia, sin cerbatana.

En lo que tal vez haya más relación con los jíbaros es en que estos aliviaban el aburrimiento de sus tardes ociosas reduciendo las cabezas de sus enemigos (ya difuntos, por supuesto), con un procedimiento que no viene al caso, pero cuyo resultado es espectacular, pues el tamaño craneal disminuía a veces hasta la mitad. Y en esto de reducir cabezas sí que parece que la cultura jíbara ha hecho fortuna en España. Escucha uno a dirigentes (y dirigentas, no crean) y se echa las manos a la cabeza, porque solo hay una idea imperante, que es alcanzar o conservar el poder, y a la ciudadanía que la parta un rayo, y sus argumentos oratorios son siempre el insulto, la desautorización y el inevitable “y tú más”, y con el altavoz de los medios parece que van consiguiendo que su escaso talento se vaya extendiendo como una especie de covid mental que asombra por su simpleza.

Dentro de cien años, cuando tal vez todo haya vuelto a su cauce natural, si es que alguien no pulsa antes el botoncito nuclear, o somos asados vuelta y vuelta por el cambio climático, cuando se estudie la historia de este tiempo, resulta que esta caterva de criaturas figurará en los libros, como Alejandro Magno, Cleopatra, Napoleón o Bismarck, que no es que fueran hermanitas de la caridad, pero talento y visión les sobraba.  Se me vienen a la cabeza políticos que, sin ordenadores, Internet y ni siquiera teléfono, sabían cómo hacer las cosas. Ejemplo de ello son el príncipe Klemens de Metternich, que en el Congreso de Viena alumbró la primera idea de una confederación de estados europeos (nada que ver que la perreta del Sacro Imperio), en una reunión que duró diez meses, entre 1814 y 1815, con la presencia de dirigentes de toda Europa, cuando había que viajar en medios de transporte muy lentos y cansados (los trenes empezarían una década después) a Viena desde Moscú, Roma, Londres o Berlín.

También se me ocurre el portugués Marqués de Pombal, que era primer ministro cuando se produjo el terremoto de Lisboa en 1755, que arrasó medio país, especialmente su capital. Este señor, figura clave de la Ilustración en el país vecino, reconstruyó Lisboa con un sentido urbanístico y arquitectónico moderno y aplacó el desastre en el resto de las zonas afectadas; como si ya no tuviese suficiente tarea, impulsó el cultivo y la exportación de vino de Oporto, reformó la educación, suprimió la esclavitud, liquidó los tribunales del Santo Oficio y los Autos de Fe, con lo que distanció a La Iglesia de la política portuguesa y expulsó a los jesuitas. Se plantó ante los discursos apocalípticos de que los miles de muertos del terremoto habían sido castigo de Dios, y por ello impulsó la ciencia sismológica. Eso es un político con visión que piensa en el interés general. Cuando murió, Portugal no se parecía al de 25 años antes ni en lo blanco del ojo.

Husmeando por aquí, busco alguna figura actual que se parezca lejanamente a estos que he nombrado, o a Pitt El Joven, primer ministro británico a los 24 años y motor del renacimiento inglés después del desastre económico que significó para el Reino Unido la Independencia de Estados Unidos (como ahora el brexit). Alguien que sepa aunar voluntades, que genere consensos y haga avanzar la sociedad. No aparecen ni se les espera, no sé si porque no existen o no los dejan surgir, y tenemos que conformarnos con obsesivos reductores de cabezas (jibarización), audaces fugitivos en maleteros y lanzadores de huesos de aceitunas (¡Ay, Ángel Víctor, ten cuidado, por lo que más quieras!) Dios proveerá, le dijo el bíblico Abraham a su hijo Isaac, cuando este le preguntó dónde estaba el cordero para el sacrificio. Pues eso, ya tenemos el albarán, y ya si eso hablamos otro día de la factura (de la del dentista también).

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