Las flores antes del funeral

Por Emilio González Déniz

El buitreo periodístico, que es ya lo habitual, ha ido estos días como la seda. Si normalmente tienen que hurgar en entelequias imposibles para montar buen espectáculo, esta semana los difuntos notorios y los juicios mediáticos han facilitado el trabajo, porque empieza en Almería el juicio por el asesinato del niño Gabriel Cruz, que tantas horas de audiencia facturó hace unos meses cuando ocurrió la desgracia. El juicio es magnífico para debatirlo desde diversos ángulos. Teniendo en cuenta la personalidad de la única acusada, ya se oyen cantares de sirena que hablan de xenofobia, racismo, antifeminismo y no sé cuántas lacras más, que pueden o no darse en este caso, pero eso es lo de menos, lo importante es armar ruido, y las circunstancias que concurren son muy propicias para sacar banderas.

Por otra parte, el devenir de las vidas de personajes conocidos por su trayectoria, en este caso grandes éxitos en su campo, tiene siempre huecos por los que meter el cuchillo. En la desaparición de Blanca Fernández Ochoa, su búsqueda en masa y el triste resultado final ha habido materia para mucho espacio mediático. Todo el mundo opina, y cuando ya no hay remedio hasta salen Quijotes que denuncian el abandono de que fue objeto la deportista a la que ahora le cuelgan todos los honores. Esas voces que tienen tanto eco nunca se escucharon cuando la esquiadora vivía, pero es muy típico en España que se aventen supuestos malditismos, que tal vez existieron, pero que siempre aparecen cuando ya nada puede hacerse, solo pillar un micrófono a la entrada o la salida de un tanatorio para aprovechar los minutos de gloria que reivindicaba Andy Wharholl. Ahora aparecen pontificando personajes que se autoerigen en grandes amigos de Blanca, y en el siguiente párrafo afirman que hace ocho meses que no sabían de ella. Algunos de estos denunciadores del olvido tienen mucho poder y más dinero, y por lo visto no se les ocurrió mover un dedo cuando la esquiadora pasaba esas horas tan bajas que ellos aseguran conocer.

Si no había bastante munición, ha muerto Camilo Sesto, uno de los iconos de referencia de la música pop de los años setenta y ochenta. De repente, apenas expirar, Camilo Sesto, que fue un gran cantante y un compositor con mucho éxito, pionero de los musicales en España y con una vida privada que no debiera interesar a nadie, lo han convertido en un gigante, los comentaristas multiplican sus méritos y da la impresión de que sin él no habría música en España ni en Latinoamérica. Las exageraciones al final se vuelven contra la figura elevada a altares que nunca tocó en vida. En su partida, Camilo Sesto merece respeto y un aplauso de todas las personas (millones) que disfrutaron y disfrutan con sus canciones. Pero eso no vende, hay que buscar el morbo, y cuando todavía está el cuerpo caliente ya se escuchan comentarios no muy bien intencionados sobre la supuesta guerra que se desatará alrededor de su herencia. En estas cosas, siempre nos comparamos con otros países. Da envidia el respeto ciudadano en vida a figuras como Bernard Hinault, Françoise Hardy o Catherine Deneuve, por poner solo tres ejemplos franceses. En Italia, Celentano o Sophia Loren son intocables, y en Gran Bretaña que nadie ose burlarse de Glenda Jackson ni en Estado Unido de Willy Nelson.

En España, apenas pasa el momento del éxito, las grandes figuras son tratadas como carnaza. Decía Alfredo Pérez Rubalcaba que en España enterramos  muy bien. La verdad es que somos como las siete y media, o no llegas o te pasas. Cuando hablamos de nombres que en un momento fueron grandes, en España se tiende a menospreciar, y aparece con frecuencia la degradación, interpretando situaciones del pasado con los parámetros de hoy. Salvo contadas excepciones, si no hay olvido hay arrastre.  Hemos visto cómo en vida han sido objeto de la burla y el sarcasmo figuras que en el pasado fueron muy grandes en lo suyo. De ambas cosas son ejemplos Blanca Fernández Ochoa y Camilo Sesto, la deportista como paradigma del olvido y el desagradecimiento y el cantante por ser objeto de una falta de respeto permanente. Ahora todo el mundo sabe y dice, enaltece y proclama, pero, como decía la canción de la también desparecida Cecilia, por favor, las flores antes del funeral.

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