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Las madrugadas de Alonso Quesada

 

Como homenaje a Alonso quesada, en el centenario de su fallecimiento, abro este año dedicado al gran modernizador de nuestras letras, con un fragmento de mis Crónicas del Salitre (CCPC  2006), que evoca al poeta. 

 

***

«Don Rafael (1) era conocido del bar de Toribio en la calle de La Pelota; solía pasar de vez en cuando, saludaba a los trabajadores del mercado, se tomaba un café y continuaba. Muchos hubieran querido preguntarle por su salud, porque lo encontraban muy delgado y ojeroso, pero Don Rafael, aunque correcto, era tímido y guardaba las distancias; por eso no intimaba con los clientes del bar más allá de las buenas horas. Ellos respetaban su estancia silenciosa y le saludaban llevándose la mano al sombrero cuando él se marchaba con paso sigiloso y escurridizo.

 

-Parece mentira que un hombre que sabe tanto hable tan poco -solía decir Toribio.

 

-Es que debe pasarse el día pensando en sus poesías y en qué firma va a poner a lo que escriba mañana en el periódico -comentaban con respeto y admiración.

 

-Ustedes dirán lo que quieran -insistía Toribio cada vez que Don Rafael pasaba por el bar-, pero este hombre no gasta mucha salud, cada día lo veo más desaparecido, los ojos parece que se le van a echar fuera del casco.

 

 

Una madrugada de mayo, Don Rafael dejó el periódico sobre la barra del bar de Toribio. Apenas llegó César Ayala, sus amigos se le echaron encima:

 

-Léenos las noticias, que tenemos que abrir dentro de poco, hoy te has retrasado.

 

-Es que me quedé dormido -se disculpó el muchacho.

 

-Alguna te habrá quitado el sueño, o vete a saber si estuviste anoche de serenata.

 

César Ayala abrió el periódico y les leyó las últimas noticias del frente. Los aliados ganaban terreno y las tropas del Káiser empezaban a derrumbarse. Los rusos se habían levantado contra el Zar en febrero y, según ponía el periódico de Don Rafael, habían proclamado una república. Al final de la relación telegrafiada desde San Petesburgo decía que había agitadores socialistas que no estaban de acuerdo con la nueva situación, y que se estaban armando.

 

-Parece ser que eso puede terminar en guerra civil -terminó César su lectura.

 

En la última página había una pequeña información fechada en Lisboa. César la leyó para sí y dio un respingo tan ostensible que los trabajadores del mercado se le acercaron de nuevo.

 

– ¿Qué dice?

 

-Que la Virgen se ha aparecido en Portugal a tres niños.

 

-Hombre, no nos engañes, que no sabemos leer pero no somos tontos -dijo Roquito, molesto.

 

-No miento, lo dice aquí -insistió César-, es en un pueblo que se llama Cova de Iría, y la llaman la Virgen de Fátima.

 

– ¿Por qué? -preguntó Toribio, el dueño del bar.

 

-No lo pone aquí, habrá que preguntárselo a Don Rafael.

 

Durante meses, todas las madrugadas, César Ayala siguió leyendo en alta voz el periódico en el bar La Pelota. A finales del año 1917 ya estaba claro que los aliados iban a ganar la guerra y que los socialistas liderados por un tal Vladimir Lennin se habían hecho con el poder en Rusia.

 

-La otra tarde -este era Roquito-, jugando al dominó en la trastienda de Emeterio, en Santo Domingo, Don Abraham, el beneficiado de la catedral, me dijo que esos socialistas son unos bolcheviques.

 

– ¿Y eso qué quiere decir? -inquirió Toribio, que siempre quería saber el porqué de todo.

 

-Pues quiere decir que no creen Dios -sentenció Roquito.

 

– ¡Serán animales!

 

En los meses que siguieron, las noticias daban ya por segura la derrota del Káiser, y hablaban de la revolución en Rusia y las apariciones de la Virgen en Portugal.

 

-Mal debe estar la cosa cuando baja la Virgen a hablar con las personas -dijo Toribio una madrugada de finales de año.

 

-Y tan mal -confirmó Roquito-, dice Don Abraham que la Virgen dejó tres cartas, y que la tercera de ellas no se podrá abrir hasta 1960.

 

– ¿Por qué? -otra vez Toribio.

 

-Porque la tiene que guardar el Papa hasta entonces -informó Roquito-, por lo visto anuncia el fin del mundo.

