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Prefiero creer en la perra Laika

 

Hace muchos, muchísimos años, vivíamos una realidad inventada y teníamos una visión de las cosas que nada tenía que ver con la verdad, pero la creíamos, aunque no estuviera respaldada por alguien con autoridad. Vivir en un mundo que generalmente imaginábamos era más evidente cuando teníamos pocos años, y si bien algunos nunca creímos en los Reyes Magos, pensábamos que viajar a La Luna era algo posible e inmediato, creencia que fue confirmada cuando Neil Amstrong pisó nuestro satélite.

 

 

Viví en un valle del cauce alto del Guiniguada, y había creencias que no admitían discusión. Una de ellas es que la Vía Láctea, que veíamos con una claridad hoy inimaginable en noches de Luna Nueva porque no había contaminación lumínica, era el reflejo celeste de la ruta que había que seguir desde Tunte a Teror, y nos indicaba la ruta de las romerías del 7 de septiembre. Otro decían que marcaba el Camino de Santiago, y nada que ver con Compostela, porque era la línea paralela (eso decían) que unía Tunte con Gáldar, santuarios en la isla del apóstol guerrero que, también lo creíamos, se presentó a combatir en una victoriosa batalla contra los Almohades durante la llamada Reconquista. Luego, los libros de texto ponían que fue en Las Navas de Tolosa (1212), cerca de Úbeda, y que le dio al santo compostelano es sobrenombre de Santiago Matamoros (estoy esperando a ver qué dicen los predicadores de la corrección política).

 

Para colmo, la batalla tuvo lugar el 16 de julio, la misma fecha en la que, unos siglos después, acaeció la batalla de Lepanto, que para entonces celebraba a la Virgen del Carmen, y es por eso que fue declarada patrona de la Armada Española y por extensión de todos los marineros, mientras que, desde siempre, ese patronazgo correspondía a San Telmo (Pedro González Telmo), como sigue siendo en la mayoría de los países cristianos, aunque, curiosamente, nueve siglos después de su muerte, sólo ha alcanzado el grado de beato, aunque la gente lo llama santo, diga lo que diga Roma.

 

Cuando empezaron a enviar artefactos al espacio, nos enteramos en aquel barranco de medianías de que los rusos habían enviado el primer ser vivo al espacio, una perra de nombre Laika, a orbitar el planeta a bordo del Sputnik 2. La aventura apenas duró horas y  pueden imaginarse el terrible final de la perrita. Pero ese dato no lo teníamos, y nos imaginábamos a Laika paseándose tan ricamente por el cielo cada vez que veíamos una luz atravesar la noche. Si hacía ruido, era un avión, si era silencioso se trataba sin duda de Laika, y así durante varios años.

 

Pues ahora está pasando lo mismo. Nos cuentan unas películas que a menudo son difíciles de creer, pero la verdad nunca queda explicada. En realidad somos tan inocentes como aquello niños y niñas que veían a Laika cuando hacía mucho tiempo que se había desintegrado. Seguimos celebrando a San Telmo sin ser santo, y estas historias nos las cuentan cada día con la misma cara de oráculo infalible que ponen las abuelas cuando duermen a sus nietos con historias fantásticas. La cuestión es que hay demasiadas abuelas contando cuentos y ya no hay creencias únicas, sino que cada cual se apunta a lo que le parece más lógico. Antaño la creencia era indiscutible, y la verdad es que tampoco me parece una maravilla, pero lo cierto es que, antes y ahora, vivimos una realidad imaginada porque, en cualquier tiempo, abundan las mentiras y las manipulaciones.

 

Todo es propaganda y no puedes fiarte de nada. Cuando, por azares de la vida o el trabajo, alguien descubre aunque sea una pequeñísima parte de la verdad y trata de hacerle ver a los demás que eso no es como se lo cuentan, inmediatamente es desacreditado, aunque la mayor parte de las veces ocurre que quien, por chiripa o por deducción, conoce alguna de las cosas con las que nos hacen luz de gas, prefiere callar porque sabe que la mayoría de la gente se niega a conocer la verdad, y es predicar en el desierto. No hay debate, es o no es, y como no coincida lo que dos imaginan, surge el insulto y la descalificación.

 

Por lo tanto, no andamos mucho más informados que cuando creíamos que Laika nos sobrevolaba o que el fin del mundo iba a ser en 1960. De manera que, se habla constantemente, pero ayer invité a un menú a un hombre aplastado por la soledad, sitiado por el analfabetismo, sin familia y muy enfermo de los pulmones. Duerme en una azotea que le prestan, pasa un frío inclemente por las noches y está a la espera de que una asistenta social le tramite el ingreso mínimo vital (no sabe leer ni escribir). Cree en Dios, pero, por lo que se ve, Dios no cree en él. Tantas mentiras que ocultan la dura realidad, pero, tranquilos, esto irá mejor en cuanto Ucrania derrote a Rusia con los tanques reparados que España les va a dar. Creo que prefiero creer en un Santiago a caballo blandiendo una espada por las montañas de Úbeda, en una perrita voladora capaz de sobrevivir a la crueldad de los humanos o en que la Vía Láctea fue puesta ahí para guiarnos cuando vayamos por el camino real que une Tunte con Gáldar.

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