Publicado el

Confesiones

 

En sus comienzos, los blogs fueron en su mayor parte visiones de alguien sobre lo que pasaba a su alrededor o un dietario de su propia vida, que si está bien contado es interesante el de cualquiera.  Luego se fueron especializando y algunos han llegado a ser referencias sobre distintas materias. Cuando abrí el mío, en 2008, de alguna manera quise sustituir aquella columnita diaria, Al reverso, que durante años escribí en la página 2 de Canarias7, al lado del chiste de Morgan.

 

 

Quise llamarlo BARDINIA en alusión al espacio literario en el que transcurren varias de mis novelas. Era diario y cortito, como el mencionado artículo del periódico de papel, con el que tanto me ejercité en la síntesis, porque en medio folio tenía que exponer, desarrollar y concluir una idea alrededor de un asunto de actualidad. En el blog, pronto empecé a extenderme algo más en el tamaño y a espaciar la periodicidad.  Se convirtió en un cajón de sastre en el cabía cualquier tema y todos los enfoques, si bien hice algunas series como el de Cartas a Galdós, que saqué en diez domingos consecutivos. Y he continuado, pero nunca he distanciado una entrada de otra más allá de una semana.

Ahora estoy dándole vueltas a una nueva serie. Dentro del blog tendría su propio espacio, porque me ronda la idea -que no sé si cristalizará- de contar episodios de nuestra historia entre la realidad y la ficción, al modo de Crónicas del salitre, en el que sea posible transformar en personajes al Mariscal Montgomery, a Willy Brandt a María Callas o a Igor Stravinski en la  playa del sur de Gran Canaria aledaña a un hotel de muchas estrellas; un juego literario que,  como las mencionadas anteriormente, diera una visión -mi visión- de cómo yo imagino que fueros algunos hechos, y en los que tal vez exagere o me quede corto, porque la historia completa nunca la sabremos sobre nada. Y les cuento esto porque es mi espacio público más personal, y quién sabe si me puede la pereza y al final no se materializa.  Incluso merodea el título genérico de la serie, que podría llamarse Nuevas Crónicas del Salitre, o Quién sabe si es verdad, o…

Publicado el

Hablemos del tiempo

 

Hace unos días, el escritor Moisés Morán puso en Facebook una foto de una piedra y el siguiente texto: “Esto es una piedra… Verás cómo hay alguien que no está de acuerdo”. Y es así, el problema es que, como dice el filósofo Emilio Lledó, de poco vale la libertad de expresión si antes no hay libertad de pensamiento. Vemos en las redes sociales que hay gente que suelta lo primero que se le viene a los dedos, porque antes no se ha molestado en razonar su discurso, y discutirá que el Teide es una montaña. Es verdad que hay matices, y en segunda jugada veremos que es un pico, un volcán o un conglomerado magmático, pero montaña lo es por definición. Pues habrá quien lo discuta. Y como esta semana no tengo ganas de torear polémicas esperpénticas, voy a hablar del tiempo meteorológico, como si estuviese compartiendo ascensor y alguien dijera aquella frase tan original “pues parece que se ha quedado buena tarde”.

 

 

Resulta curioso que, cuando llega septiembre y octubre, la mayor parte de la población de Las Palmas de Gran Canaria se sorprende porque es en esos meses cuando, por lo general, desaparece la panza de burro y sube la temperatura en la ciudad más que en julio y agosto. Desde que tengo memoria, en septiembre suele haber rachas de calor que coinciden con la romería del Pino, y si un año ese día hace fresco, no tardará el Sol en soltarse la melena y darnos unas jornadas de calor con humedad, un bochorno que a veces se vuelve insoportable. Como decían los más viejos del lugar, el verano de verdad suele llegar en septiembre y octubre, y son famosos los veranillos de las nueces enganchando con noviembre.

