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¡Qué bonito es el artículo 47!

 

Uno está en sus rutinas, en su vida cotidiana, y se entera de cosas, sabe de algunas e ignora casi todo, porque la sociedad es a menudo un arcano que no entendemos, y cuando creemos que ocurre algo relevante, resulta que eso es lo que nos venden, pero la realidad subterránea es otra. Hemos andado despistados y se nos han ido pasando 45 años de democracia sin desarrollar el artículo 47 de la Constitución, que es el que se refiere a la vivienda. La situación que se está dando en España sería muy distinta si, al menos, se hubieran ocupado de hacer una ley estatal antes de transferir las competencias a las comunidades autónomas. O después. La han hecho 11 legislaturas después y al final unos 40 años después. Ya hay ley, pero apenas se le da barniz a un problema del que por lo visto acaban de darse cuenta. Al menos, se ha abierto el debate político (hasta ahora solo era mediático) sobre la vivienda, y a ver qué uso hacen de esa ley estatal las comunidades autónomas y los ayuntamientos, que son quienes aplican y materializan las decisiones sobre asunto tan importante.

 

 

No espero que cambien las cosas ni siquiera a medio plazo, pues entre las viviendas que dicen que van a poner en circulación y las que van a construir (si superan normativas autonómicas y municipales, claro) serán 183.000 en unos pocos años, cifra que viene a ser alrededor del 6% de los pisos que se necesitan ahora mismo, y me refiero a viviendas dignas, aunque sean modestas, no a cuchitriles, sótanos y agujeros que pasan hoy por alojamientos. En cuanto a los porcentajes de los alquileres, hecha la ley, hecha la trampa. Y así, unas cuantas cosas más, de manera que esta ley es teóricamente de izquierdas en algunos aspectos difícilmente materializables, y mantiene elementos que favorecen el statu quo, con lo cual, viene a resultar que es inútil, pues ni puede resolver lo que dicen unos ni impedir lo que dicen otros.

 

Y eso pasa cuando la política no se atreve a coger el toro por los cuernos, deja crecer monstruos y luego resulta que simplemente volver a la normalidad es tarea de titanes. Ha pasado con los pisos turísticos, con los abusos de los fondos buitre y con el parque de pisos que están en manos de entidades financieras a resultas de la ola de embargos desde la crisis de 2008. Ahora hay derechos adquiridos, sistemas que generan actividad económica y que detenerlos abriría problemas de actividades en sectores como el turismo o desempleo puro y simple. Ayudaría a resolver un problema y crearía otro, porque la madeja está muy enredada y todo está relacionado. Todo se deja a manga por hombro a la buena de Dios y no se regula. Pasa también porque se incentiva o se hace la vista gorda ante la transformación en negocio de servicios y derechos (vivienda, sanidad, educación, residencias de mayores, servicios sociales, limpieza, acciones culturales, seguridad…) Cuando quieres recoger velas, la fuerza del viento es tan fuerte que lo hace muy difícil y, en muchos casos, imposible. Saramago decía que, si estás en un hoyo, lo más urgente es dejar de cavar. Pero siguen cavando.

 

En Canarias, tenemos un gran desequilibrio en la relación viviendas necesarias/viviendas disponibles, pero eso viene de lejos. Aparte de que el suelo es muy escaso-y por ello caro- en unas islas como las nuestras, me quedé perplejo cuando empezó el fenómeno de los pisos turísticos, en una comunidad en la que se necesitan viviendas y no hay precisamente escasez de alojamientos para nuestros visitantes. Es lógico que los dueños de los pisos que servían para ello se metieran en la rueda, porque la diferencia de renta entre un piso turístico y ese mismo piso en alquiler familiar es tremenda. Pero ya aprendimos en aquel 2008 fatídico que el mercado manda, pero no se autorregula, con lo que era el momento de intervenir, porque en aras de un negocio turístico que solo es negocio para unos pocos y que casi no genera empleo, se estaba cercando más y más el campo del alquiler. Ese es uno de los frentes, pero hay otros, como las racanerías municipales para proveer suelos, o los gobiernos mirando hacia la Luna de Valencia porque sumaban muchos millones de turistas y eso quedaba muy bien en las ruedas de prensa.

