Claudia regresó a la fiesta sin aliento y con el pelo hecho jirones. Con gesto adusto, se abrió paso por el abarrotado salón hasta alcanzar a Elvira, quien hablaba con un chico de 27 años que, como acordarían años después, “parecía Harry Potter tras permanecer 8 años en la presidencia”.
— Ey, hola, ¿qué tal? —soltó Claudia con desgana al muchacho—. Elvi, querida, ¿tienes un minuto, plis?
— ¿Dónde mierdas estabas, tía? —contestó Elvira abriendo exageradamente los ojos—. Voy a arrancarte esos preciosos ojazos que Dios te ha dado, Claudia Gutiérrez. Te los voy a arrancar y me los voy a comer. ¿Dónde y con…? ¿Estás bien?
— Te explico fuera mejor, ¿vale? —respondió Claudia. Entrelazó su brazo con el de Elvira y comenzó a arrastrarla hacia la marabunta. Antes de fundirse en la multitud, se giró hacia el muchacho—. Perdona, ¿eh? Te la devuelvo en nada, promise.
— ¿Qué haces, tía? —protestó Elvira intentando desenredarse sin arrojar ni una gota de su ginebra con limón—. Quita, coño.
— ¿Cómo se llama tu amigo?
— ¿Qué amigo? Le acabo de conocer. Suéltame.
— Bueno, ¿tiene nombre el recién conocido?
— Kevin, creo. ¡Oye!
— Pues Kevin Creo tiene el aspecto del típico hombre que nos daría mucho miedo si fuésemos niñas, Elvi. Madre mía… —espetó Claudia alargando la mano hacia un pack incompleto de Cisk sin vigilancia sobre barra de la cocina—. Ven pa’ acá.
Un rato después caminaban descalzas por Triq il-Merkanti. Sostenían sus respectivos tacones por la línea superior y tomaban ginebra. La única evidencia de vida aquella noche en La Valeta eran los gritos de dos chicas francesas enzarzadas en lo que parecía ser una discusión. Claudia encabezaba la marcha, conteniendo la impaciencia de Elvira con comentarios sobre el frío bajo sus pies, anécdotas disparadas a discreción y cualquier cosa que se le pasara por la cabeza. De esta forma, y después de varios rodeos, llegaron al Fuerte de San Elmo. Una vez allí, torcieron hacia el sur, enfrentaron Triq il-Mediterranean y giraron a la izquierda, bajando las resbalizas escaleras que conducían a la playa.
— ¡No puedes hacer nada contra la ley de los promedios, Gutiérrez! —gritó Elvira al llegar al final de un salto. Había estirado el dedo índice con el que sostenía su copa como si fuese el cañón de una pistola, apuntando al corazón de la joven—. ¡Arriba esas manos y dime que no me has traído hasta aquí para decirme que estás preñada!
Claudia soltó una carcajada a las estrellas y se dejó caer en las piedras, a varios metros del agua. Sacó una Cisk de su mochila y la abrió con una llave.
— ¿Quieres?
— No gracias, seguiré con el veneno. Pero muchísimas gracias, es todo un detalle por tu parte —contestó Elvira haciendo una reverencia y sentándose junto a Claudia.
— ¿De verdad que no quieres una de estas? ¡Tira eso ya, anda! Está más caliente que un pelotazo en la oreja.
— Que no, muchacha. Luego si eso te cojo una.
— Pero que hay más, ¿eh?
— Luego, luego. ¿Sabes, tía? El tío ese, Kevin…
— ¿El conocido que no es tu amigo?
— Ese mismo. Resulta que estaba contándome sobre un libro que iba…
— Oye, que podemos volver si quieres —interrumpió Claudia apurada de repente—, en serio, Elvi. Perdóname porque ni te…
— Si lo dices por él, cierra la boquita y no ladres más, ¿sí? —contestó Elvira con calma. Le dio un trago largo a su bebida, regañó el gesto y escupió—. La cosa es que estábamos hablando de todo un poco, ¿no? Pelis, música y tal. En una de esas comentó que siempre había soñado con ser escritor de novelas largas, pero que no había podido… materializar nada. Que nunca llega a… que nunca llega a terminar ni un borrador, ¿sabes? No sé, como que el hombre se perturba o algo y nunca termina nada, ¿sabes?
— ¿No le gusta lo que escribe, se ve incapaz o qué?
— No lo sé. Bueno, él tampoco sabe porqué. También te digo: no sopesa otra cosa que no sea convertirse en escritor. Ese es otro tema. La cosa es que no sé, me dio pena, tía. Es que me lo imaginé, antes de venir a la fiesta, borrando todo lo escrito durante días, semanas o meses y me dio pena, ¿sabes?
— Coño, pues que empiece por intentar escribir novelas cortas, ¿no se lo dijiste?
— No sé, pero antes de que…
— O por cuentos o artículos de opinión, coño. ¿No le dijiste nada así? “Escritor de novelas largas”. Nunca había escuchado algo parecido.
— Sí, no sé. Bueno, pues antes de que aparecieras coge y me dice que hace un año y pico leyó un libro que lo dejó echo polvo. Como que es buenísimo; y que desde entonces piensa que nunca podrá superarlo, que jamás de los jamases podrá crear algo “tan verdadero”, ¿sabes? Es como que se siente anulado por esos dos frentes. No sé.
— ¿Tiene nombre ese libro tan maravilloso? —preguntó Claudia con verdadero interés.
— No me acuerdo, tía. Dijo que iba sobre un soldado que, durante la Segunda Guerra Mundial, se pone cachondo con los cohetes alemanes.
— Colega..
— Escúchame, literalmente. No es coña.
— Pues joder, chica, ni idea —contestó Claudia. Bebió tres largos tragos de cerveza y reflexionó un momento mientras lanzaba la vista más allá de El Fuerte Rikasoli—. ¿Crees que era una especie de indirecta?
— No. Quiero decir, no creo. Bueno, escúchame. No me interrumpas más. Me dice eso y tal, ¿no? Claro, entonces yo, en un intento por animarle a escribir o algo, le empiezo a recomendar cosas sin tino, ¿vale? Que si este autor, que si aquella autora y tal. ¿Me entiendes? A lo mejor leyendo otras cosas… —En ese momento, Elvira hace una pausa. Se pone en pie con el gesto muy serio—. Pues no te lo vas a creer. De todas las cosas que puede soltar por esa boquita, ¿sabes qué preguntó? No sabes qué pregunto, jodia. No tienes ni idea.
Claudia negó con la cabeza y la boca abierta.
— ¿Qué preguntó?
— Se te va a caer el suelo pélvico a los tobillos.
— ¡Dilo ya!
— Que si había leído a Andrea Abreu.
— No, por favor —soltó Claudia hundiendo la cabeza entre sus rodillas.
— Lo que oyes. ¿Puedes creerlo?
— Ay, Dios, Elvi…
— ¡Andrea Abreu! ¿Cuántas posibilidades hay que de que un maltés pronuncie “Andrea Abreu” en una fiesta de mierda, Claudia? En serio, responde.
— Tienes que pasar esa página, colega.
— Te lo juro, tía. La próxima vez que escuche ese nombre y apellido me dispararé en la teta derecha.
— ¿Y qué le dijiste? Olvida a Ya Sabes Quien; simplemente escupe lo que respondiste.
— Le dije la verdad: que no. ¿Qué le voy a decir? Pero joder… —se volvió a sentar—. Te juro que me puse de una mala hostia… No le puse mala cara ni nada. Bueno, eso espero. Pobrecito. Le dije pues eso, que no había leído su novela y nada, él empezó a decir que le encantaba y todo eso. ¿Cómo no?
— Pasa esa página, campeona —zanjó Claudia sonriendo y masajeando el hombro de su amiga.
— En fin, solo estoy hablando yo, yo y yo. ¿Tú qué? ¿Dónde estabas y con quién? —preguntó Elvira tumbándose boca arriba y sin dejar de mirar a Claudia.
— Estaba aquí, sola.
— ¿Sola? ¿Tú sola?
— Sí.
— ¿Por qué?
— Si te digo la verdad, no quiero hablar del tema en profundidad ni nada; pero… Me agobia pensar que en una semana tendremos que volver a casa, ¿sabes? Llevo unos días así, desde que estuvimos en Cospicua. Volví a pensar en ello en la fiesta y quise salir a coger a aire —contestó Claudia.
— ¿No quieres volver a casa, dices?
— No. Bueno, ahora mismo no.
— ¿Por qué?
— Porque no me siento llena, supongo.
— ¿No te sientes llena?
— Tengo miedo de no sentirme llena, mejor dicho —puntualizó Claudia.
— ¿Por qué?
— No sé, todo está en Malta, ¿sabes?
— Malta es una isla como otra cualquiera.
— ¿Tú quieres volver? —preguntó Claudia ignorando a propósito el comentario.
Elvira se incorporó lo suficiente como para apoyar la cabeza en el brazo izquierdo y seguir bebiendo de su copa como si fuese una oca con el cuello roto.
— En parte sí, en parte no. No sé, quiero decir…Me gusta la libertad que tenemos aquí y tal, pero también estoy hasta el papo del Helwa Tat-Tork y de los putos quesos esos. Y de este clima. Pero, ¿volver a casa? Sí. O sea, tenemos que seguir, ¿no? Además, tengo ganas de dormir en mi cama, de no hacer nada en casa… No sé, tía.
Claudia bebió más cerveza, colocó con exagerado cuidado la botella entre dos piedras y se tumbó junto a Elvira.
— ¿Seguir con qué? —preguntó.
— ¿Ah?
— Digo, ¿a qué te refieres exactamente con eso de “tenemos que seguir”?
— Pues, entre otras cosas, a lo que hablamos, ¿no? Me refiero, ¿sigue en pie lo de buscar un curro en Gran Canaria, compartir piso y todo eso?
— Pensé que no lo decías en serio.
— ¿Por qué, tía? —Soltó bruscamente Elvira, extrañada.
— No sé, pensé que el licor de bellota…
— Estábamos hundidísimas en esa mierda, eso es cierto —dijo Elvira entre risas—, pero lo dije. ¿Tú lo mantienes? No pasa nada si…
— Lo mantengo —respondió Claudia.
— ¡Pues ya está, mujer! —soltó la bebida y comenzó a dar palmas como loca—. Ya tenemos una razón chachi para volver, tía. Una más. ¿Es o no es? Claudia y Elvira compis de piso. Joder, suena hasta bien. Dilo en voz alta. Di: «Hola, yo y mi compi de piso, Elvira, queremos invitarte a…»
Claudia escondió sus lágrimas girando sobre sí misma, colocándose encima de Elvira con cuidado y dejando caer el peso lentamente. Se fundieron en este abrazo durante un minuto. Dos minutos. Tres. Pasados unos minutos más, Elvira rompió el silencio:
— ¿Estás dormida?
— No.
— Escucha, ¿hay algo que te preocupa? Sabes que puedes contármelo. No tienes que hacerlo, pero puedes hacerlo —dijo mientras recorría suavemente su espalda con los dedos.
— ¿Cómo qué?
— No sé, lo que sea.
— ¿Te gusta Kevin? —soltó de repente Claudia.
Elvira arrugó el gesto, como si su amiga hubiese hablado en un idioma olvidado.
— No le conozco, Clau. Además…
— Ya, pero tú sabes.
— No, no me…
— ¿Es español?
— ¿Qué?
— Que si es español.
— No, te dije que era de aquí.
— ¿Y no te gusta?
— La verdad es que no. Quiero decir, no —contestó Elvira con una risa nerviosa—. ¿Por qué? ¿A ti sí?
— ¿Qué dices? Pero si apenas le he visto. No te rías.
— Tía, no… no hace falta sino un vistazo para saber si te…
— No me gusta. Te dije que tenía… ¿Cómo era?
— Tenía pinta de tío que de pequeñas… Sí, me acuerdo.
— Pues eso.
— Vale.
— Vale.
Permanecieron así un buen rato. Fue una buena noche en La Valeta.
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