1×12 La sinfonía nº 2 de Howard Hanson

De repente quiso sentirse tan inocente como antes. Ya sabes, caminar hasta el siguiente horizonte sin complejos, sonreír con motivos a las flores que crecen cerca del arroyo, desorientarse al diseñar mentalmente la casa que construiría algún día y pasar una noche inolvidable con personas que jamás volvería a ver. Eso sería mágico. Las lluvias de verano habían hablado y no le importó, no le importó en absoluto.

Viviría con un perrito, entre montañas de libros pendientes y promesas de cambios que llevaría a cabo poco a poco. Aprendería a organizarse, a no ahogarse en sus fallos o carencias y reinterpretaría cuantas veces fuese necesario la definición de “éxito”. Compraría una inmensa pizarra en la que escribiría los objetivos del día, del mes e incluso del año. Eso sería genial. Un día cualquiera conocería a alguien que mereciese conocer sus sueños, verdades y detalles. Alguien con quien reír con histeria al rodar por el suelo, alguien a quien despertar a cualquier hora para pasear, formar un equipo y luchar por causas perdidas. Desarrollarían un lenguaje basado en gestos y miradas y así, tal vez, con el tiempo, aprenderían a decirse “te quiero”. Juntos, entre bromas y manchas de café, apuntarían en la pizarra planes, eventos y lugares a los que acudir. No permitirían que las nimiedades del día a día, la gente o el mundo debilitaran algo cimentado en confianza, constancia y verdadero amor. No alargarían lo inevitable más de lo necesario, no dormirían con conversaciones pendientes. Dominarían las cosas y, si fuese necesario, paralizarían el tiempo para poder contar las estrellas. Eso sería maravilloso. Avanzarían entre teorías, rumores y clichés cuya naturaleza reside en negar la realidad que juntos construirían. ¡Ellos demostrarían que sí, que es posible! Pasarían mañanas, tardes y noches debatiendo en una cama largamente meditada sobre las fotos “tontas” que decorarían el cuarto de trabajo y las “serias” que colgarían en el salón. No dudarían de los “nada” que acompañan a los “¿Qué te pasa?”. Se turnarían para preparar té y meditarían el uno al lado del otro. Se querrían tanto que, a pesar de la idoneidad, no se rechazarían cuando, por puro amor, fuese necesario. Más tarde, llenarían los antiguos lugares de reunión con nuevos amigos y frases como “el amor es algo que solamente existe en las viejas canciones de The Eagles. Es una novela barata, una misión casi imposible”. Cuando volviesen a necesitar las partes bonitas de la historia, harían una incursión a otra persona. Tarde o temprano, aprenderían a engatusar con romanticismo y cinismo, eligiendo con cuidado las palabras y componiendo una realidad más que cuestionable. Así, un sábado por la noche, bajo un techo que venga bien, les responderán ensimismados: “Guau, todo eso ha tenido que ser súper precioso”. Y sí, pero no.

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