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Agüita con lo que viene

Ha llovido tarde y mal, porque, como suele ocurrir últimamente, el cielo se viene abajo cerca de la costa, donde no hay embalses ni forma de hacerlos, y, además, no descarga en las cumbres, que es donde se filtra el agua necesaria para alimentar la capa freática de los nacientes. La semana anterior fue el Día Internacional del agua, y en Canarias seguimos hablando de postureos varios, palabras sin contenido y proyectos que nunca acaban de realizarse, pero, también como siempre, cada cual tira de la brasa hacia su sardina y ya la Divina Providencia proveerá, si lo tiene a bien, aunque, por su nombre, debería hacerlo. Porque, está claro, agüita con lo que viene.

 

 

La escasez de agua en Canarias no es de ahora, se trata de una cantinela permanente durante nuestra historia, y en unas islas el problema ha sido más determinante que en otras. Las islas occidentales han podido ir sobreviviendo, porque su altitud y su vegetación boscosa lo permitían, bien es verdad que, con mucha inteligencia, con la horadación de galerías y pozos, que hacían aflorar el agua que se conservaba bajo tierra. Pero esas esperanzas eran menos en las dos islas más orientales, porque, al ser más bajas, apenas recibían lluvias que traía el alisio en forma de nubes y que eran literalmente ordeñadas por los árboles en altura. Al no haber bosques, no había lluvias, y han tenido que conformarse con los temporales de suroeste, rabos de ciclones atlánticos (como diría el gran escritor conejero Félix Hormiga), que a veces destrozaban más que beneficiaban.

 

 

Por eso, en Lanzarote ha existido siempre la cultura del aljibe, aunque a veces no fue suficiente y las sequías generaron grandes hambrunas y tremendas emigraciones, a otras islas o fuera de ellas. En Fuerteventura, la previsión estuvo en las gavias, aunque ambas islas compartieron imaginación con las gavias (un invento de gran ingenio y de esto sabe mucho otro Hormiga, Marcos, majorero y magnífico escritor), las maretas y los aljibes. Y así, cada isla con su drama y su ingenio, pues ya conocemos cómo el agua decidió incluso la derrota de los bimbaches herreños cuando los normandos de Jean de Bethencourt descubrieron el secreto del Garoé, el árbol que destilaba agua de la niebla. Esto no es leyenda, es historia, por eso digo que el agua en Canarias siempre ha sido una necesidad rodeada de incertidumbre. Ahora, que se anuncian tiempos complicados por el cambio climático, habrá que sentarse a pensar, digo yo.

 

 

En Gran Canaria, La Palma y Tenerife (ahora en emergencia hídrica) la imaginación isleña se valió de las galerías, los pozos e incluso de obras hidráulicas decisivas, que cambiaron el agua de vertiente geográfica, como la realizada en las cumbres grancanarias inmediatamente después de la conquista en lo que hoy conocemos como el Barranco de la Mina. Siempre el agua, que ha sido incluso tema etnográfico y social en la literatura, pues, en 1966, el escritor gallego Juan Farias fue finalista del Premio Nadal con la novela Los buscadores de agua, cuya acción transcurre en la isla de La Palma (Farias se documentó personalmente), en torno a la apertura de pozos y galerías, una novela que tuvo buena aceptación en La Península, pero que en Canarias pasó desapercibida, aunque hay una edición realizada por el Gobierno de Canarias a comienzos de este siglo, con motivo del 20 aniversario de nuestro Estatuto de Autonomía. Farias se pasaría en los años 70 a la literatura infantil y juvenil, con gran éxito, y fue reconocido en España y en el extranjero.

 

 

En este tema tomó el testigo Alfonso García Ramos, un gran periodista y novelista tinerfeño, desaparecido prematuramente en 1980. No voy a extenderme en los logros de este gran autor, tanto en periodismo, docencia periodística o literatura, pero dejó huella y marcó caminos. En 1970 obtuvo el Premio Benito Pérez Armas con Guad, una novela realista y social que denuncia las injusticias y penalidades de quienes trabajaban en galerías y pozos en busca del agua.  Como se ve, el agua es una constante en cualquiera de los sectores de Canarias, porque es la que decide sobre la vida y la muerte.

