Escribir la despedida de un gran poeta es siempre difícil porque no puede meterse en unas pocas líneas la inalcanzable grandeza de una obra literaria sin fisuras. Escribir de un gran amigo se me antoja casi imposible porque no estamos preparados para asumir su partida. Si confluyen ambas circunstancias, no aparecen las palabras que puedan transmitir a la vez el dolor de la amistad y la dimensión poética de una de las voces más rocosas que ha dado esta tierra. Se nos ha ido como del rayo Juan Jiménez, con quien tanto quería. Tengo que acudir a las palabras de Miguel Hernández para asegurarme de que estos renglones son capaces de aproximar la figura del poeta a la tremenda realidad que es su silencio. Como decía una gran poeta al conocer la triste noticia, escasean las palabras precisamente en el territorio en el que Juan Jiménez tenía la vitola exacta para convertir en grafismos lo más profundo de los seres humanos, una capacidad para codificar ese aire del sur que siempre lo acompañó.
Caminó la senda poética trazando un Itinerario en contra para ponerse siempre al lado de la verdad poética, que es el extracto sublime de todas las verdades. De ese viento sur que eran sus manos de poeta surgieron algunos de los versos más hermosos y certeros de nuestra poesía, versos que serán un retrato del sufrimiento de nuestra gente, que fue siempre su dolor permanente. Su poesía no es comprometida, es el compromiso mismo. La herida que deja su ausencia en nuestra literatura es una de las más tremendas que recuerdo. Cuando, hace unos años, tuve que escoger cien poemas suyos para la antología Traigo viento en los ojos, lo tuve muy fácil, porque era imposible cometer errores, cualquier poema que escogiese tomaba peso de insustituible; al mismo tiempo, fue una tarea muy complicada, porque los centenares de poemas que quedaban fuera tenían exactamente el mismo peso que los elegidos. Quienes conocen su obra me decían, según gustos, que faltaba tal o cual poema; al preguntarles cuáles tenía que quitar para incluir los que se me proponían, se rendían ante la evidencia de que pocas veces se encuentra una obra poética tan igualada en la cima.
El tiempo hará el resto. La obra de Juan Jiménez es una semilla que ha sido plantada y que crecerá a medida que tome más y más distancia, porque al final sus temas centrales son eternos: la justicia y el amor. La muerte jamás aparece en su obra, al menos en la que está publicada. Será porque los grandes poetas nunca mueren. Descansa en paz, amigo poeta.
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(Este texto fue publicado en la edición impresa de Canarias7 el sábado 12 de enero).
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