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Dudas hamletianas

 

Hemos tenido una semana en la que se ha puesto sobre la mesa otro debate, que no sé si tiene una respuesta absoluta, porque dependerá de qué tribunal lo valore, si este fuera el caso. Me refiero a la obligatoriedad de presentar documentación sanitaria para entrar en determinados locales. El Tribunal Superior de Justicia de Canarias sentenció (echó abajo la medida del Gobierno autónomo), y lo mismo está ocurriendo en otras comunidades, donde en unas sí y en otras no.

 

La tragedia de Hamlet, de William Shakespeare

 

 

Surgen las preguntas sobre la viabilidad jurídica de dicha medida, puesto que se alega por una parte que los datos sanitarios son muy privados, o que hay discriminación porque muchas personas aun no se han vacunado. Por otra parte, se argumenta que, cuando se trata de la salud pública, hay que tomar medidas extraordinarias como esta, e incluso se puede obligar a vacunar a quienes tengan un trabajo de servicio público, pero no se aclara si solo quienes dependan de centros oficiales o si se entiende como servicio público una cajera de supermercado o un taxista.

 

Pues no me queda clara ninguna de las posturas, y he escuchado a juristas posicionarse de distinta forma, basándose en esta o aquella ley o en una declaración internacional que España ha firmado. La cosa es que hay tantas declaraciones y leyes como estrellas en el cielo, y depende hasta de la idiosincrasia de cada país, porque en Francia está declarado un estado similiar a los que aquí se critican, en Italia han prorrogado el Estado de Emergencia hasta el 31 de diciembre, y no pasa nada, pero es que aquí ya es costumbre politizar la justicia y judicializar la política, que es lo mismo, distinto, opuesto, parecido o vaya usted a saber lo que diría el Tribunal Constitucional.

 

Así las cosas, España se ha lanzado a las vacaciones, los aeropuertos tienen un tráfico casi como en tiempos anteriores a la pandemia y muchos hosteleros presumen de que pueden alcanzar hasta el 80% de ocupación. De repente, ya no hay miedo, y el movimiento es muy superior al del verano pasado, a pesar de que se han engordado todos los baremos de hace un año, y entonces pocos se movían. Las playas están abarrotadas y, ya puestos, digo yo que casi podrían celebrar La Rama (es una hipérbole, pero es veo tantas aglomeraciones sin medidas que ya no sé qué pensar).

 

O sí. Se he impuesto el criterio economicista, y la preocupación no es que la gente muera o enferme, sino que se colapsen los hospitales. Por cómo hacen las cosas, se diría que, si pudieran controlar los turnos de ocupación hospitalaria, dejarían que siguiera el virus a su aire y sálvese quien pueda. Es que se ha generado un clima en el que la pandemia solo existe en los hospitales y en los telediarios, pero se lanzan cifras escalofriantes y por lo visto empezamos a acostumbrarnos.

 

Luego están las vacaciones legislativas y gubernamentales. Ya saben aquello de que la mujer del César no solo debe ser honesta, también debe parecerlo (eso decían en Roma, yo solo cito). Pues algo así pasa con los políticos. La gente quiere ver cómo quienes dirigen las instituciones están al pie del cañón en los peores momentos, y desanima mucho ver que quienes supuestamente están al timón descansan en Doñana, Lanzarote o Mallorca. Cuando los alemanes bombardeaban Londres, el gobierno inglés quiso sacar al rey y a su familia de la ciudad, pero el monarca, no solo se negó, sino que acudía a los lugares bombardeados y el pueblo lo veía. En realidad, de poco servía técnicamente su presencia, pero daba mucha moral a la gente. Pues esto es igual. Así que, mientras se abarrotan las playas, los aeropuertos y los hospitales, y nuestros líderes dormitan en la hamaca, nos rondarán las dudas hamletianas sobre el ser o no ser de la pandemia.

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Reentrée

 

En los últimos meses se han publicado muchos y buenos libros en Canarias. Esta eclosión literaria me cogió a contrapié por razones personales y he leído la mayoría, aunque todavía hay algunos esperando en mi escritorio. Otra cosa es entrar en el comentario, que es lo que yo suelo hacer, porque me limito a reseñar y dar noticia de los nuevos libros. Por suerte, hay algunos críticos muy bien armados y así va quedando cada libro en su anaquel.