 

 

En Gran Canaria, en la posguerra se apostó por las presas a lo grande, aprovechando la hondura de nuestros barrancos, pero tal vez no se planificó bien porque la presa de Soria, equivalente a la mitad de la capacidad hidráulica de la isla, nunca se ha llenado desde su terminación en 1972; dicen que, para que eso sucediera con las actuales canalizaciones de recogida, tendría que venir el diluvio universal. O se pasaron o no previeron la forma de llenarla, pues no basta decir que llueve poco cuando se emprende una obra de esa envergadura. El caso es que se trató de resolver el problema del agua con potabilizadoras, que ya sabemos que funcionan con petróleo y pagamos por ellas un tremendo peaje medioambiental en las costas que reciben toda la sal que extraen del agua marina.

Así que, estamos en una encrucijada, porque ahora en Canarias no viven unas cuantas familias adaptadas a la miseria de su entorno. Ahora pasamos de dos millones de personas y se necesita una planificación seria y urgente, que contemple el uso del agua, que evite las pérdidas en las canalizaciones, que se estudie qué cultivos serían los más adecuados (en eso vamos a la contra hace décadas) y que se piense Canarias, aunque por lo visto nuestra capacidad solo sirve para inventarse piscinas, campos de golf y turistas que abren el grifo y vacían el lago Michigan para lavarse los dientes. Tal y como se están haciendo las cosas, tal vez sería un hallazgo que alguien empezara a hacerlas exactamente al revés. Agua, energía, territorio, población, turismo, bosques y agricultura no pueden pensarse por separado, pues conforman un entramado interdependiente. De momento no veo que se piensen ni siquiera de una en una. Menos mal que en 2030 seremos sede del Mundial de fútbol.

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Meditaciones y mediatizaciones

En 1873, Amadeo de Saboya devolvió la corona que había ceñido dos años. En España se dan situaciones muy pintorescas, ya que a este rey fueron a buscarlo y lo coronaron unas cortes republicanas emanadas de la revolución de 1868 que derrocó a Isabel II e instauró la I República. Al irse, Amadeo envió una carta a Las Cortes en la que venía a decir que los males de España son las inacabables rencillas entre españoles. En 1912, Antonio Machado publicó en su libro Campos de Castilla un poema que acaba con estos versos romanceados: «Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios./ Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón». Se quedó corto el poeta, porque te hielan el corazón las dos, que a su vez se multiplican enfrentadas como las cabezas de la hidra mitológica.

 

 

Y así es España, una y otra vez, porque, cuando se estableció la mencionada I República, no hubo forma de ponerse de acuerdo en si federalista o unionista, y encima había disparidad de criterios en la distribución territorial, en las atribuciones de cada estamento… En casi todo, y el colmo es que el color malva de la bandera pretendía ser el rojo carmesí de Castilla, como unificadora, pero un mal tinte o una imprenta defectuosa lo convirtió en malva, y así lo dejaron para más adelante. Muy español.

 

Por si hubiera poco pifostio, hace unos años España volvió a sus esencias, buscando camorra porque así lo manda su ADN. El Tribunal Constitucional, cómo no, abrió otra escotilla declarando inconstitucional la ley catalana de 2010 que prohíbe las corridas de toros. Claro, uno se pregunta enseguida por qué se anula la ley catalana y no la canaria de 1991 que tiene las mismas consecuencias. La respuesta es técnica, y por lo que se ve, por una vez los canarios hemos sido más avispados, porque la lidia de toros está reconocida legalmente como patrimonio cultural de España y es por lo tanto competencia del estado central. Ninguna comunidad autónoma puede prohibirla, y lo que hizo Canarias fue proscribir «la utilización de animales en peleas, fiestas, espectáculos y otras actividades que conlleven el maltrato, la crueldad o el suplicio de estos». Es decir, la consecuencia es que no es posible realizar corridas de toros, pero no se veta expresamente, porque hacerlo anularía la ley por inconstitucionalidad. Ya dice el refrán que el que hizo la ley hizo la trampa.

 

El caso es que, de una manera o de otra, siempre hay alguien, con mucha, poca o ninguna razón, que está levantando liebres, abriendo debates interminables e inútiles y crispando por cualquier motivo real o inventado. Da igual que el tema sea financiero, deportivo, artístico, gastronómico o de cualquiera otra índole; siempre acaba convirtiéndose en un asunto político. Al final, por desgracia, el rey Amadeo y Antonio Machado siguen teniendo razón. Y, la verdad, es agotador.

