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“Noria Infernal de los Propósitos de Año Nuevo” tiene un gancho que me encanta, en serio. Verás, es inmensa y está repleta de millones de bombillas que no logran abarcar ni un palmo de la nada que, al menos aparentemente, la envuelve. Gira despacio, a una velocidad apenas perceptible y en silencio. A veces puede oírse el crujir de la milenaria estructura, pero nada más. Nada de música de feria, de carcajadas o signos de alguna atracción en los alrededores. Nada, solo luces y oscuridad.
En el interior de las enormes cabinas de cristales tintados comenzarán a amontonarse —sin clasificación alguna— todos y cada uno de los propósitos de año nuevo que decidamos ignorar, posponer o destrozar a lo largo de la recién estrenada temporada 2023. De esta forma, la Noria Infernal de los Propósitos de Año Nuevo mece los pocos envíos ya recibidos, perfectamente capacitada para remesas sin límite de peso o tamaño. Remesas que no cesarán jamás.
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A medida que se acerca Nochevieja comienzan a componerse ingentes propósitos de Año Nuevo. Los hay de todas las dimensiones, facetas y ambiciones posibles. Depende del tablero y recursos que se decidan usar, claro. En un lado de la mesa toman asiento quienes se impulsan en el primer día del año para estrenarse en la caza de sus renovados objetivos, ya sabes: desarrollar cierta constancia con el deporte, alcanzar una meta profesional determinada, cultivar la paciencia en el día a día, abrirse a la posibilidad de encontrar pareja, aprender a decir “no” (o decirlo más menudo), declinar el uso de mentiras, no apoyarse en excusas... En el lado opuesto están quienes afirman que no importa que concluya o comience un año para proponerse cualquier fin. De hecho, dicen que hacerlo mediante esta vía es algo así como lanzarse de cabeza a innecesarios agobios, martirios y decepciones. Por mi parte, confieso que me encuentro entre estas dos vertientes; sin embargo, por primera vez, este año sí que he escrito con mi puño y letra unos cuantos propósitos para el 2023. ¿Qué significa esto? En primer lugar, siento que sí que existe esa cuenta atrás para completar la lista y, en segundo lugar, que no me gustaría que la Noria Infernal de los Propósitos de Año Nuevo se nutra con mis objetivos.
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El asunto se gestó el pasado viernes 30 de diciembre, cuando fui con Eduardo (@elchicodepapel_) a ver el atardecer en Amadores. Nos dimos un abrazo, nos sentamos frente al mar y hablamos de esto, aquello y de lo otro también. Como si estuviésemos protagonizando un programa-resumen propio de esos días, terminamos haciendo balance del año, señalando qué esperábamos del 2023 y todo eso. Al rato, sacó una libretita de colores variados adornada con flamencos. “Muy bien, amigo. Vamos a apuntar aquí los propósitos para el nuevo año. Pilla este bolígrafo, empieza aquí y después escribo yo los míos”, dijo. En ese instante tenía claro uno bastante genérico; aún así, no tardé en animarme y escribir otro, luego otro y otro. Llegué hasta los 7 u 8, no recuerdo bien. Firmé al final de la página y entonces él comenzó a escribir los suyos. “Está guay porque podemos volver el próximo año —aunque no nos llevemos bien por esas fechas, ¿eh? —y ver cuales hemos cumplido. Como si fuese una tradición”, dije mientras Edu estampaba su firma en el reverso de la página. Tras ello guardó la libreta y, después de estrenar un juego de preguntas y respuestas, nos despedimos.
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Durante el camino de vuelta reflexioné sobre los propósitos que había escrito con Edu. No quiero mencionar ninguno; pero sí diré que todos ellos me recordaron a La Secuencia Infinita de Damián. Se trata de una secuencia que acabo de inventar y que requiere que imagines a un muchacho que lleva por nombre Damián, claro. Verás, nuestro nuevo amiguito imaginario ha decidido seguir una dieta tan estricta como sana a lo largo del año, ¿de acuerdo? Se trata de uno de sus tantos propósitos anuales.
Primer inconveniente que encuentra: la cocina continúa conquistada por polvorones, turrones duros, barritas de chocolate, almendras azucaradas, caramelos y rosquillas. Le resulta sencillísimo caer en la tentación, así que decide posponer su propósito hasta el 6 de enero. Ese día, tras los churros mañaneros y dos pedazos de roscón de reyes rellenos con crema, Damián saca pecho y suelta: “Ahora sí que sí. Ahora toca comer bien. Adiós golosinas, adiós salsas. Buscaré también algunas rutinas de deporte, listas de música chachi y pa’lante”.
Segundo inconveniente que se presenta como por arte de magia: el 6 de enero cae un viernes. Eso significa que el lunes, con las navidades clausuradas, tocará retomar la búsqueda de empleo, el regreso al trabajo o reanudar las extensas sesiones de estudio. Por ello, decide usar estos últimos días para tomar unas cervecitas con Laura, Rayco y Candela antes de “comenzar totalmente en serio”. Ok. Tres días después genera un…
Tercer inconveniente: estima que es mejor “comenzar totalmente en serio” en febrero. “Empezar casi en el ecuador de un mes no es estético, no me motiva. Sí, en febrero me lo tomo en serio desde el día 1, sí.”, piensa. Bueno, pues ni en febrero ni en julio. La Secuencia Infinita de Damián lo es porque se impulsa en supuestos inconvenientes, impidiendo/se cumplir con el dichoso propósito. Nunca hallará un día perfecto para debutar porque siempre acaba provocándose su propio traspiés. Efectivamente, nuestro nuevo amigo imaginario es una de esas personas que facilita un pelín el movimiento de la Noria Infernal de los Propósitos de Año Nuevo.
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El ejemplo de Damián puede extrapolarse a muchas realidades que nacen y florecen por todas partes. Siempre aparecen inconvenientes, justificaciones que nos empujan a procrastinar nuestras obligaciones, deberes o metas personalizadas. Somos conscientes de que no necesitamos cumplir con propósitos ni apoyarnos en otra razón que no sea enfocarnos en nuestro propio Bien para realizar aquello que nos impulsa hacia una mejoría; pero si resulta que hacerlo nos ayuda a preparar el terreno o a dar el primero paso pues, ¿por qué no? Quiero cumplir con mi lista, te aseguro que me sentiré GENIAL si cumplo con todos o con la mayoría. Eso sí, que nadie nos engañe: esto no es un simulacro, mas tampoco es una carrera. Siempre a nuestro ritmo, jugando con las cartas que tenemos a nuestra disposición y, como solemos decir acá, “al golpito”. Al fin y al cabo, la misión de una noria es girar. Feliz año 🙂
Justo lo que a mi me pasa. Lo has ‘clavao’. Me identifico con Damián.
Muy buen artículo. Me encanta
Lo mejor que he leído de este insigne autor.
Me ha encantado.