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A lo mejor hasta llueve

El invierno está pasando de puntillas, aunque veamos en los telediarios nevadas y escorrentías en otras comunidades españolas. Las cifras de lluvia de este invierno 23-24 en Canarias son muy duras, su ausencia baja a lo más ínfimo desde que tenemos registros, aunque no me extrañaría que, perdidos en esos recovecos de la historia, haya habido algunos inviernos tan pobres en agua como este, y sí que hay documentación que indica que, alguna vez, bajaron a La Virgen del Pino a la Catedral de Santa Ana en procesión rogativa pidiendo lluvias. Aparte de que el cambio climático y el fenómeno El Niño estén haciendo de las suyas, los que ya nos hemos dejado más de un pelo en la gatera oímos en nuestra niñez hablar de “El año de la seca”, que también es el título de una novela de Víctor Álamo de la Rosa, que es una licencia literaria puesto que su argumento nada tiene que ver con la ausencia de lluvias. Y siempre se invocaba tal año como un tiempo muy lejano y hasta se convirtió en una expresión que definía un tiempo distante y anterior, como el año de la pera, del cólera, de la reconquista o de Maricastaña.

 

 

Sé que los años 1949 y el siguiente fueron muy secos en el conjunto de España (y muy fríos, curiosamente), y también en Canarias, pero ignoro cuánta agua recogieron los pluviómetros, pero sí que fue una gran ruina agrícola en tiempos en los que en gran parte se sobrevivió en España gracias a las sobras del Plan Marshall, que nos limosnearon casi de tapadillo para no hacer mucho ruido, porque lo que entonces se llamaba “El Mundo Libre” ya había decidido que Franco muriese en la cama, se hacía el camino para el ingreso de España en la ONU (1955), puesto que era un territorio que la OTAN necesitaba… Pero esa es otra historia. También es sabido que la década 1910-1920 fue especialmente seca en Canarias; generó tanta miseria que fue uno de los detonantes de la masiva emigración a Cuba (la del medio siglo fue la de Venezuela). Incluso, podemos recordar algún año en el que no llovió en invierno, pero en primavera hubo lluvias copiosas en abril y mayo, como no se recordaban en esas fechas. Así que, la esperanza es lo último que se pierde.

 

 

Es evidente que estoy tratando de eludir el uso de la palabra que define a los antifaces sanitarios. Como su impronunciable nombre indica, esas tapabocas profilácticas han salido más-carillas de lo que en realidad costaban. Está el patio muy alterado, y empezamos a temer que hayamos coincidido en la cola del cine o del ferry con alguna de las personas cuyos nombres están expandiendo lo ventiladores y alguien haya hecho una foto. Ya estamos otra vez, o la misma, don Antonio Machado, charanga y pandereta a todo tren, y está en su salsa “esa España inferior que ora y embiste, cuando se digna usar la cabeza”. Los curas se han quitado la careta y, los más entusiastas, quieren resucitar a Franco, que, dicen, salvó a La Iglesia Católica, no solo de España. Ya me imagino a Pío XII siguiendo las directrices que el Centinela de Occidente le dictaba desde la habitación del Palacio de El Pardo en la que nunca se apagaba la luz.

 

 

Ahora, los curas ultracatólicos, rezan para que el Papa Francisco se reúna con Dios lo más pronto posible. Pocas veces asistimos a un disparate mayor, pues se supone que los creyentes deben seguir la estela que marca el obispo de Roma, y no al revés, marcarle los pasos como imaginan que hacía el ocupante del El Pardo durante casi 40 años. Estos curas toledanos se permiten hasta hacer bromas macabras, pues si se pasan el día orando y embistiendo como dice Machado, consideran que no oran con suficiente fuerza, y se parten de risa. Todo muy severo y recogido. Parece que Dios no los escucha, debe de estar en otra cosa, que desconocemos, por aquello de que sus caminos son inescrutables. Si no fuera por eso, el papa Bergoglio hace tiempo que estaría en esa Argentina de algodón con Gardel, Evita, Borges y Maradona. Y, la verdad, el Papa Francisco me cae bien, porque creo que de todos los que he conocido (y van 7) es el que más se asemeja a la imagen evangélica de Cristo, hombre antes que cualquier otra cosa. Es el más pontífice de todos, siempre trata de construir puentes, aunque me parece que clama en el desierto. Más incluso que Juan XXIII (perdón, que ya es santo), quien, seguramente por la artrosis, no se bajaba de la silla gestatoria. Francisco va en silla de ruedas, como cualquier otro ser humano.

