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Vattimo

aZ.jpgUn amable comunicante me sugirió ayer que dedicase uno de estos comentarios a Gianni Vattimo, filósofo italiano en la órbita de las universidades americanas y padre de lo que se ha dado en llamar «Pensamiento débil».
Más que entrar al trapo, echo balones fuera, porque conozco un par de libros de Vattimo y, francamente, salvo haber sido uno de los acuñadores de la postmodernidad, poco más allá puedo ir, porque se mueve entre bastiones muy fuertes, del tamaño de Nietzsche, Heidegger y Orwell, una veces para explicarlos, otras para epigonarlos y las más para contradecirlos, casi siempre con argumentos que, a mi modo de ver, no son demasiado consistentes. Parte de la idea de la no existencia de Dios, pero luego se echa en brazos de la filosofía cristiana (lo cual puede no ser una contradicción aunque a primera vista lo parezca).
Como se ve, para entrar en este tema en profundidad hay que ser un especialista, y es evidente que sólo soy un diletante que simplemente lee e interpreta, pero sin escuela, rigor ni línea académica. En cualquier caso, tengo que decir que no acabo de fiarme de intelectuales como Fukuyama, Chomsky y el propio Vattimo, que al amparo del dinero de las fundaciones norteamericanas llevan años anunciando «el fin de la historia». Es como creer en Cioran, predicador impenitente del suicidio, que murió de viejo a los 86 años. Aquí queda el espacio para quien quiera entrar, porque como dijo aquel, yo soy el carpintero y sólo estoy arreglando el confesionario.

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Vete fuera y serás grande

28.jpgAyer fui al dentista y en la sala de espera estuve hojeando las publicaciones pasadas de fecha que siempre hay en las consultas de los médicos (dicen que no ponen las actualizadas porque la gente se las lleva). El caso es que había una caterva de revistas y suplementos de periódicos canarios, y pude comprobar, una vez más, que en Canarias sólo se respeta a quienes salen fuera, da igual lo que hagan. Las portadas de estas publicaciones estaban ocupadas sin excepción por canarios y canarias ultramarinos. Los únicos personajes canarios domiciliados que aparecían de vez en cuando en una portada eran políticos (que se repiten) y caras mediáticas, siempre de la televisión.
Algunos de estos personajes merecen esas portadas, porque tienen un gran nivel en cualquier parte: una medallistas olímpica, un campeón de europa de fútbol, figuras reconocidas internacionalmente en distintos campos (Chirino, Blahnick, Suárez del Toro…) Pero la inmensa mayoría son simplemente flor de un día, o de mucho tiempo pero que sólo tienen relumbrón en Canarias precisamente porque viven lejos (eso de que triunfan está por ver). Luego hay aquí otras personas que incluso son mejores y que se parten la crisma trabajando y nadie les reconoce nada. Y esto pasa sobre todo en el mundo de la cultura.
El mensaje es bien claro: si quieres que te reconozcan en Canarias, vete fuera, y vienes a Canarias buscar subvenciones, a recibir galardones y a cobrar cachés. Ya lo decía mi abuela: «Entre todos la mataron y ella sola se murió».

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Premios, santones y otras corruptelas