 

Quienes viven en la capital grancanaria está acostumbrados a temperaturas no muy frías en invierno y no muy cálidas en verano, y todo lo que se salga de esa memoria climática aparece como novedad. Es verdad que hay cambio climático, es verdad que hay variaciones en las temperaturas, pero el fresquito de final de enero (es demasiado llamar ola de frío a 16 grados en las horas más gélidas) y quejarse de calor infernal por tres semanas más allá de los 30 grados (alcanzar 35 es muy raro) suena exagerado. De manera que desde que llegan esos días de final de verano y principio de otoño, o los de la frontera entre enero y febrero, adonde quiera que vas encuentras a gente tiritando o sofocada, quejándose del frío o del calor.

 

Lo curioso es que hay quien viene de lugares más fríos o más cálidos, y a poco que viva una temporada en la isla, se acostumbra a la benignidad del clima, y todo lo que no sea bonanza es frío o calor. Bien es verdad que la habitual humedad relativa del aire de una ciudad marítima, cercada por dos mares, agudiza las sensaciones de frío y calor, que en lo móviles se señala como sensación térmica.

 

Y superado el primer terceto, como Lope de Vega, pienso que mi “profundo” tema sobre los calores septembrinos tampoco está libre de que alguien le hinque el diente, y da igual que se le argumente que el sol está en septiembre más vertical que en julio sobre las Islas Canarias porque La Tierra se mueve hacia el norte para que el Sol caliente e ilumine la primavera y el verano en el hemisferio austral. Ni siquiera los hechos científicamente contrastados escapan a discursos imposibles. La muestra es que hay quien sigue creyendo que La Tierra es plana, que las vacunas contienen un microchips para controlarnos o que el Covid-19 se cura con un brebaje derivado de la lejía, o incluso que el virus no existe. De manera que no sería tan excepcional que alguien discutiera hechos comprobados y demostrables por estadísticas históricas de la ciencia meteorológica. Y, por supuesto, el cambio climático está aquí, pero esa es otra historia.

Publicado el

En la fantasía también hay sufrimiento

 

Ahora que acaba de partir el gran Jean-Paul Belmondo, conviene recordar que, a finales de los años sesenta, había por aquí cine americano y música anglosajona, como ahora, pero también había cine italiano, sueco y francés. Con la música pasaba igual, desde Aznavour a Silvie Vartan, desde Celentano y Nicola Di Bari a Rita Pavone. Ahora llegan algunas canciones o películas de esos países, pero no con la continuidad de entonces. Si queríamos reírnos sin parar, ver dramas románticos con un toque cómico, cine profundo o negro, podíamos escoger entre Jeanne Moreau, Luis de Funes, Annie Giradot, Alberto Sordi, Ives Montand, Delon, Sophia, Lino Ventura, Claudia, Silvana, Gassman… Y con la música, igual: Johnny Holliday, Modugno, Iva Zanichi…

Y toda esta cultura europea forma parte de una generación que empezaba a interesarse por el mundo. Para los chicos, había dos diosas indiscutibles, intocables y, por supuesto, eternas. En el cine reinaba la distante y al mismo tiempo magnética Catherine Deneuve, daba igual qué película hiciera, aunque parece que la corona mediática la tenía Brigitte Bardot, creo que demasiado explícita para quienes nos gusta el misterio. En la música, nuestra diosa era Françoise Hardy, espigada, elegante, con esa media sonrisa de Gioconda y una melena tan lángida como su voz susurrante. La canción Tous les garçons et les filles (1962) se convirtió en el himno del reino de nuestras fantasías, y aguantó en el santuario intocable de nuestros sueños hasta más allá de 1970.

 

Esos dioses y diosas que teníamos por inmortales, también se van. Esta semana se ha ido Belmondo, y seguimos con tristeza el sufrimiento de Françoise Hardy, invadida por un cáncer terminal y que clama ante los tribunales que la medicina acabe con su dolor. Le han dicho que no, y nos sentimos impotentes porque el destino es implacable, incluso para la gente que hizo feliz a millones de personas. Cruzo los dedos por que se acabe ese sufrimiento inhumano de una mujer que fue el símbolo de una época. Te queremos Françoisse. Por desgracia, ni siquiera la fantasía se libra del sufrimiento.