El fuego no entiende de burocracia
Vaya por delante mi admiración hacia todos los efectivos civiles y militares que actúan contra los incendios forestales, y desde luego lamento muchísimo la pérdida de una vida humana en este evitable desastre ecológico. Los brazos que se arriesgan están a menudo a merced de voluntades políticas, y en estas cuestiones son los técnicos los que saben, pero eso choca frecuentemente con la soberbia de los políticos. El incendio de La Palma vuelve a poner de manifiesto las mismas carencias que se detectaron hace 32 años en La Gomera, y luego en Gran Canaria, Tenerife, o en Fuencaliente hace unos años. Un territorio tan pequeño y sensible como nuestro archipiélago necesita un cuidado muy especial de sus espacios naturales, y una y otra vez se entrecruzan administraciones, normas e intereses que impiden que haya una política global de protección de nuestros bosques. Los campesinos cuentan y no acaban de cómo la burocracia, con el argumento de que este o aquel es un espacio protegido, pone trabas a asuntos tan cotidianos y necesarios como restaurar una pared derribada por la lluvia. Siempre se ha dicho que los incendios forestales se apagan en invierno, porque es cuando hay que tener preparados los medios, cortar el monte bajo y hacer todas esas tareas que en pleno incendio resultan imposibles.