 

 

Estos curas tan dados a orar por cosas muy raras, deberían hacerlo para que llueva, pero eso a ellos no les importa, porque se han metido en una película que me parece que no tiene un buen final. También podrían rezar para que algunos arcángeles ociosos se pusieran las pilas y se ocuparan de detener el abandono de los ancianos, los baños de sangre contra personas inocentes e inermes, la soledad de los sin techo o la violencia sistemática contra las mujeres, aunque esto último no les parezca que existe, y me baso en las barbaridades que salen de los púlpitos. Les aseguro que, si el Jesucristo que nos cuentan en los Evangelios (mejor todavía si son apócrifos) se hiciera hombre de nuevo, aparecería blandiendo el látigo con el que echó a los mercaderes del Templo. Solo espero que sobrevivamos a tanta desidia, que dentro del caos las cosas vayan saliendo (las manzanas se colocan solas en el cesto) y que tantos mesías desenfrenados, que andan por aquí y por allá vociferando, se queden afónicos porque estamos hasta el gorro de escuchar fantasmadas. Y ya si eso, quien haya delinquido que apechugue, pero no nos den la murga permanente, que la vida es otra cosa, y a lo mejor hasta llueve.

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El hoyo de Saramago

Cuando alguien dice lo que muchos no quieren oír, lo habitual es que sea tachado de desconocedor de lo que habla (ignorante, por ser claros) y puede incluso que sea acusado de desleal a quien nunca se ha jurado lealtad, o a quien pretende que los demás digan solo lo que a ese alguien le conviene (o cuando no se piensa lo mismo). El caso es que sé que este artículo no va a levantar oleadas de entusiasmo, pero tengo la obligación de decir lo que pienso, porque a veces callar puede convertirte en cómplice de quienes creen que expresarte con claridad equivale a una agresión, o llegan a invocar grandes palabras como traicionar a la sociedad, o más solemne aun, a Canarias.

 

 

No me gusta ser maximalista ni entonar proclamas apocalípticas, pero, si abrimos los ojos y sumamos dos más dos, tendremos que convenir que Canarias está en una emergencia histórica, que va por la cuerda floja sobre un abismo, y, lo más grave, parece que hay una pátina de silencio o que, quienes lo ven entierran la cabeza como las avestruces, porque son partícipes de ese estado, porque no saben cómo salir del laberinto o, todavía más terrorífico, porque creen de verdad que estamos en un gran momento y que todo lo que se diga son especulaciones conspiranoicas. Pero, como en el cuento de Monterroso, cuando despierten, el dinosaurio todavía estará ahí, y si no despiertan también.

 

 

Eso que he dicho en el anterior párrafo, traducido al román paladino, quiere decir que nos estamos yendo al carajo como en ningún otro momento de nuestra historia; no exagero, porque cuando sucedieron las muchas crisis que hemos padecido, el drama afectaba a treinta mil personas, a doscientas mil, y no a todas, y en estos momentos, si se produce el colapso, afectaría a más de dos millones, y solo el 5%, ciento diez mil, estarían en condiciones de largarse tranquilamente a Londres, a Bilbao o a Kuala Lumpur. Pero es precisamente ese 5% el que, desde siempre, ha tenido y tiene la sartén por el mango, y sigue usando en 2024 el mismo sistema que hace cincuenta, cien o trescientos años.

