Cien años de soledad, otra vez
Hace unos días, mi compañero de blog Rubén Benítez Florido publicó dos comentarios sobre la narrativa de García Márquez y la azarosa historia de cómo cada uno de sus libros llegó hasta él. Eso me ha llevado a tratar de definir (es indefinible) la novela Cien años de soledad del Nobel colombiano. Una empresa imposible, puesto que antes otros han tratado de hacerlo y al final hay que leer la novela para entender lo que emana de ella. En cualquier caso, esto es lo que he reflexionado:
Cien años de soledad es una novela única, pero nadie sabe decir con exactitud por qué es distinta. No es mejor que varias docenas de las que se han escrito en el siglo XX, no marca un antes y un después en cuanto a temática, estructura, uso del lenguaje o manejo del tiempo. Tampoco es novedosa en cuanto a la mezcla de lo real con lo irracional. El Realismo Mágico tampoco es un invento de esta novela. Nació primero en las artes plásticas y en Europa. Por eso los estudiosos llevan cuarenta años buscando la clave; unos dicen que la magia de ese libro está en la forma de tratar el tiempo, pues el presente, el pasado y el futuro se mezclan de tal forma que se convierte todo en un presente narrativo. Pero así también son novelas anteriores como Pedro Páramo, de Rulfo, o Casas muertas, de Otero Silva. Otros dicen que esa narración compulsiva, que es casi una borrachera del verbo contar, es lo que la distingue. Tampoco, pues contadores compulsivos los hubo desde Cervantes. Hay quien asegura que hay un tratamiento cuasi filosófico de la soledad, o de la muerte, o de la culpabilidad, o del poder, o de la violencia, o del destino, o de… Pues de todo eso ha habido antes: Dostoievski, Melville, Kafka, Lowrry, Virginia Wolf, Faulkner…
¿Qué demonios tiene entonces Cien años de soledad que la hace especial y la convierte casi en un libro sagrado a los pocos meses de su publicación? Seguramente ni el propio García Márquez podría decirlo, y si por un azar las musas le hubiesen dado tal clarividencia, seguramente callaría, eso al menos es lo que yo haría en su lugar. Y a pesar de que la novela carece de deslumbrantes características diferenciadoras que son propias de las obras que dividen las aguas, marca un hito, es un faro en el océano de la cultura que hace que nada sea igual después de su publicación. Se trata de una novela escrita sin miedo, en la que hay lluvias de flores, asunciones al cielo en cuerpo y alma, niños que nacen con cola de cerdo, hombres comedores de hormigas, un anciano con la fuerza de veinte jóvenes que sin embargo no puede romper una cadena que le tiene atado a un tronco, una protagonista que vive un tiempo indeterminado pero que debe sobrepasar el siglo con creces, un diluvio que dura casi cinco años… No hay miedo porque el pasado se repite en el presente y el futuro es previsible porque ya ocurrió. El tiempo no existe, está congelado, o es circular, o es lineal, o…También es verdad que la exageración se vuelve normalidad en la narración, todo es muy lejos, muy grande, muy lluvioso, muy violento, muy tremendo.
Creo que Cien años de soledad tiene algo de esotérica, pues es inaprehensible, inalcanzable, y a la vez cercana y casi familiar. Algo así como los relatos bíblicos en los que Sansón arranca las puertas de la ciudad o el profeta Elías se marcha al cielo en un carro de fuego. Y esas cosas no pasan en la literatura, más bien tienen que ver con la religión. Quien sabe si Cien años de soledad es finalmente un libro sagrado. Si alguna vez se instituye la iglesia macondiana (por Macondo), me pido obispo… Ya, ya, que hay cola, pero yo lo dije primero, y solo había un papable seguro, Carlos Fuentes, que dijo que esta novela era La Biblia latinoamericana, pero ha muerto.