 

-Seguro que Don Rafael sabe lo que dice la carta esa -dijo Toribio, que creía que Don Rafael lo sabía todo.

 

Así que, en vísperas de Nochevieja, cuando una madrugada pasó Don Rafael por el bar a encargar a los carniceros una pieza para celebrar el fin de año en casa de Don Tomás (2), Toribio se atrevió a preguntarle:

 

-Dígame, Don Rafael, ¿qué escribió La Virgen en esa carta que abrirá el Papa en 1960?

 

-Se lo diré cuando la lea -replicó Don Rafael con una media sonrisa.

 

-Es que dicen que anuncia el fin del mundo -dijo Toribio con cierta alarma en su rostro.

 

-Pues a lo mejor -dijo Don Rafael-, pero eso quiere decir que habrá mundo al menos hasta entonces, para que el Papa pueda abrir la carta.

 

– ¿Y si el mundo se acaba entonces? -insistió Toribio, majadero.

 

-Para usted no sé, pero para mí el mundo acabará mucho antes de 1960 -sentenció Don Rafael con tristeza.

 

Y Toribio lo creyó porque veía en sus ojeras que Don Rafael no iba a llegar a viejo.

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(1) Rafael Romero era el nombre real del poeta, narrador, dramaturgo y periodista conocido como Alonso Quesada.

(2) Se refiere al poeta Tomás Morales.

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Conexión Cataluña-Canarias

 

Hace unos días, anduve por Barcelona para dar a conocer en el festival literario BCNegra 2025 mi novela La mitad de un credo, conocida y agotada en esta tierra y desconocida fuera de las Islas. Ahora tiene la oportunidad de seguir caminando, impulsada por una editora nacional, y, aunque mi amigo Juancho Armas Marcelo dice que me gusta poco salir de mi cueva, he hecho un esfuerzo porque se lo debo a la novela y ya sabemos que uno por sus hijos hace lo que haga falta. Así que me fui a Barcelona, con la novela bajo el brazo y tengo que decir, como siempre ocurre, que Barcelona nunca decepciona. Siempre que voy, disfruto muchísimo, y es que se activan distintos puentes personales y colectivos que unen Cataluña con Canarias, y que recorren años, décadas y hasta siglos, y cada vez me confirmo más en la idea de que la conexión cultural entre Barcelona y Canarias es un guadiana que viene y va pero que está presente como con ningún otro territorio español y europeo (Cuba, Venezuela e Hispanoamérica en general es la otra columna en la que se apoya en gran medida lo que somos).

 

 

Cataluña y Canarias son territorios muy diversos, y por profusas razones que son espacio para sociólogos e historiadores ambas se enamoraron de esa conjunción de artes que unos llamaron modernismo, otros racionalismo, aun otros art Nouveau y, por supuesto, del art decó. Ese relámpago se dio en la literatura, la música y especialmente en la arquitectura, las artes plásticas y las artes decorativa y funcionales que sirve para un cuadro, un edificio, una silla y, por supuesto cualquier objeto. El tránsito entre los siglos XIX y XX fue luminoso, porque ese movimiento que venía de Europa, arrasó en Cataluña, y las huellas siguen ahí, en la gran Barcelona, que es un recital de urbanismo y de detalles que hacen vibrar el alma.

 

Es la época en la que surgen grandiosos edificios singulares, como el Palau de la Música, y se inicia la construcción del templo de la Sagrada Familia, cuya finalización de orfebre está prevista para 2035. Salta enseguida el nombre de Gaudí, y efectivamente es una figura singular e incontestable, pero el modernismo es mucho más y la evolución racionalista es un enjambre de personajes cuya creatividad marcó a Picasso cuando pasó por allí y alcanza más tarde al mismísimo Dalí. Nunca me canso de pasear por el Eixample barcelonés, ni por las callejas del barrio de Gracia, ni por la majestuosidad de las construcciones de Montjuic.