 

 

Todo eso de las urnas y la soberanía popular depositada en el Parlamento, en los cabildos y los ayuntamientos, vigilados por el gobierno central y la Comisión de Bruselas, es la manera de justificar el desastre que los favorece, y nos hacen creer que se llama democracia (que conste aquí que deploro expresamente cualquier aventurerismo político, pues si no me tragué el mensaje a Moisés en el monte Horeb, de una zarza ardiendo sin consumirse -Yaveh-, menos voy a creer a tanto iluminado como anda suelto, venga de donde venga). Solo invoco el sentido común, la lógica elemental, incluso las matemáticas, que ponen en números indiscutibles los vagos discurso con que tratan de enredarnos.

 

 

Decía Saramago que, si te estás hundiendo en un hoyo, lo primero que tienes que hacer es dejar de cavar. Pero aquí cada vez el hoyo es más profundo, y no veo siquiera que se piense en dejar de cavar. Parece que los mesías canarios de la política, la economía y de todo lo demás han sido invocados por un tajinaste ardiendo con un mensaje redundante y por lo mismo muy claro: turismo, turismo y turismo. Por supuesto, es el motor de nuestra economía, lo que pasa es que tira de forma asimétrica, pues la transmisión hace que una rueda tenga mucha fuerza y las otras apenas sirven para dejarse arrastrar, pero aguantan.

 

 

Si digo que cualquiera puede ver -y pudo prever- lo que ahora ocurre, no creo traicionar a nadie, y menos a mí mismo, porque, desde hace más 40 años debo haber escrito centenares de artículos en los que he defendido la diversificación de la economía, he recordado la enseñanza popular de no poner todos los huevos en el mismo cesto. No he sido yo solo, mucha gente ha clamado en el desierto, y lo que hace veinte o treinta años se veía como una hipótesis, ahora es una realidad. Lo más triste es que quienes pudieron cambiar el rumbo de las cosas no movieron un dedo; es más, ahora que no hace falta utilizar la lógica básica para ver el disparate en que estamos metidos, se sigue cavando en el hoyo. Decían que la pandemia era una oportunidad para tratar de cambiar el rumbo, pero desde que empezaron a llegar de nuevo millones de turistas se olvidaron los buenos propósitos.

 

 

No demonizo el turismo, digo que Canarias por su sensible geografía, por su escasez de suelo, por su demografía digna de Indochina, no puede aguantar este ritmo. Es más, incluso pretenden más turistas, más negocio, más pisos turísticos en una tierra en la que la vivienda va camino de convertirse en un drama social, pues ni la compra ni el alquiler de una vivienda digna está al alcance de la mayoría de los habitantes de Canarias. Como botón de muestra, hay un cabildo que está haciendo promoción para que pasen aquí todo el año extranjeros que hacen teletrabajo, que pagan sus impuestos en otro país y pueden pagar alquileres caros porque los salarios de aquí le dan risa a un holandés o a un escandinavo.

 

 

Todos los problemas derivados vienen de ahí, porque los canarios no tienen donde vivir y andamos locos por ser sede del Mundial de fútbol (cueste lo que cueste) porque, dicen, hay que dar visibilidad a Canarias. Si supieran que Canarias es visible para Europa y el mundo incluso mucho antes de que pasara por aquí Cristóbal Colón, no haría falta gastarse tanto dinero en promociones, festejos, ferias y otras atracciones (que ya se han convertido en una peligrosa economía paralela). ¿Para mejorar los salarios, la sanidad, la educación, la vivienda, los servicios sociales y el bienestar del 95% de la población? No; para traer más turismo y seguir cavando en el hoyo de Saramago. Pero que no cunda el pánico, en junio vendrá Marc Anthony a salvarnos.

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Improvisaciones en el Día de las Letras Canarias

Mañana es Día de Las Letras Canarias. Alguno había que poner y se decidió que venía bien la fecha de la muerte de Viera y Clavijo, aunque habría valido cualquier otra fecha relacionada con la literatura y con Canarias. Desde 2006, cada año, se dedica a un nombre clásico de nuestras letras, es decir, muerto, ya que finalmente todos acabaremos siendo clásicos, aquí no va a quedar ni el apuntador. Es una buena costumbre, porque durante ese año se realizan actividades, ediciones y recordatorios de un autor o autora y su obra, y lo decide el Gobierno de Canarias, normalmente en otoño, para dar tiempo a programarlo debidamente; aunque este año esperó al invierno, como si hubiera escasez de nombres, porque es posible que aquello de no tener ni p… idea sobre la identidad canaria sea contagioso y sea un mal general, que ya el Parlamento de Canarias dio alguna muestra cuando aprobó una PNL que proponía al Gobierno que el “literato” escogido para homenajear en el año 2012 fuese el eminentísimo científico Blas Cabrera Felipe. Vamos, como proponer a Manolo Millares como mejor deportista canario del siglo XX.

