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Las uvas del Lazarillo

 

No es lo mismo saber que certificar. Me hace gracia que se rasguen las vestiduras cuando se hace pública una corruptela. Es de risa, porque siempre se ha sabido, pero no se publicaban y habitualmente no tenían consecuencias jurídicas o políticas. A los diez minutos de bajarte del avión en Barajas, alguien te había contado el desvío de un trazado ferroviario para que revalorizaran terrenos de la familia de un alto cargo, el nombre de la nueva amante de alguien innombrable por poderoso o cualquier otro asunto que nunca se reflejaba en las informaciones; eran secretos a voces pero nadie le ponía el cascabel al gato, entre otras cosas porque las distintas burbujas beneficiaron a mucha gente; se callaban como el Lazarillo de Tormes cuando cogía uvas a mansalva del racimo que compartía con el ciego, hasta que este se dio cuenta y le soltó una bofetada como la que nos ha caído encima en los últimos diez años.

 

Antes, las noticias verdaderamente fuertes iban de boca en boca, ahora se publican y queda muy feo que, ante tales novedades, los fiscales miren para otro lado. En los años del silencio mediático, de vez en cuando surgía algún escándalo, que supongo dejaban circular para que funcionara como la válvula de una olla a presión, y a menudo eran ajustes de cuentas entre poderes y poderosos; como dice Woody Allen sobre la Mafia, no eran peligrosos porque solo se mataban entre ellos. Pero cuando se acaba el pastel, nadie conoce a nadie, y es por eso que ahora surgen los conflictos que durante décadas estaban acallados, el Lazarillo veía que el ciego cogía las uvas de dos en dos, y no protestaba porque él las arrancaba de tres en tres. El problema es que no hay racimos infinitos.

 

Desde que Machado escribió lo de las dos Españas, este concepto ha sido elevado a dogma, como algo especial y único en el planeta. Es cierto que hay dos Españas (o más, ¡Viva Cartagena!), pero también hay más de dos Francias, Italias y casi cualquier estado que invoquemos. Las sociedades están estratificadas, y hay una parte que no quiere que cambie porque tiene la sartén por el mango, y otra lo contrario porque entiende que la situación es injusta. Si a eso se le suman diferendos territoriales, religiosos o de cualquier otra índole, ya tienen los políticos para agarrarse al victimismo, la desigualdad y hasta la superioridad según y dónde convenga.

 

De las dos Españas machadianas, solo hay una que nos ha helado el corazón, nos ha comprometido el futuro y siguen enfrascada en su particular lucha por el poder. Esa es la España que nos tiene hasta las narices, porque mientras la gente -la España indefensa y sin capacidad de decisión- lo está pasando muy mal, esa España que sigue en el Antiguo Régimen está en su película, predicando la usurpación, como siempre que no están en el poder, que por lo visto le pertenece por derecho divino. A esa España no le importa el Ayuntamiento, el Cabildo, la Comunidad Autónoma, el Estado. Solo el poder, y lo llena todo de mentiras. Estos políticos bien trajeados no se plantean la lentitud de la justicia (si ellos mismos son lentos hasta para tomar posesión…), la angustia de tanta gente sin trabajo, el abandono de personas sin recursos, helado de frío porque la energía, como los medicamentos, es otro gran negocio que no se puede tocar. Pensábamos que un movimiento como el 15-M aportaría algo nuevo, pero cuando ha cristalizado sigue el juego de siempre.

 

Los maximalismos que duraron en Europa hasta mediados del siglo XX se fueron atenuando porque las migajas que caían para los de abajo eran un poco más grandes y llegaban a categoría de mendrugo, que llamaron Estado de Bienestar, aunque las distancias seguían siendo abismales, pero se notaba menos. Siempre fue así, pero en España se suele anunciar la llegada del otro como si fuera el fin del mundo: ¡Que viene la derecha! ¡Que vienen los rojos! ¡Que España se desmembra! Por lo tanto, tal vez sea hora de tratar de acabar con el mito de las dos Españas como algo excepcional en el mundo. Las desigualdades, los privilegios y las injusticias son planetarias, y por lo tanto no hay que conformarse, sino plantearlo planetariamente. Quienes cortan el pastel solo quieren ganar dinero a mansalva, y lo triste es que con estos bueyes hay que arar. No es poca tarea para siglo XXI.

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Hasta siempre, Almudena.

 

Admirada Almudena Grandes:

 

Sabes que hay escritores que separan su obra de su actividad política o social, como Julio Cortázar, que se preciaba de ello, pero, como la cabra siempre tira al monte, su pensamiento se filtraba en las historias que escribía.  Que otros unen el activismo a su escritura, como Rosa Montero con el feminismo o Luis Sepúlveda con la ecología. Y que aún hay otros que constantemente contradicen su actividad periodística, social y política con la esencia de su mejores novelas, que es caso de Vargas Llosa. Así, la mayoría, Borges aparte, porque el que se decía argentino creo que vino de otro planeta. También sabes que medran los que no se comprometen ni en la vida ni la literatura; por muy famosos que lleguen a ser, desaparecerán como la niebla apenas apriete el sol del tiempo.

