El respeto
Sobre la religión -cualquier religión- se ha dicho de todo, desde que es una fuente de valores eternos a que es el opio del pueblo. Como en tantas otras cosas, los maximalismos conducen siempre a callejones sin salida, y tan fanático es el que se juramenta religiosamente más allá de los límites de la cordura como el que se atrinchera en la racionalidad inocua que sólo admite lo que cabe en la ciencia conocida.
Desde el fanatismo que ha conducido a cruzadas, guerras santas, odios seculares y creencias unívocas, hasta la coexistencia de diversos credos, ha habido y hay de todo. Es indudable que uno se alista en lo segundo, y ha renunciado hace mucho tiempo a debatir algo tan íntimo, tan personal, como las propias creencias, que incluso tienen matices individuales dentro de un mismo credo genérico.
Por eso, cuando se habla de religión, hay que reclamar, ante y sobre todo, respeto. Y al mismo tiempo respeto para los no creyentes, porque todo ser humano tiene su manera de enfrentarse a lo irracional.