Los límites de la sopladera
Vivimos una de las etapas más convulsas desde hace décadas, y me temo que lo que salga de esta batidora va a ser el patrón para un largo futuro. Asistimos al taller del siglo XXI, y aunque parecía que, en todo su malvado horror, se estaba esculpiendo a cuidadoso y sibilino cincel, empiezo a no estar seguro de si no querrán darle grotesca forma a martillazos. Hacer un recuento de lo que en estos momentos puede ser la mecha sería muy largo, y sin embargo veo a la gente que oye sin escuchar, que mira sin ver, que responde a la consigna de no pensar, como si hubieran impregnado el aire con una especie de suero de la desidia. El corazón de la vieja Europa tiembla entre Crimea y Los Cárpatos, y a los dirigentes europeos solo les ocupa el tiempo discutir el tamaño de los despachos que se reparten en Bruselas, o en Madrid, o en cualquier concejalía perdida de Canarias. Nadie parece darse cuenta de que, de la firmeza, la inteligencia y la rapidez con que ahora se actúe dependen muchas generaciones, incluidas las que hoy habitan este planeta.
Palestina, toda África, Ucrania… Y todo sigue como si nada pasara, esperando tal vez que se resuelva por inercia. Asesinan a cuatro niños en una playa de Gaza o derriban un avión comercial en la cuenca del río Don y se convierte en un espectáculo que dura unas pocas horas. Luego se vuelve a lo mismo convencidos de que las mareas negras que se vierten en las costas de Agüimes se diluirán por el movimiento de las olas, sin intervención humana. Y advierto que la desidia, la ineptitud, la ambición sin freno y la maldad puede cada una por sí sola ser muy destructiva, pero combinadas son una receta absolutamente letal. Y esto no se resolverá con el comienzo de la liga ni con la manipulación mediática, porque la sopladera aguanta aire hasta un punto en el que revienta. Y como decía mi abuela, sigan soplando que ya…