 

 

Poco a poco trataré de ponerme al día, aunque no sé si completaré mis pretensiones. Pero estoy contento porque  gente que quiero y admiro en las letras canarias han publicado nuevas obras, y sumo a esas mi más reciente novela, El reloj de Clío, a la que tampoco he podido dar un razonable empuje promocional.

Pero todos estos libros están, y puedo dar fe de que representan un gran momento de la literatura que se hace por aquí. Acabaré dejando mi modesto comentario, porque si no todos, algunos de los libros de los últimos meses van a quedar por mucho tiempo porque su calidad es enorme. Aunque no solo voy a hablar de literatura, para quien le interese, esto viene a ser el anuncio de mi reentré.

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El despertador

 

Vivimos un tiempo nebuloso, pues a veces nos parece que lo que hay a nuestro alrededor es una pesadilla, de la que saldremos en cuanto suene el despertador. O también somos conscientes de que estamos despiertos, pero al recordar como era la vida solo año y medio atrás, esta se nos convierte en un sueño porque empezamos a dudar que la vida fuese como la recordamos. Hay otras personas que siguen viviendo como si nada hubiera pasado, no les afecta la incertidumbre que nos rodea, y es como si aceptaran que hay de usar mascarilla, guardar la distancia o vacunarse con la misma naturalidad que nos ponemos un abrigo en invierno a conectamos el aire acondicionado en verano. Para esta gente, la vida es una pelota a la que hay que darle como viene.

 

Los jóvenes están enfadados porque dicen que les han destrozado la vida, y al decirlo parece que culpan de la pandemia y sus consecuencias a las generaciones anteriores. Los mayores despotrican de la juventud porque por lo visto son los culpables de tanto contagio. Y todos hablan mal de los gobiernos, las oposiciones, los científicos, las farmacéuticas y quienes se les pongan por delante.

No voy ahora a decir que lo que sucede es culpa de todos incluyéndonos a cada uno de nosotros, y que era previsible que algo así ocurriera. Hombre, el deterioro del planeta es obra de los seres humanos, pero no todos tienen la misma responsabilidad. Hay quien se siente culpable porque el agua que toma viene en botellas de materiales agresivos, pero es que si quiere tomar agua tendrá que comprar botellas. Ah, sí, las hay de cristal, pero ya no son de ida y vuelta como antes; si no pone el casco en el contenedor adecuado, pues ya estamos metiendo la pata, y es que a veces está lleno y no cabe nada más. Y ahí se queda la madera, el papel, el plástico o el cristal. En fin, que la inmensa mayoría de la población no ha decidido el cambio de costumbres en las últimas décadas. Ahora mismo, las empresas energéticas que manejan los combustibles fósiles ponen trabas al desarrollo de las energías limpias, con el beneplácito o la impotencia de los gobiernos. Así que quien compra agua embotellada en plástico no es tan culpable como quien dirige el consejo de administración de una petrolera.

Seguimos culpabilizados unos, incrédulos otros, todo confusos, porque un día dicen los medios que la vacuna tal protege un porcentaje determinado y al día siguiente aparece en otro que la cobertura es mayor o menor, pero nunca queda claro. También es cierto que este virus cogió al mundo desprevenido, y todo lo que se ha recomendado y realizado funciona con el principio acierto/error. Luego está la vertiente de los intereses económicos de unos (que sacan partido hasta de las desgracias) y los políticos de otros, si es que veces no son los mismos.

En cuanto a lo de desprevenidos, tampoco podemos estar seguros, porque, si hace media docena de años Bill Gates advirtió de que algo así podría ocurrir, no habría que hablar de sorpresa, sino de desidia. Ahora mismo sabemos que la descongelación de los glaciares por el calentamiento global puede hacer aparecer patógenos que estaban inertes bajo el hielo, y cuya peligrosidad desconocemos. Sabemos que el nivel de mar subirá, que las temperaturas se volverán extremas e incluso estamos viendo fenómenos apocalípticos nunca vistos, como la impensable ola de calor en el oeste de Norteamérica o el diluvio universal en Alemania. Y no vemos que se avance de una manera sensible en detener las causas del cambio climático, así que todo eso que puede venir nos cogerá inermes, haciendo el tonto, a unos pocos amontonando dinero y a la mayoría arrastrada por la inercia de que eso solo pasa en La Biblia o en las películas. Pues como nos dicen una cosa y la contraria, ya no sabemos a quién creer, y cada cual reacciona como puede, porque tal vez algunos crean que están dormidos y todo se diluirá en cuanto suene el despertador.