 

 

Siempre te percibí como un ente unitario de acción y pensamiento, cuando escribías novelas, cuando hablabas, cuando disparabas tus artículos y en la vida social y política, porque todos hacemos política hasta por omisión (en tu caso, por acción).  Dejas una obra comprometida con muchos objetivos, que siempre son largas y duras luchas: feminismo, justicia social y sobre todo con la memoria histórica, tu caballo de batalla desde siempre. Nunca te apartaste de esa línea, y en tu última etapa estabas rescatando el conocimiento del dolor y el olor a tierra quemada que siempre fue el santo y seña del Nacionalcatolicismo, que tanto daño hizo a España, si es que aún no sigue haciéndolo.

 

En esta trayectoria siempre fuiste ejemplar, pero eso no debe hacernos olvidar tu valía literaria, porque construir una obra tan sólida necesita un enorme talento y mucho trabajo. Cuando se escribe con honestidad, se suda, no es magia, es una labor a veces extenuante. Por eso creo que tu obra  crecerá con el tiempo, porque no es niebla y aguantará todo el sol que le caiga, que será mucho, porque un parte de este país, que es muy poderosa, tratará de borrarla, como han intentado hacer desaparecer a Carmen Laforet, Arturo Barea, Carmen Martín Gaite o Ángel María de Lera, y seguro que también lo intentan con Juan Marsé y Jorge Semprún. Pero no podrán.

 

Te has ido demasiado pronto, pero la obra que dejas es un asidero que siempre valdrá para quienes tratan de que nuestro país deje de estar manejado por la crueldad, la injusticia, el dolor y el miedo. También dejas un gran legado para quienes amamos la literatura honesta. Por eso hoy es un día muy triste. Descansa en paz, Almudena.

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La inercia milenaria de la violencia machista

 

La violencia se ha enseñoreado del mundo. Lo más terrible de todo es que un ser humano no pueda sentirse seguro ni entre las personas que supuestamente conforman su familia. Y ahí está la violencia contra los niños o contra los ancianos, y sobre todo la violencia contra las mujeres, que es ejercida por hombres que se las tienen de muy hombres, cuando la hombría es inversamente proporcional al uso de la violencia. La expresión «crimen pasional» es un eufemismo y es mentira: quien siente pasión por algo no lo destruye. El viejo tango, machista y simiesco, dice «la maté porque era mía». Nadie es de nadie, y ese orgullo estúpido que se ubica en otra persona en el colmo del absurdo. En Turquía o en La India los propios familiares asesinan a mujeres que han sido violadas, porque esa violación es una vergüenza para el clan familiar y lavan su honor matando a la víctima.

 

 

Trasladado a Occidente es el estúpido honor calderoniano, el que hasta no hace mucho hacía que dos hombres se batieran en duelo porque habían sido ofendidos en otra persona (su esposa, su hermana, su novia). Estos tics ancestrales hacen que el hombre se comporte como los animales que pelean por su territorio o por la hembra en época de celo. Y ahora que conmemoramos el Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, los hombres deberíamos hacer piña, porque si nosotros no damos un paso al frente contra esta barbarie estaremos siendo cómplices con máscaras de buenas personas.

 

Inmediatamente surge un mantra que se repite hasta el cansancio: “es un problema de educación”, y se mira hacia la enseñanza. Es cierto que en las aulas la educación para la igualdad es muy necesaria, pero la vida también está fuera de las puertas de los colegios. Dice un adagio africano que para educar a un niño hace falta toda la tribu, y esa tribu empieza por la propia familia, pero luego están los estímulos externos que llegan a través de los medios de comunicación, y es ahí donde también hay que hacer una labor fundamental. Los medios audiovisuales tienen una penetración social tremenda, imposible de conjurar por una escuela, y los deslices machistas son continuos, cuando no conforman la columna vertebral de programas de televisión, en los que las mujeres son tratadas como objetos. El mundo de Internet merece espacio aparte, porque hoy la red preside la vida social, para lo bueno y para lo malo.

 

Y aunque esta educación fuera suficiente, la mayor parte de la sociedad ya no acude a la escuela.  Pero la educación dura toda la vida, y los adultos también reciben estímulos de todo tipo que inciden en sus comportamientos. Y en eso hay que ser muy cuidadosos, porque más de una vez ocurre que, tratando de concienciar en este asunto y obrando de buena fe, se mete la pata, como ocurrió hace unos años, cuando el ayuntamiento de Zamora, tratando de acabar con los chistes que degradan a la mujer, llenó la ciudad de chistes machistas.  No sé si esos vídeos institucionales con escenas muy realistas de violencia, que tratan de alertar sobre el problema, pueden generar en muchas personas los mismos efectos que se presume a los chistes machistas de Zamora.

 

Lo más terrible es que, en los últimos tiempos, está habiendo un repunte, y lo que preocupa es que esa violencia aumenta más en jóvenes e incluso adolescentes; aparecen con demasiada frecuencia distintas manifestaciones públicas, incluso algunas que se supone de resabido corte intelectual, en las que figurones que se sienten por encima del bien y del mal hablan sin freno y dicen tales barbaridades que hacen que uno viaje hacia atrás en el tiempo, como si estuviera leyendo las consignas de la Sección Femenina del franquismo. Y hemos de ser conscientes de que todos hemos sido educados en el machismo secular, y que hemos de estar muy alerta porque, desde que perdamos la centinela de la racionalidad, salen a pasear cinco mil años de inercia. También las mujeres. Ojalá muy pronto, por innecesario, podamos tachar de los días reivindicativos el que nos recuerda el horror machista. Mientras tanto, apliquemos la doctrina de que cada día es 25 de noviembre.