 

 

Este año han decidido que la figura sea Ángel Guerra, que es el seudónimo (o heterónimo, no lo sé) del periodista y escritor lanzaroteño José Betancor Cabrera, un hombre que, además de su dedicación periodística y literaria, siempre estuvo muy comprometido con temas sociales, y fue benefactor de otros canarios que llegaron a Madrid después que él. Lo que Machado llamaría “un hombre, en el mejor sentido de la palabra, bueno”. Fue, además, amigo de Galdós, y dicen que discípulo, cosa que debe ser cierta, porque afirmó Ramón Pérez de Ayala, otro amigo de Galdós en sus últimos años, que Don Benito era una fuente de sabiduría, aunque no dijera una palabra. De hecho, el escritor que ahora celebramos tomó su nombre literario de uno de los personajes de Galdós.

 

Por cierto, y ya que hablamos de seudónimos y heterónimos, tenemos que hablar de nuestro Rafael Romero, que firmo como varios heterónimos galdosianos (Máximo Manso, El Doctor Centeno), aunque el que ha perdurado es Alonso Quesada, un espejo deformo de don Quijote. Y al hablar de Quesada, me resulta curioso que su nombre se esté ninguneando de alguna manera; es un escritor que la oficialidad ha despachado con alguna escultura y el nombre de un instituto de Secundaria y Bachillerato en la Ciudad Alta, un gran instituto, por cierto, que está empeñado en conservar y expandir la memoria del gran poeta y narrador canario.

 

Traigo esto a colación porque se han celebrado 19 ediciones del Día de Las Letras Canarias, se han recordado autores y autoras de nuestra memoria literaria, pero creo que se ha ido escogiendo por impulsos, sin una coherencia que respete lo que un amigo escritor llama “El orden natural de las cosas”. Fue antes Pino Ojeda que Josefina de la Torre, y Arozarena se adelantó a Agustín Espinosa. Todos son grandes, y lo es el entrañable lanzaroteño Ángel Guerra, y todos merecen ser recordados y leídos. Una celebración así no puede ser elegida al buen tun-tú. Y encima hay ausencias que chirrían. ¿Cómo es posible que, en 19 años, no haya habido un gobierno capaz de señalar a Alonso Quesada como escritor al que dedicarle un Día de las Letras Canarias? ¡Pero si es uno de los “inventores” de la poesía con mayúsculas en el siglo XX y otro tanto en la narrativa!

 

Podría ser que Alonso Quesada, uno de los más grandes en los cinco siglos de nuestra historia literaria, fuese un escritor oculto, desconocido, raro, y que solo aprecian su enorme valor unos pocos escogidos de la secta del agradecimiento y la memoria, capitaneados por Lázaro Santana, Yolanda Arencibia y Andrés Sánchez Robaina. Es que, si no, no se entiende que nuestro Rafael Romero, nuestro admirado e imprescindible autor no haya tenido ya su Día de las Letras Canarias. Es cierto que los homenajeados hasta ahora lo merecen (no sé tampoco por qué Viera y Clavijo fue celebrado en 2006 y luego en 2013), pero tiene que haber un orden, por peso, pero también por cronología. No puede ir antes Espronceda que Lope de Vega. Eso es lo que está sucediendo aquí. Pero a lo hecho, pecho, y lo que se requiere es que este año conozcamos mejor al gran Ángel Guerra, y para años venideros que el Gobierno se asesore, que para eso hay dos magníficas universidades y una muy activa Academia Canaria de la Lengua, además de otras personalidades con conocimiento y criterio. Es que cuando la política se mete a ordenar la cultura sin ton ni son, pasan estas cosas.