 

Canarias, especialmente Gran Canaria, también quedó deslumbrada por ese gran movimiento cultural. Solo hay que pasear por la calle de Triana o la parte baja del barrio de Arenales. Ese movimiento llegó a Gran Canaria de la mano de arquitectos catalanes, como Rafael Massanet y Faus, y artistas como Eliseo Maifrén Roig, que fue maestro de nuestro Néstor Martín-Fernández de la Torre durante su período barcelonés. Unos se quedaron y otros se fueron, pero dejaron huella, y es notorio el legado de arquitectos como Fernando Navarro y Rafael Massanet. Se erigieron edificios magníficos, como el Gabinete Literario, una joya, y el quiosco del Parque de San Telmo, que ya casi funciona como símbolo de la ciudad, y fue encargado por piezas a la cerámica valenciana de Manises y ajustado en su localización. Ese pequeño cofre octogonal es la bandera de esa bocanada de modernidad que entonces llegó a la ciudad.

 

Pero de todos los arquitectos (que luego sí que fueron a estudiar a Barcelona) el que volvió a la ciudad del revés fue Miguel Martín-Fernández de la Torre, hermano del pintor antes mencionado, que estudió arquitectura en Madrid pero que quedó fascinado por ese arte tan deslumbrante y que soplaba desde Cataluña, especialmente Barcelona. De su genio nacieron edificios singulares como El Cabildo Insular o La Casa del Niño, y muchos más, incontables, hasta el punto de que puede decirse que barrios residenciales como Ciudad Jardín salieron de su estudio y de su idea racionalista de la arquitectura. Fue quien recogió la idea regionalista de su hermano y materializó construcciones como el Pueblo Canario. En su haber está la idea de un nuevo frontis del litoral, que dio lugar a lo que hoy conocemos como Ciudad del Mar.  También está la huella modernista desde los pinceles de Néstor en el interior del Teatro Pérez Galdós.

 

Media ciudad se construyó con el sello racionalista, de la mano de este y otros arquitectos, y el espejo fue sin duda Barcelona. Fue el momento en el que Las Palmas de Gran Canaria se salió de la histórica Vegueta y entró en la modernidad urbanística. Una pena ha sido que luego, sobre todo durante el gran expansionismo de los años sesenta, no se siguieran líneas similares evolucionadas, como se hizo en Barcelona. Pero lo que hay es mucho, y podemos decir que, después de Barcelona, Las Palmas y Melilla son dos paradas importantes de un arte que también fue el que inventó los rascacielos en Chicago y Nueva York. Con razón Pedro García Cabrera dice en una de sus poemas que “la verga de la brisa, pasa por esa nube y llega a Nueva York”; creo que cuando escribió esos versos, el poeta gomero pensaba en la unión de los templetes modernistas de La Catedral con la solidez estética del neoyorkino Edificio Chrysler (como curiosidad, presume este edificio de 77 plantas de ser el único de esas dimensiones en el que no murió ningún obrero en accidente de trabajo).

 

Así que ya vengo recargado para un tiempo, pues, como siempre, me he vuelto a enchufar a la energía que regala el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en el que, por lo que digo, no lejos de los desnudos de Ramón Casas, algún Picasso extraviado, la magnificencia brutal de La batalla de Tetuán de Fortuny o la cartelería comercial o política que deslumbra, hay un cuadro de nuestro Néstor, hermanado con Rusiñol o Eveli Torent.  Es decir, Néstor bebiendo en las fuentes del Modernismo, que luego daría lugar a una trayectoria tan singular.

 

Cada vez que voy a Barcelona es como si renovase los votos con el compromiso de futuro que tiene toda obra humana, y aprendo de esa creatividad mediterránea que tan bien luce trasplantada al Atlántico, aquí, en Gran Canaria, mi isla.

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Poner el cascabel al gato

 

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca está siendo tan disparatada como sorprendente. Sabíamos que es propenso a disparatar, para eso ya tuvimos los cuatro años de su anterior presidencia, que no diferencia la verdad de la mentira y que carece de frenos, filtro o cautelas. Curiosamente eso le ha dado votos, porque algunos incautos piensan que no finge. Pero pensábamos que gran parte de su repertorio de delirios formaba parte de la campaña electoral, y que, una vez en La Presidencia, los mecanismos democráticos del Estado lo pararían, y volveríamos a tener cuatro años de verborrea agresiva e ineficacia gubernamental que dado lo prometido, era un mal menor.

 

 

Pero no ha sido así, y esa es la sorpresa. Todavía hay algunos que opinan que, en realidad, está jugando de farol. Hay seguidores que dicen que puede hacer lo que quiera, que para eso ganó las elecciones, como si no hubiera constitución, leyes y límites. Pero el desvarío se ha agigantado, porque, por lo visto, ser presidente de Estados Unidos da poderes para disponer del resto del planeta. Y ya saben que no está de broma ni va de farol los miles de inmigrantes deportados en solo dos semanas, la primera agencia de ayuda exterior del mundo que ha cerrado, ni el contable de la OMS, pues la ausencia de la aportación norteamericana va a hacer quebrar muchos programas que tiene que ver con la salud en el Tercer Mundo, lo que, más temprano que tarde, acabará por empeorar la salud pública en todo el planeta. En Estados Unidos también.

