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Ya el Coronel no tiene quien lo escriba

zzzzzzgabo33.JPGNos dicen que Gabo ya no está. Su cuerpo mortal ha dejado de respirar, pero su alma hace tiempo que ascendió a la eternidad junto a Remedios la Bella. El destino ha sido cruel con un hombre que se volvió desmemoria, él que había sido el adalid de la memoria creativa, pero ha tenido compasión de quienes fuimos deslumbrados por luz tan cegadora. Quitarnos de golpe ese foco habría sido una hecatombe, y por eso el fogonazo se ha ido desvaneciendo para irse sin demasiado ruido. Y es que García Márquez no ha sido un escritor extraordinario, tampoco un gran novelista; fue un ángel Gabriel anunciador, un profeta que traspasaba las paredes y el tiempo.
Los escritores transforman con la belleza de su prosa el dolor, la esperanza, el odio y el amor; los novelistas escriben novelas, y los más grandes construyen extraordinarias novelas que quedan como mojones en el camino. Gabo no hizo nada de eso, fue la literatura misma, un golpe de clarividencia que llegó a todo tipo de lectores. Establecer categorías es muy difícil cuando hablamos del arte literario, pero García Márquez es otra cosa. Muchos dirán que ha sido el mejor novelista del siglo XX, con la chispa de Cervantes, la profundidad de Shakespeare y la fuerza de Homero, todo en una sola pieza. Otros, menos dogmáticos dirán que es uno de los grandes autores de su época, y otros más tibios solamente que fue un narrador distinto.
Nadie le puede negar esa capacidad de fascinación que tiene su literatura, libros que parecen escritos al dictado de las artes adivinatorias. Incluso habrá quién se atreva a decir que tampoco era para tanto (los ha habido durante su más de medio siglo de divinidad humana), y siempre son los que se ven impotentes para entender el fenómeno. Gabo es una rareza, entre el milagro y el portento, que usando los mismos sujetos, verbos y predicados que los demás, construía oraciones con apariencia de normalidad, pero que en la esquina imposible de una sílaba escondía magia.
zzzzzzgabo22.JPGPosiblemente ni él supiera qué sustancia sobrenatural contenía su prosa, pero lo cierto es que cualquier historia entre sus manos se volvía grandiosa, bíblica, inamovible. Los más grandes se han rendido a su obra, especialmente ante Cien años de Soledad; Mutis, Fuentes, Arciniegas o Vargas Llosa inclinan la cabeza ante tal monumento entre la admiración, el agradecimiento y la incomprensión. Sí, porque a menudo la obra de Gabo es humanamente incomprensible desde la razón, y solo hay que dejarse llevar hacia ese Macondo inasible, perturbador y atrayente como la voz de las sirenas de Ulises. Esa magia literaria se ve muy poco, incluso los más grandes autores que marcan épocas no llegan a alcanzarla.
Cuando hablamos de García Márquez entramos en el terreno de los verdaderamente escogidos por los dioses, que saben administrar esa magia brutal que no es cosa de humanos. Desde el mexicano barrio de San Ángel (los nombres no son casuales), el ángel Gabriel inicia su camino hacia el cielo de Macondo. Allí sale a recibirlo el comité de los elegidos, entre los que se adivinan las siluetas de bruma de Sófocles, Shakespeare, Cervantes y Borges. En el grupo, no muchos más. Macondo queda expectante esperando qué señales vendrán desde la cima del Monte Olivete de la ascensión definitiva de Gabo. Y el Caribe se pierde en la confusión porque ya el Coronel no tiene quien lo escriba.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del día 18 de abril de 2014).

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Buen viaje, Gabo, y gracias por todo

gabito1.JPGPara quienes creen que la palabra es la última frontera del ser humano, la materia que nos permite pensar y evolucionar, la que desarrolla la imaginación, hoy se nos ha apagado el último gran faro de nuestra lengua. Gabriel García Márquez no solo era un extraordinario escritor, era la palabra en su máxima potencia, el puerto al que todos queríamos llegar en busca de la comunicación poética. Cuando era niño, mi padre me llevó a curiosear a una factoría de pescado, y allí me llamó la atención una plancha vidriosa casi transparente que estaba colocada en una poceta. Toqué aquel material y sentí que me quemaba; «es hielo» me dijo mi padre, y así fue cómo empecé a entender lo cerca que está lo ardiente de lo gélido, que solo distinguimos a través de la palabra. Unos años después, siendo un adolescente, ya pensaba ser escritor y contar aquella experiencia infantil que me parecía muy literaria. Entonces cayó en mis manos una novela que empezaba así: «Años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquel remoto día en que su padre lo llevó a ver el hielo»; era la primera edición española de Cien años de soledad, y en lugar de sentirme frustrado porque alguien se me había adelantado a contar aquella y otras experiencias, tuve la certeza de que yo tenía razón, al distinguir lo literario entre el aluvión de palabras y conceptos que nos rodean diariamente. Ese fue el primer fogonazo de García Márquez que me iluminó, y a partir de entonces supe que en el campo minado de tanta superchería pseudoliteraria, había que pisar en sus pisadas. Ahora se ha muerto, y para algunos de nosotros empiezan realmente los años de soledad literaria. Seguiremos sus huellas para estar a salvo. Es lo que tienen los profetas.

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Una Semana Santa fruto de un guión

Esta es una Semana Santa muy extraña, en la que tengo la sensación de que los medios de comunicación sobrevuelan como los buitres a los muertos y a los moribundos, y la casualidad se presta a ello. Enumeremos: el terrible naufragio de Corea del Sur, el incendio apocalíptico de Valparaíso, los accidentes de tráfico de la Operación Salida que nos enseñan como películas gore, los detalles de lo que ocurre en Ucrania (que ya no sé exactamente qué es Ucrania), que nos muestran como episodios de una serie bélica intranscendente cuando está removiéndose el corazón de Europa, y el despedazamiento del cadáver de Antonio Morales, el Junior de nuestra juventud, con debates vociferantes mientras su cuerpo está aun caliente… Encima hay un eclipse lunar muy curioso, que algunos interesados hacen cuadrar con las profecías del Apocalipsis porque la Luna se pone roja y entra de lleno en el hecho de que estas conmemoraciones son variables porque las señalan los ciclos lunares a partir de que la cuarta luna llena anual es siempre el Viernes Santo. Con eso, los vendedores de crecepelo claman a sus anchas.
zzzzzzzzzzzzaFoto0767.JPGEn todos los medios españoles y latinoamericanos hay, además, una especie de revoloteo alrededor de la enfermedad del Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, que está muy enfermo y parece que hasta sus hermanos se suman a la convicción pública de que ha iniciado un viaje sin retorno en su casa de Ciudad de México. Yo creo que a los muertos se les llora cuando están muertos, pero esta debe ser una nueva costumbre como vimos con Adolfo Suárez. Una Semana Santa esta, en fin, que parece fruto de un guión de películas siniestras. Afortunadamente hace buen tiempo, menos mal.