 

Permítaseme insistir en el símil cinematográfico, pero es que esto se parece cada día más a una película del Oeste. Nos habían dicho que el nuevo sheriff era Obama, le sustituyó uno de pelo color calabaza, y más tarde otro al que le patinan las ideas. Y les ha salido un competidor en Putin, que ya ha disparado contra las botellas del saloon, dice que como advertencia, que de momento no piensa matar a nadie, aunque haya miles de muertos en Ucrania y en la propia Rusia; pero los vidrios rotos, además de que han puesto perdido el suelo, han hecho algunos cortes entre la clientela, que no sabemos todavía qué gravedad revisten. En España, al Gran Ranchero algunos de sus cow-boys le han salido rana, porque se han puesto de acuerdo con los cuatreros para robar caballos, mientras se acercan al pueblo los ovejeros que anuncian que van a formar bronca. No se sabe si serán buenos con el revólver pero aseguran que tienen mucha munición. Y en Canarias igual, es Dodge City, una ciudad sin ley; hay tiros a mansalva; algunos se escuchan hasta en Madrid y más allá, pero la mayoría no se oyen porque van con silenciador, aunque dan mal olor porque los pistoleros a sueldo han recargado sus cartuchos con excrementos (sin perdón).

 

Llegados a este punto, parece deducirse que la culpa es de los gobiernos de los dos últimos inquilinos de La Moncloa (mejor llamarlos ocupantes, porque los inquilinos pagan alquiler). Pues ya está. ¿Y el Gobierno de Canarias? Digo yo que, si, por ejemplo, esos recortes llevan a cerrar camas públicas, no se entiende por qué siguen desviando enfermos a hospitales privados canarios, que también cuestan dinero público. ¿Con el dinero que se gastan en desviar enfermos a la sanidad privada no se mantienen las camas y los puestos públicos de trabajo que han cerrado? Me salta al teclado la palabra «privatización encubierta»; dejémoslo ahí, porque como dice un amigo, píquenmelo menudo que lo quiero pa’ la cachimba, y siguiendo el refranero, cuando no es Juana es la hermana, si no es por hache es por jota, una pierna allí y otra en mi tejado, repicando y en la procesión. Más claro, el agua; es decir, blanco y en botella… Entre todos la mataron y ella sola se murió, y en vísperas de la Semana Santa se me han venido a la cabeza estas meditaciones. Como siempre, solo tengo preguntas, no sabemos quién proveerá las respuestas.

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Abel Posse y las estrategias

Da miedo la velocidad con que transcurre el tiempo. Los que vivimos la Transición con los ojos bien abiertos, creímos que, una vez aparentemente neutralizados los famosos ruidos de sable, después del tejerazo (and company), la llegada de los socialistas al poder y la entrada, en 1986, de España en lo que hoy es la UE, podríamos vivir una madurez y más allá de tranquilidad, como pensábamos que vivían los alemanes, holandeses o franceses de entonces. Esperábamos vivir en esa Europa avanzada en la que los españoles  que aborrecen el olor a rancio intentaron alcanzar desde la segunda mitad del siglo XIX, que entonces se llamó regeneracionismo y que basaba ese tipo de vida en la educación y la cultura como base de un futuro más igualitario, lejos de aquella España que venía de las servidumbres caciquiles que nos hicieron perder todos los trenes: el de la Edad Moderna, el de las revoluciones Inglesa y Francesa y por último el de la Revolución Industrial.

 

 

Fue un espejismo, porque ya, a mediados de los noventa, nos dimos cuenta de que todo aquello formaba parte de un proyecto mundial, diseñado para que, en unas décadas, el planeta estuviese en manos de unos pocos. Ya entonces, y justamente apenas cayó el Muro de Berlín, Alemania y el resto de los países europeos avanzados dejaron de ser ese ideal paraíso del Estado del Bienestar. Entonces empezó a hablarse de globalización, y recuerdo unas declaraciones de Felipe González a finales de los 90, en las que decía que el debate sobre subirse al carro o no era inútil, porque ya era un hecho irreversible y lo que habría que plantearse es cómo encajar en ese nuevo sistema que se impondría lenta pero inexorablemente en todo el mundo, especialmente en Europa y América.