Sabater.jpgOctubre es el mes por excelencia del mercado de los premios literarios. Se fallan los Premios Nacionales y, salvo contadas excepciones, los galardones vienen a recaer en los nombres de siempre, después de una buena batida mediática que acaba por convencer a los jurados. Ya tuvimos la muestra cuando se empeñaron una y otra vez en los Cuadernos de Nueva York, de José Hierro, o la perreta que cogieron hace un par de años con Caballero Bonald, y ahora mismo con ese empeño en convertir el libro de Millás, El mundo, que también fue Premio Planeta el año pasado, en el no va más. Eso es muy peligroso, aunque no tanto para Millás, que ya es un autor consolidado, pero tengo memoria de la locura que se tejió alrededor de los primeros libros de Luis Landero, Javier Cercas y mucho antes con el niño-prodigio Juan Manuel de Prada. El globo se desinfló.
Hagan un listado de los nombres literarios españoles y latinoamericanos y verán que se rotan en la obtención de la media docena de premios grandes que hay en España (Alfaguara, Planeta, Biblioteca Breve, Herralde, Nadal, Primavera, Azorín, Torrevieja…), que se mueven alrededor de grandes editoras que a su vez tienen sus movimientos de traslación en los grandes medios. Son círculos concéntricos y viciosos que se repiten, lo cual no quiere decir que entre tantos libros y premios no haya alguna novela buena o un excelente poemario, e incluso puede que sea excepcional, como ocurre con El Jinete Polaco, de Muñoz Molina, pero no es la norma.
Cada vez que vaya a fallarse uno de esos galardones, hagan cuentas y miren a ver a cuáles de esa veintena de nombres le falta ese premio, y entre ellos andará el juego. Por ejemplo, todavía no tienen el Planeta Almudena Grandes, Rosa Montero o Vicente Molina Foix, y por lo tanto están al caer. Y da pena que, por ejemplo, este año se hayan presentado más de 500 novelas, cuando todos sabemos que son premios pactados. Y también da pena que figuras tan prestigiosas como Pere Gimferrer, Alfredo Bryce Echenique o Alvaro Pombo pongan sus nombres en el jurado, tragando con el sistema mercantilista y comercial de la editora. Hace un par de años Juan Marsé montó un pifostio porque denunció todo esto desde su condición de miembro del jurado del Premio Planeta, aunque creo que lo hizo mal y tarde, después de haber participado en la puesta en escena durante años, seguramente porque en esa edición no pudo sacar a alguno de su protegidos.
Con los demás premios sucede lo mismo, y vemos cómo se repiten Lorenzo Silva (por cierto, tampoco tiene el Planeta, añadan ese nombre), el mencionado Millás, Lucía Echevarría o Espido Freire. Y también da pena ver cómo se suben a la noria del dinero fácil nombres que uno respetaba como el de Fernando Sabater. Lo que más gracia hace es que en vísperas del fallo de este premio siempre suenan nombres mediáticos de personas que nunca han escrito un libro. Hace unos años se hablaba de Jesús Hermida, en otra edición salió el nombre de Mercedes Milá y este año entraba en las quinielas la periodista Angels Barceló, que es fantástica en la radio pero de la que no conozco ni una sola línea publicada.
Está claro que no estamos hablando de literatura, sino de negocio editorial, y los premios Nacionales forman parte de esa rueda, en la que las grandes editoras y grupos mediáticos se reparten los premios entre los de sus cuadras. Nadie que no haya publicado en esas grandes editoras tiene la más mínima posibilidad de entrar en la discusión del jurado, y mucho menos de conseguir el premio.
Con el Nobel pasa lo mismo. Es triste ver cómo el Premio Nobel de cualquier modalidad recae siempre en personas e instituciones que han hecho algo grandioso en su campo: médicos que descubren el virus del sida, físicos que indagan en descubrimientos que nos harán avanzar y personalidades que se han entregado a luchar por la paz. Con el de Literatura siempre es un mercado persa, que si le toca a alguien en lengua francesa, que toca un escritor del Tercer Mundo, que si los suecos le tiene manía a los americanos y hace casi dos décadas que no le dan el Nobel en esta disciplina, dejando atrás verdaderos pilares de la literatura contemporánea.
Suenan siempre nombres mediáticos, aunque sean buenos. Algunos incluso son mediáticos por razones externas a la literatura, como es el caso de Milan Kundera, un autor que está bien, pero que a mi parecer está sobredimensionado, y que se hizo famoso porque escapó del Telón de Acero, y en Occidente lo convirtieron en una estrella. Ahora resulta que tal vez no sea tan inmaculado como parecía, y haya sido un delator en su juventud, como Grass fue miembro de la SS y Cela censor en el régimen franquista. Eso no importa, el caso es que sea mediático o sea suceptible de serlo.
Por eso, cuando medimos los prestigios tal vez no estemos siendo justos. Hay etiquetas para todo: Dan Brown es un mal escritor que vende mucho, Coelho y Bucay son los oráculos de la gente que anda perdida y busca salidas fuera de la lógica, Vázquez-Figueroa es un mero autor de aventuras…
Y al mismo tiempo resulta que este o aquel nombre es la quintaesencia de la literatura aunque sus libros no los entienda ni él. Todavía sigo preguntándome veinte años después por qué han sacralizado a un escritor como Juan Benet, que fue capaz de confesar que no le extrañaba que la gente se aburriera leyéndolo ya que él era incapaz de corregir las pruebas de sus libros porque se dormía. La culpa no es suya, sino de quienes lo convirtieron en santón.
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(Este artículo se publica hoy en el suplemento impreso Pleamar del diario Canarias7).