Pedro Guerra, el optimista incorregible

Era poco más de la una de la tarde. Es fácil acordarse porque, entre otras cosas, fue un día de esos, de prisas, de agobios, de tensiones, de alteraciones tontas, de buscar palabras que no ansiaban ser encontradas y plasmadas en el guion. En una de esas el teléfono comenzó a berrear. “Llamada entrante: Pedro Guerra”. Descuelgo, coloco el móvil entre la mejilla y el hombro y sin dejar de escribir respondo con premura mal disimulada:

— Dime, Pedro.

Octavio, ¿qué tal? —preguntó con total tranquilidad.

Bien, bien. Todo bien, Pedro. Dime.

Vente al despacho cuando puedas. Tengo una cosa para ti.

Voy.

Colgué y tiré para allá. Estaba, efectivamente, en su despacho; hablando por teléfono. “Vengo más tarde, no te preocupes”, le dije con señas. “Calla; es un segundo na’ más, siéntate”, contestó con la cabeza. Me senté en la mesita donde cada día se desgranaban los contenidos del programa, contemplando la panorámica hacia el interior de la isla. Pedro respondía a Vete Tú A Saber Quién Esta Vez con monosílabos mientras jugueteaba con una pequeña estructura compuesta por imanes negros o algo así. Pensé en todo lo que quedaba por escribir: los rótulos, un titular potente para no sé qué cosa que ahora no recuerdo, algo graciosete para terminar una sección, el primer bloque del programa…

Octavio, ¿qué tal? —repitió de repente con el mismo tono apaciguado que dos minutos atrás.  Soltó el móvil y depositó toda su atención en mi entrecejo.

¿Puedo hacerte una pregunta personal?

Puedes preguntarme una pregunta personal.

— ¿Cómo haces para no agobiarte con todo esto?

— ¿A qué te refieres con “todo esto”? —preguntó con verdadera curiosidad.

— A las ciento cincuenta llamadas que atiendes todos los días de gente importantísima, a los viajes que haces, que si dirigir esto, decidir lo otro… ¿No te agobia ser el jefe de todo este embrollo y tener que tomar decisiones complejas o determinantes todos los días? Yo no podría, te lo juro.

— Bueno, yo tampoco podría hacer lo que hacen los compañeros de redacción o de producción, por ejemplo.

Nos quedamos en silencio. Segundos más tarde levantó las cejas y sacó un libro grande de un cajón:

— Lo prometido es deuda —dijo, dándomelo—. “El club de los optimistas incorregibles” de Jean-Michel Guenassia. Es mi libro favorito. Lo estaba ojeando antes y creo que voy a leerlo una cuarta vez, con eso te lo digo todo. Librazo. Li-bra-zo. Léelo y me cuentas.

Me sorprendió, la verdad. Durante semanas me había dicho que andaba tras la pista de una edición de cierto libro para regalármelo. Aún así me pilló por sorpresa.

— ¡Coño! Pero a ver, dame un abrazo, ¿no?

Nos abrazamos.

— Te he escrito una cosa —reveló—. Una frase al principio. Ya me dices.

— ¿Que sí? ¿La leo ahora o más tarde?

— Como tú prefieras —dijo sentándose en su silla—. Es un librazo. Ramón se ha vuelto loco buscándolo. Dale las gracias a él también.

— Le busco y se lo agradezco, claro —le dije, mirando la portada y oliendo el interior—. Gracias, Pedro. De verdad.

— ¡A servir!—soltó—. Tráeme un guion cuando puedas.

Salí del despacho con una sonrisa que me rodeaba la cabeza, sin dejar de observar el libro. Antes de volver al meollo, me detuve a leer lo que dejó escrito: «Los perdedores, a veces, son los que esconden las victorias imposibles. ¡Victorias imposibles! Qué gran contradicción». Nos vemos más adelante, Pedro; en el camino.

=)

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Quiero agradecer a Paqui Sosa y Laura Padilla el leer, corregir y aportar a la elaboración de este pequeño texto. Sin ellas, no hubiese sido posible; como tantas otras cosas.

Un comentario en “Pedro Guerra, el optimista incorregible”

  1. D.E.P. Pedro. La vida te pone pruebas imposibles pero la esencia de las buenas personas no desaparecen. Bonita homenaje escrito y bonito recuerdo. Lo vivido es lo importante.

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