 

Por entonces visitó la isla de Gran Canaria el escritor y diplomático argentino Abel Posse, que en aquellos momentos era embajador de su país en Praga. Posse fue un magnífico novelista, que llegó a obtener el Premio Rómulo Gallegos por su novela Los perros del paraíso, que se concedía en Venezuela y era hasta no hace tanto el máximo galardón que podía alcanzar un novelista en nuestra lengua. Vino en calidad de escritor a dar unas conferencias literarias, pero no podía separarse de su condición de observador de la política en primera línea, pues trabajó en muchas embajadas y luego ya fue embajador en Israel, Praga y otros destinos de primer orden, hasta su retirada en los albores del siglo XXI. Si bien gozó de una estimable popularidad en aquellos años, su obra se ha quedado un poco oculta por esos azares editoriales, pero puedo garantizar que es uno de los grandes nombres de las letras en español en el siglo XX.

 

Tuve ocasión de hacerle una larga entrevista, siempre literaria y cultural, pues la advertencia inicial fue que, en su calidad de embajador en Praga, no entraría en asuntos políticos. Y así fue. Pero luego hubo una sesión de fotos con Tato Gonçalves, unos cafés y tal vez algo más, y se le soltó la lengua, siempre bajo la petición de que no hiciéramos uso de lo que nos contaba. Aquella entrevista sí que habría tenido un gran valor, pero era impublicable. El escritor y diplomático cogió el hilo y nos tuvo enganchados a su palabra varias horas. En momentos nos parecía muy informado, pero en otros nos contaba tales cosas que Tato y yo nos mirábamos con cierta incredulidad, porque lo que decía era tremendo y apocalíptico, y parecía que muchas de sus predicciones eran fruto de la tópica verborrea argentina.

 

Dijo cosas tan interesantes que, cuando llegué a casa las anoté en una libreta. Lo hice casi en broma conmigo mismo, pero el tiempo me ha hecho saber que aquellas notas eran profecías mucho más exactas y concretas que las de Nostradamus. En realidad, no era un profeta, era un hombre muy inteligente que escuchaba aquí y allá, como el que se pasea por una mesa de póker y ve a hurtadillas las cartas de todos lo jugadores. Era un auténtico oráculo; lo que el vislumbraba en 1995, sabiendo el juego de muchas cancillerías, se ha ido cumpliendo casi matemáticamente, desde los atentados de las Torres Gemelas, las futura Guerra Santa instigada desde países árabes, las crisis financieras, el caos de América Latina o el cambio climático. Hasta nos habló de que antes de 2010 llegaría a la Presidencia de Estados Unidos alguien diferente, fuese afroamericano, hispano o una mujer, como coartada de un cambio para seguir haciendo lo mismo. Cuando supe que Obama se presentaba a las elecciones tuve la seguridad de que ganaría y de que Abel Posse podría haber escrito el futuro.

 

Si lo cuento ahora es porque el gran escritor falleció en 2023, y, además, la mayor parte de sus profecías, se han cumplido. Estamos en el caos que no podíamos imaginar hace 30 años, y desde luego existe en mi generación y en las aledañas la sensación de que nos timaron, y encima azuzan a las nuevas generaciones para acusarnos de que somos unos vendidos. Muy triste, lo vemos cada día en las redes sociales. Por eso, cuando veo a donde nos lleva la política, siempre cabalgando la mentira y la manipulación (no salvo a nadie), y habiendo constatado que todo este deterioro obedece a una estrategia (no es una conspiración) de quienes mueven el mundo, tiemblo cuando recuerdo al escritor argentino cuando nos decía que una posibilidad de amarrar cabos sueltos podría ser paralizar el planeta unos meses, bajo una amenaza cualquiera (enumeró varias). Cuando Pedro Sánchez cerró el país en marzo de 2020, volví a acordarme de Abel Posse, y a estas alturas puedo creer cualquier cosa. Que conste que tengo todas las vacunas contra la covid-19, porque sigo siendo un escéptico de las conspiraciones, pero empiezo a considerar posibles las grandes estrategias.