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Las actuales políticas del Conde-Duque de Olivares

 

Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos las políticas de inmigración y los planes de formación que se aplican a las nuevas generaciones, cabe preguntarse si lo que se pretende es fomentar la escasa capacitación para así tener mano de obra barata para que los de siempre sigan beneficiándose de la ley del embudo. La respuesta a pregunta tan básica es sí. Supongo que no niegan la alfabetización porque eso perjudicaría el uso de las redes sociales, con la consiguiente pérdida de mercado en instrumentos y aplicaciones digitales. La consigna pudiera ser que aprendan solo lo necesario para que los distintos sectores del mercado sigan funcionando. Es que si no, no se explica cómo una y otra vez se genera deterioro en el sistema educativo al hacer que los tipos de formación que se imparten sean a menudo opuestos a las necesidades. Es más, hay gente que no encuentra trabajo porque está muy preparada, y un currículum  lucido puede echar para atrás a los empleadores de puestos de trabajo muy por debajo de la formación que han conseguido con gran esfuerzo quienes lo solicitan.

Es un galimatías difícil de explicar e imposible de entender, pero está ocurriendo que  se promociona la ignorancia porque es rentable para quienes tienen la sartén por el mango. Esto, que parece un suicidio colectivo –y lo es-, está en la genética de las clases dirigentes y los poderes llamados fáctico –pero que son reales-. Digo que viene en el ADN porque creo que el nuestro es el único estado de Occidente que es capaz de negar los más básicos rudimentos educativos a parte de su población. Les contaré una leve historia, que es real, pero que parece sacada de una novela en la que la ciencia-ficción y el terror se combinan para crear un mundo delirante.

Con la llegada del Renacimiento y la época del Barroco, se generaron en España muchas escuelas, que entonces eran privadas, en las que se adiestraba en lectura, escritura y números. Las había también de niveles más elevados, que eran la antesala de las universidades. Esto propició que mucha gente humilde se fuera formando y que esa inquietud diera lugar a que algunos pobres de solemnidad pudieran llegar a ocupar puestos importantes si su capacidad intelectual les daba para ello. Las zonas rurales se despoblaron y los trabajos más humildes de la agricultura, la ganadería, la artesanía o la pesca fueron desempañados por los moriscos (musulmanes conversos). Como la torpeza de los gobernantes españoles no es cosa de ahora, entonces fueron capaces de darse un tiro en el pie, de modo que, en los albores del siglo XVII, al rey Felipe III y a su inseparable Duque de Lerma no se les ocurre otra cosa que expulsar a los moriscos (al lado de estos dos, Rajoy, Sánchez o Torra, son unos cracks). ¿Qué pasó entonces? Lo normal: no se podía construir porque los albañiles y los carpinteros se habían marchado, empezó a escasear el pescado porque se quedaron sin pescadores, faltaban carne, leche y queso porque no había pastores y no se encontraba verdura porque los calabacines no se plantan, se riegan y se recogen solos. Lo siguiente fue el desplome de la actividad económica. Es decir, la ruina y el hambre.

En esta situación estaba España cuando accedió al trono Felipe IV, que era un imberbe de 18 años manejado por su valido (especie de primer ministro), el Conde-Duque de Olivares, muy renombrado en los libros de historia seguramente porque barría muy bien para casa. Pues a este cerebro condeducal de inteligencia (la calificaré de extravagante, para no molestar) se le ocurre lo que ahora llamaríamos un paquete de medidas (lo de paquete es seguro). Eran muchas y muy detalladas, todas dignas de entrar en la antología del disparate, pero me centraré solo en una. Para que hubiera brazos destinados a los trabajos físicos, se redujeron drásticamente las escuelas de los pueblos y las de mayor nivel de las ciudades; para acceder a ambas había que tener determinada renta, más lo que costara vivir fuera de casa, pues para que se pudiera abrir una escuela era necesario un número determinado de habitantes, que la mayor parte de las zonas rurales no tenía. Como dato, consta que se pasó de más de 4.000 escuelas de nivel medio a solo 100 en toda España. En la práctica significaba que solo podrían formarse los que vivieran en las grandes poblaciones, y de estos los más pudientes.

Las medidas de Felipe IV y el Conde-Duque tuvieron un “éxito” que alcanza hasta hoy: España retornó a estructuras feudales, perdió el tren de La Ilustración, el de la Revolución Industrial y todos los trenes del siglo XX. Ha sido un desastre para los pobres y también para quienes los propiciaron. Cuando creíamos que esta sociedad iba a cambiar, el país se ha enganchado a todos los avances tecnológicos recientes, siempre como destinatarios, nunca como emisores. Y cuatro siglos después, los mismos que tiene El Quijote, seguimos igual: las necesidades del mercado laboral por un lado, las políticas de todo tipo por otra. Y todavía hay quienes culpan a los inmigrantes de nuestros problemas, cuando ellos, en su mayor parte, han ocupado y ocupan el lugar que hasta el siglo XVII tenían los moriscos expulsados. Pues eso, a echarlos, como hizo Felipe IV, ya ven los resultados. Señores y señoras de la sartén por el mango, políticos instrumentales y voceros paniaguados: sigan discutiendo sobre quimeras  insustanciales y echen un vistazo a la Historia de España. Los pobres serán más pobres y la eterna estructura medieval del país generará también la ruina de los poderosos. Esto ya ha pasado y está volviendo a pasar. Cae en el olvido porque el sistema considera que estudiar la Historia es una pérdida de tiempo; así repetimos los errores del Conde-Duque de Olivares.

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