Panero, una mente de cometa
A quienes vivimos en Las Palmas de Gran Canaria nos es familiar la imagen de Leopoldo María Panero transitando nuestras calles, durmiendo siestas en los bancos de la plazoleta que da entrada al paseo Tomás Morales, siempre con la mirada ida y un desaliño exagerado. Su rostro de ave cazadora estaba siempre buscando la manera de pillar una cocacola, bebida de la que consumía botellines uno tras otro. Se podría pensar que se trataba de un loco errabundo, y acertaríamos, entendiendo que la locura no es otra cosa que una lógica distinta a la convencional. Para lo que entendemos como normalidad, Panero estuvo enfermo siempre, entrando y saliendo de hospitales psiquiátricos desde los 19 años, algunos de los cuales, como el de Mondragón, forman parte de la historia del mito. También el de Tafira, posiblemente el único hilo con que se ataba a la realidad su mente de cometa.
Cuando hablamos de locura, metemos en el mismo paquete muchas enfermedades mentales, que seguramente se consideran así porque contravienen la norma general de los comportamientos. Pero viene muy bien a los editores y a los exégetas la locura de poeta, sea del tipo que sea, y la locura básica de Leopoldo María Panero era que veía el mundo desde otra atalaya, tal vez distorsinado, quien sabe si con una claridad tan cegadora que se le hacía imposible asumirlo, de ahí su divorcio con la realidad de los demás.
Y habiendo usado varias veces la palabra «realidad», lo hacemos habitualmente de manera superficial. Pero la realidad es asunto muy complejo, como lo demuestran profundas reflexiones de Aristóteles, Avicena, Hume o Descartes. Y es en esa realidad metafísica en la que se mueve la poesía de Leopoldo María Panero, tal vez dotado por lo que nosotros llamamos enfermedad mental para llegar más lejos que con las armas del pensamiento racional. Y es curioso que haya habido grandes poetas y prosistas de una madera especial que han dado una vuelta de tuerca al pensamiento desde la poesía, y mucho de ellos y ellas figuran como enfermos mentales en los manuales literarios, algunos con referencias de «locos de atar», encerrados de mala manera y con finales terribles.
Posiblemente sea Hölderlin el más significativo de estos poetas sublimes y enajenados, recluido desde los 36 años en un manicomio. Pero hay otras figuras de la poesía que convivieron con enfermedades mentales: Antonin Artaud, Rimbaud, Silvia Plath, Virginia Wolf y dicen que Alfonsina Storni y el mismísimo Beaudelaire, y hasta podríamos englobar ahí a Juan ramón Jiménez, depresivo y usuario de clínicas psiquiátricas más de una vez.
¿Quiere esto decir que la poesía es connatural a la locura? No, lo que indica es que la poesía es un don que se produce en todas partes, nace en mentes cuerdas y con disfunciones, en chozas y en palacios, en cualquier persona que es capaz de ver más allá desde la cordura o desde la locura. La poesía sin duda fue la compañera más inseparable de Leopoldo María Panero, y así que pasen los años iremos sabiendo más de sus versos que de su enfermedad, como el Hölderlin con quien compartimos una contemporaneidad que fue hilo para que esa cometa volase. Ahora por fin la cometa volará libre.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del día 7 de marzo).