La medida del tiempo (Borges nos asista)

«…No he de salvarme yo, fortuita cosa
de tiempo, que es materia deleznable».
El reloj de arena. Poema de Jorge Luis Borges

Ya que hoy es 29 de febrero, hay que decir que existe cierta confusión sobre los años bisiestos, y es creencia general que son cada cuatro años, y que en nuestra época coincide siempre con el de la celebración de los Juegos Olímpicos. La RAE, a pesar de lo que presume, no es muy explícita, pues define así: «Año bisiesto (o año intercalar). Año que tiene 366 días en lugar de 365, en el que febrero tiene 29 días en lugar de 28; se repite cada cuatro años, excepto cuando el año acaba en dos ceros». Si nos fijamos solo en esta definición, nos extrañaremos de que el no muy lejano año 2000 fuese bisiesto, pues tendría que no haberlo sido porque acaba en dos ceros. Pero la respuesta está en que las excepciones tienen que cumplir, además de lo que dice la RAE, otras normas de divisibilidad, que es una solución que dio el calendario gregoriano en el siglo XVI por la conveniencia de ir ajustando lo más posible la medida del tiempo con el cosmos. Es decir, el año 2000 fue bisiesto, como también lo fue el 1600, pero no lo fueron 1700, 1800 y 1900, y no lo será 2100. Si escarbamos archivos, veremos que en 1900 se armó una polémica al respecto comparable a de si ese año era el último del siglo XIX o el primero del XX, que re repitió cien años después.
borrrges.JPGPor otra parte, el calendario que venía de Julio César fue rectificado por el católico pontífice Gregorio XIII en plena resaca de cismas religiosos. Los países del norte tardaron siglos en adoptarlo porque provenía de Roma. Poco a poco triunfó la lógica científica y se unificó la medida del tiempo, pero se hizo de distintas formas, unas de golpe y otras de forma paulatina, lo que dio lugar a situaciones muy pintorescas, como la de Suecia, donde hubo un año en el siglo XVIII en el que, para avanzar en la actualización, se añadieron dos día a febrero. Es decir, en Escandinavia hubo gente que vivió un 30 de febrero, aunque hay quien mitifica el asunto al afirmar que ese fue el día en que nació el bíblico Job, que este maldijo ese día y por ello no existe. Está claro que su maldición no se cumplió al cien por cien, y ya es atrevido armar ese mito cuando este patriarca, de haber existido (puede que solo sea un mito), vivió milenios antes de los calendarios juliano y gregoriano. En realidad, las nuevas formas para medir el tiempo, los relojes atómicos, han dejado antiguos todos los calendarios, pues, periódicamente añaden un segundo para ir al compás de la pérdida de velocidad del rotación de La Tierra; esto sucedió el pasado 30 de junio de 2015. Como la vida humana es muy corta, no damos importancia a ese día que se añade cada 29 de febrero, pero al hacer números nos daremos cuenta de que, si quitamos ese día cada cuatro años, cuando se hayan sumado 1.461 años, habrán transcurrido 1.460 de los nuestros, un año cada quince siglos. Como Borges dice que el tiempo es materia deleznable, tal vez nos diría que hoy, 29 de febrero, estamos viviendo un día que en realidad no existe. O sí, o… yo qué sé…

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