 

Nos reímos cuando dijo que iba a cambiarle el nombre al Golfo de México, a anexionarse Groenlandia y a apropiarse el canal de Panamá, pero, después de la propuesta que ha hecho sobre el futuro de Gaza como La Riviera de Oriente Medio, se nos ha congelado la risa. Se comporta como el amo del mundo, y no parece que su cohorte del delirio vaya a frenarlo. Lo que cabe preguntarse es qué va a hacer Europa, pillada entre dos fuegos, pues ahora, el que supuestamente era su aliado, se ha convertido en un gorila en fase de enajenación. Trump exige más inversión europea en la OTAN, y que ese refuerzo armamentístico se le compre a la industria estadounidense. Es el colmo de la caradura. Si aceptamos como animal doméstico que Europa debe rearmarse, ¿para qué comprar máquinas de guerra a Estados Unidos, cuando, por ejemplo, Alemania fabrica uno de los tanques más fiables de mundo? Es una pena que el Reino Unido cometiera el infantil error del Brexit, y en Londres deberían pensar que, en esto, tiene que estar con Europa, y su capacidad industrial es enorme.

 

Trump no debe ni puede hacer lo que quiera, sin contar con nadie. Los propios norteamericanos no se han vuelto locos por unanimidad, y hay sectores y poderes que pueden dificultar mucho las locuras propuestas. Su envalentonado aliado, Israel, se permiten incluso decir que los dos millones de gazatíes que Trump se propone echar de Gaza deben ser recibidos por España, Irlanda y Noruega, porque fueron los tres países que reconocieron el derecho de los palestinos a tener su propio estado. No quieren oír ni entender que cuando se apoya la solución de los dos estados se apuesta precisamente porque Gaza siga siendo más Gaza que ahora, y no al revés. Es una mentalidad colonialista, imperialista y tiránica, tres en uno. Tanto sobar la palabra libertad, y resulta que, en sus dos siglos y medio de existencia, nunca ha estado tan en peligro la democracia en Los Estados Unidos, ni siquiera cuando la Guerra Civil del siglo XIX; entonces estuvo en riesgo la unidad territorial pero no la democracia.

 

La representación grafica de ese chantaje que se propone al Mundo fue el forcejeo de Trump con el presidente de Colombia, cuando este se negó a recibir a dos aviones de colombianos deportados. Al final, cedió, porque es David contra Goliat, y, salvo en La Biblia, siempre gana Goliat. Mejor fortuna tuvieron las presidencias de México y Canadá con el asunto de los aranceles. Pero es intolerable que alguien se convierta en el gran matón. Por eso Europa tiene que estar en el ahora o nunca, pero ya estamos viendo que la extrema derecha europea, siempre tan patriota, es curiosamente la que le ríe las gracias a Trump.

 

Si ante estas rocambolescas apuestas hubiera firmeza y unidad entre los estados europeos, los árabes también señalados por el nuevo plan para Gaza (Egipto, Jordania y Arabia Saudí) y otros señalados en la partida, Trump tendría que envainársela, porque lo que él pretende no solo será una gran crisis para Occidente, sino también el bloqueo precipitado de la propia economía estadounidense. Esto ya ha pasado. Y para detenerlo hace falta que alguien con autoridad política y moral ejerza ese liderazgo que a veces es necesario en momentos cruciales de la historia. Yo no veo esa rara avis, y a los atemorizados dirigentes entreguistas, habría que recitarles estos versos, que escribió Lope de Vega para niños (esa es la edad política que tienen). Son estos:

“Juntáronse los ratones
para librarse del gato;
y después de largo rato
de disputas y opiniones,
dijeron que acertarían
en ponerle un cascabel,
que andando el gato con él,
librarse mejor podrían.

Salió un ratón barbicano,
colilargo, hociquirromo
y encrespando el grueso lomo,
dijo al senado romano,
después de hablar culto un rato:
– ¿Quién de todos ha de ser
el que se atreva a poner
ese cascabel al gato?”