1×11 Música para meditaciones fallidas

Comienza a escuchar agresivas figuras de trémolo descendientes microtonalmente por debajo de líneas pizzicato desordenadas, producidas al rasgar las cuerdas de treinta violines con púas de guitarra. En la mesa nadie reacciona a la cascada sonora, ríen y gesticulan excéntricamente al mismo tiempo que brindan por las víctimas de la última batalla perdida.

Sí, no hay duda: es La Sensación. Sin perder los nervios, intenta reconectar con la conversación y los protagonistas del último brindis, pero ahora solo puede escuchar una iluminación analógica de una caja de ritmos digital. A su lado, Amanda, con la mirada perdida en un punto inexistente, expulsa por la boca una línea melódica que se fragmenta hasta concluir en un patrón pizzicato de chasquido sincopado. Los camareros siguen deslizándose entre las mesas como locos; avivando la caja de rit… No, ahora es otra cosa. Un momento, ¿arpegios? Sí, pero… No, es el Preludio 1 en Do mayor BMV 646 de Bach. Sí, puede identificarlo entre el pugilato melódico. Nadie interpreta esa pieza como Sandra. Nadie. Lo recuerda nítidamente porque no sabe como olvidarlo. ¿Es ella? La interpretación en cuestión es conservadora y… Un segundo, ¿verdaderamente es ella?

Meses antes, al sufrir lo que no pudo gestionar, se convirtió en una aberración imantada compuesta por impulsos electromagnéticos con la inusual capacidad de rastrear melodías en todas las frecuencias. La explicación nunca tuvo sentido:

— Tu mayor baza para lidiar con esto es autoconvencerte de que tiene sentido —le había dicho semanas atrás un muchacho al que todo el bar llamaba 24—. Ha sucedido, por tanto es real. Ahora bien, puede que el razonamiento idóneo sea menos erróneo que el actual, pero lo que está claro es que la música viaja a tu cabeza.

— ¿Éter?

— Más que descartado.

Dada la naturaleza de la situación, no es descabellado pensar que Sandra usa ese canal —o condición— para contactar con él. Pero, ¿por qué así? Si fuese ella, ¿cómo diablos conoce la existencia de este medio? ¿Es obra suya? No tiene sentido, ¿por qué haría tal cosa? Por un lado, es cierto que la pieza de Bach suena bastante “a ella”; pero claro, ¿y el resto? ¿Acaso está «recibiendo personas»?

— ¿Son reconocibles? Las melodías, ¿son de esas que todo el mundo conoce? —le preguntó 24 aquella noche.

— Muy pocas.

— ¿Algo de Howard Hanson?

— No sé, no conozco…

— ¿El Danubio Azul?

— Pff, sí. Esa sí.

— Mola, mola —dijo el muchacho, sonriendo y mirándole de arriba a abajo—. Joder, no sé… Chiquito asunto tienes aquí, ¿no? Chiquito asunto… ¿Y piensas que ese piano es ella tocando, dices?

— Es que no lo sé.

— ¿Tiene motivos para contactar contigo de esta forma o algo así?

— Todo lo contrario.

— Todo lo contrario, ¿eh? —repitió 24, mordiéndose el labio inferior.

Bueno, pues aún sigue en la mesa; reuniendo intenciones para escapar al servicio e intentar callar, digamos, a Bach. Puede ser Ella o no, pero claramente no es momento para nada de esto. No dice nada, se pone en pie y camina hacia la primera puerta que encuentra al otro lado del inmenso salón. Antes de cruzar el umbral, voltea la cabeza hacia sus acompañantes pero ve Nada: vacío total. Asustado, huye instintivamente hacia adelante; hacia la oscuridad y el silencio.

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