Pedro Guerra, el optimista incorregible
Era poco más de la una de la tarde. Es fácil acordarse porque, entre otras cosas, fue un día de esos, de prisas, de agobios, de tensiones, de alteraciones tontas, de buscar palabras que no ansiaban ser encontradas y plasmadas en el guion. En una de esas el teléfono comenzó a berrear. “Llamada entrante: Pedro Guerra”. Descuelgo, coloco el móvil entre la mejilla y el hombro y sin dejar de escribir respondo con premura mal disimulada: