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Homofobia, mentiras y lenguaje

 

Durante las últimas décadas se han ido conquistando derechos, que creíamos ingenuamente que ya iban a ser eternos. Pero la historia suele se cíclica, y nunca pensamos que en 2021 iban a estar en entredicho los derechos igualitarios de las minorías. Hay una ola de retroceso en todo Occidente (en el resto del mundo nunca ha dejado de estar). Es cierto que se mantienen las leyes nuevas, pero son infringidas continuamente. En España, la irrupción de Vox y el entreguismo del PP al discurso de ultraderecha, porque cree necesitar sus votos para gobernar, han abierto la caja de Pandora, y estamos en una situación muy preocupante en cuanto a los derechos sociales relativos a la igualdad.

 

La mentira (ya decir posverdad es una burla) se ha instalado y colocan una sobre otra, hecho que, unido a la general ignorancia programada de la sociedad, acaba siendo aceptada como una verdad. Personajes como el periodista Francisco Marhuenda, director del periódico La razón, presumen de cátedras y doctorados y luego dicen sin ponerse colorados que la ONU reconoció a Franco en 1939, disparate que cualquiera puede comprobar que lo es, puesto que la ONU fue creada en 1945, cuando acabó la Segunda Guerra Mundial. O Casado, que se ha descolgado esta semana con un triple salto mortal sobre la verdad, cuando dijo que la Guerra Civil fue la ley sin democracia contra la democracia sin ley. La solución a este galimatías es “la gallina”, puesto que no se menciona un golpe de estado (de los de verdad, con fusiles y muertos) contra un gobierno legalmente constituido.

 

Diversos estudios de especialistas universitarios coinciden en que la media del coeficiente intelectual ha descendido 7 puntos por generación partiendo de los nacidos en 1976. Es decir, mucha tecnología y velocidad de transmisión, pero al final la gente entiende menos, o no es capaz de discurrir como antes. Una sociedad así es fácil de convencer de lo que sea, y convertir, por repetición goebbeliana, una mentira en verdad resulta muy fácil, sobre todo cuando se tiene el control de los medios.

 

Esta semana ha tenido dos hitos alrededor de la igualdad. Por una parte, se ha celebrado un Orgullo LGTBI muy reivindicativo, porque quieren convertir en papel mojado los avances conseguidos, y parece que ha salido debajo de las piedras la homofobia oculta, hasta el punto de llegar a la violencia (el fin de semana asesinaron a golpes a un joven), cosas que hace unos años creíamos haber superado. Por otra parte, ha habido debate social (por no llamarlo griterío), por el envío al Parlamento de una ley muy polémica, puesto que hay un sector de feministas que no está de acuerdo con algunos de sus postulados porque piensa que puede invisibilizar (aun más) a la mujer.

 

Lo que me ha llamado la atención ha sido la presentación que ha hecho la ministra Irene Montero, al hacer una exhibición de lo que ella entiende por lenguaje inclusivo, con el que estoy de acuerdo siempre que se sostenga gramaticalmente, porque sin respeto a la gramática nos cargaremos la lengua (menos mal que ahora Toni Cantó va a defender el español desde Madrid, Santiago y cierra España).Volviendo a la ministra, en un momento de su disertación dijo que mucha gente se ha sentido “solos, solas, soles”.

 

Y eso es como la sopa de Mafalda, poner argumentos en manos del enemigo. También usan “todes” y otras palabras en las que cambian la a o la o de la última sílaba para que se refiera al conjunto de seres humanos (¿humanas, humanes?) Y no entiendo por qué la “e” se convierte en estandarte de la expresión supragenérica, y se olvidan a de la “i” o la “u”. Lo mismo que dicen todes también podrían ser todus o todis, digo yo. Debe ser que la i es fálica y la u por partida doble. Es necesario avanzar en el lenguaje inclusivo, pero con soluciones como esta lo único que se consigue es desviar algo tan importante hacia el callejón del chiste fácil. Esperemos que esos universitarios que dicen que ahora somos más tontos estén equivocados, porque estoy empezando a creer que tienen razón.

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Covid y política

 

Sabemos que en La Península toman a Canarias como un todo, y es frecuente que se líen colocando Maspalomas y Las Canteras en Tenerife, aunque, cosas de la ignorancia, rara vez ocurre lo contrario, aunque el Teide se disfrute mejor visualmente desde otras islas. El caso es que ha vuelto a ocurrir, y entre la confusión entre islas y la media que sacan de la incidencia de la covid en todo el archipiélago, la percepción exterior es de conjunto, aunque unas islas estén en nivel 1 y otras en nivel 3.

La alta incidencia del virus en Tenerife es algo que algunos dicen que no tiene explicación. Una cosa es que no la tenga y otra muy distinta es que sí pueda ser explicado y se oculte a la ciudadanía. Es curioso que esas cifras tan malas se den sobre todo en un municipio, Santa Cruz de Tenerife, y no en toda la isla de Tenerife. Esto ha dado lugar a que, sin levantar la voz, se diga que estas cosas ocurren porque el presidente es de Gran Canaria, cosa que no se veía en décadas, y ya ve usted.

 

Si la incidencia en un municipio concreto es tan alta, algo se debe haber hecho mal. Y el hecho de que los hosteleros hayan recurrido que Tenerife suba a nivel 3 da que pensar. Vuelven a aparecer las prácticas “históricas” en política desde que, en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, Bermúdez desplazó en la alcaldía a Patricia Hernández por una moción de censura muy pintoresca, hecho que cuadra perfectamente con el devenir de determinadas formaciones políticas.

 

No debiera existir la dicotomía salud o economía, pero es lógico que haya que hacer equilibrios para controlar a la una y que la otra no se dañe demasiado. Es una gran responsabilidad política, pero parece que no se ha entendido que, si una falla, la otra se resiente. Y por abrir la mano con la hostelería en una isla, toda Canarias se ha quedado fuera de la lista de posibles destinos del turismo británico. Es decir, ni salud ni economía, y salvo conspiración digna de un cómic de superhéroes, que el presidente de la comunidad autónoma sea de Gran Canaria nada tiene que ver.

 

Lo más triste es que se utilicen asuntos tan delicados para hacer política rastrera. Seguramente piensan que se puede soportar el daño que se hace a la población, pero finalmente se produce el efecto boomerang, y también la economía se perjudica. Resulta sorprendente la facilidad con que sacan la carta del pleito insular a la menor oportunidad, aunque no deberíamos sorprendernos porque llevamos siglos así. Con la que está cayendo, tendríamos que pensar en la prioridad, nada menos que la salud y la vida de la población, y que esas viejas querellas carecieran de importancia. Pero está claro que no, y estamos viéndolo también en todo el Estado. Los que nunca salen perjudicados son los políticos, que siempre encuentran justificación para todo, solo hay que echarle la culpa al otro.

 

Esperemos que pronto se logre controlar el nivel de contagio que está produciéndose en Tenerife, porque eso será bueno por sí mismo y porque globalmente creará mejor imagen de todas las islas, que al final es la imagen la que afecta a la economía. No se ha prohibido la mascarilla, simplemente se permite no usarla en determinadas circunstancias al aire libre, y hay que estar muy alerta porque la variante Delta se transmite como un relámpago. Pero ni siquiera eso es argumento que tengan en cuenta los políticos.

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Mascarillas

 

A una sociedad tan carnavalera como la canaria, poco hay que explicarle sobre las máscaras, que esencialmente son maneras de sustituir nuestro rostro para aparentar otra identidad difusa, aunque no falta quien diga que nuestra verdadera personalidad es la que se manifiesta en la máscara. Pero ya eso es profunda filosofía de barra de bar en la que no quiero meterme, sobre todo porque en las barras de los bares hay que llevar mascarilla y volvemos a lo mismo.

 

Comentaba hace unos días una profesora que la mascarilla fue uno de los muchos elementos que hubo que superar en las aulas, porque la voz no se oye igual y porque, sobre todo con alumnado de corta edad, hay que valerse de las manos y de la expresión de los ojos para reforzar la comunicación. Y en la calle también. Un día soleado, sales con mascarilla, como es preceptivo, te pones unas gafas oscuras para no deslumbrarte y una gorra para que el solajero no te caliente la cabeza. Se diría que vas a robar un banco, pero, aun así, quienes te conocen bien te identifican por la manera de andar o por determinada manera personal de mover las manos.

 

Si bien en días de calor la mascarilla es sofocante, no hay que negar que, en invierno, cuando aparecen esas corrientes frías de aire en una bocacalle, te sientes protegido, es como una prolongación de la bufanda que, encima, te cubre de esos gérmenes catarrales, pues, según cuentan los especialistas, este año la gripe común pasó de puntillas, precisamente porque las mascarillas protegen no sólo del covid, sino de cualquier otro tipo de elemento infeccioso que se mueva a nuestro alrededor.

 

El presidente del Gobierno español ha anunciado que no será necesaria la mascarilla en exteriores a partir del sábado 26 de junio. Nada que objetar si se insistiera en ciertos detalles que han caído en el olvido. No se dice que sigue siendo necesario que se use la mascarilla en interiores e incluso al aire libre cuando no sea posible mantener la distancia de seguridad. Da la impresión de que ya no hay pandemia, y si países como Estados Unidos, Reino Unido o Israel, con porcentajes de vacunación total mucho mayores que los nuestros siguen teniendo problemas de contagio, hasta el punto de que han dado marcha atrás en algunas medidas, creo que, aunque en España se están cumpliendo los plazos anunciados, todavía el grado de inmunización es pequeño para despendolarse.

 

Y es que se confunde deseo con realidad. Este fin de semana paseaba por la ciudad y veía en bastantes mesas exteriores de las cafeterías y restaurantes gente muy agrupada, que no mantenían las distancias o que picaban todos de un plato central. Se supone que estamos en una desescalada racional y que la mascarilla se quita para ingerir comida o bebida y luego se vuelve a poner. Si esto pasa cuando todavía la mascarilla es obligatoria incluso en exteriores, imagino cómo será cuando ya no lo sea.

 

De manera que simplemente recuerdo que, con o sin mascarilla, y aunque las cosas van a mejor y la vacunación avanza, ser prudentes no está de más. Se puede salir, ir a establecimientos públicos, pero en asuntos como este es mejor pasarse que quedarse corto, porque no faltará quien vaya por la calle a cara descubierta y no lleve una mascarilla en el bolsillo para cuando entre en cualquier local o tenga que atravesar un grupo numeroso de personas donde no es posible mantener la distancia. No creo que haya quien desee más que yo volver a la normalidad perdida, pero es mejor ir despacio, llegar unos meses más tarde, no perder la cabeza que obligue, como ha pasado en otros países, a retroceder en las medidas. En Canarias más que en ningún otro sitio, porque aquí la movilidad del turismo incide muchísimo en la economía, no sólo nos jugamos la salud física, también la económica.