 

Estamos aquí, en vísperas de elecciones locales y autonómica y hay mucho ruido, pero nadie tiene un proyecto claro, porque todo esto de la vivienda parece que los ha cogido por sorpresa, cuando llevamos décadas hablando de todo esto y viéndolas venir, no por visionarios, sino porque basta sumar dos más dos. Resulta que el mercado de la vivienda se cierra más y más y en el último año Canarias sumó 50.000 habitantes más. No tiene fácil solución, pero en algún momento habrá que tirarse al cuello del monstruo o él nos devorará.

 

Leo y escucho por ahí que, incluso desde opciones no nacionalistas y con ese intento reivindicativo del histórico PNC, se habla de rodearse de un halo nacionalista como el del PSOE en Cataluña o la Comunidad Valenciana. Lo que no sabemos es si se van a remitir a nuestro aborigen pasado troglodita, y habrá que consultar a arqueólogos e historiadores si las cuevas en las que habitaban los guanches eran de protección oficial, si es verdad que Doramas era menos conservador que Tenesor Semidán o si Guayarmina asumió el libre mercado cuando se casó con el hidalgo Miguel de Trejo y Carvajal. Si no estuviera en juego la estabilidad de la sociedad y el futuro de las próximas generaciones, diría que puede resultar muy interesante ver cómo se resuelve semejante embolado, o al menos cómo se las arreglan para vendernos como victorias las nuevas meteduras de pata. Y aquí, para nosotros, ¡qué bonito sería el artículo 47 de la Constitución si fuese verdad!

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María Castro, del Sur a la ilusión.

 

 

Hoy se ha ido mi amiga María Castro, una mujer singular, la personificación de la fe, la confianza y la esperanza. Era como una ilusión hecha mujer. No todo el mundo encuentra el amor, y menos ese gran amor que preside cualquier instante de la vida. Ella lo encontró en el poeta Juan Jiménez, y juntos atravesaron los minutos de dos siglos, pero siempre ardía la llama del Sur, ese Sur mítico de Gran Canaria que es como la gran metáfora de la vida, solidaridad y avaricia, goce y dolor, conciencia e injusticia, frío helado del nordeste e infernal fuego que provenía del desierto vecino. Todo eso junto funda personalidades recias, insobornables,  decididas.

 

 

Si Juan Jiménez plasmó ese Sur en sus versos como nadie ha sabido hacer, siempre con el itinerario en contra, María Castro lo convirtió en imágenes, levantando acta de cada suspiro de ese Sur que llevaban consigo. Pintó la desolación y la abundancia efímera de ese Sur de cucañas y olor a azufre de los tomateros. Cuando el tema no era el paisaje, siempre aparecía ese aire sureño que se le había pegado a la piel; pintaba ángeles y eran ángeles del Sur, rememoraba los juegos infantiles en sus cuadros, y el espacio de juego también era el Sur.

 

Juan partió hace cuatro años, pero estoy convencido de que no ha subido hasta hoy a la barca de Caronte, esperando en la orilla a que María llegase, con sus ojos vivarachos y su cabello ondeado por el viento del Sur. Ella soñaba con vivir 104  años, pero no pudo aguantar la ausencia y se marchó el mismo día que Harry Belafonte, uno de los pioneros del otro sur de las razas entre el Misisipi  y el sonido de un negro blanco como Elvis Presley, que le trajeron la música a la vez que encontraba el amor. Imagino ahora mismo a Juan, María y el cantante amigo de Martin Luther King y Bob Kennedy atravesando el espacio, hacia la otra orilla, navegando por el Gran Río o tal vez volando sobre las nubes de sus cuadros, los versos de Juan y la inconfundible voz del inigualable Belafonte cantando Day-0 (The Banana boat song), y en el otro lado  les espera Elvis, que sabes, María, que puede cantar lo que sea y mejor que nadie, para seguir juntos la fiesta del amor, la luz y la poesía.  Ya están en el ojo del huracán de la ilusión que también fue siempre tu inseparable compañera de viaje. Ciao, querida María.

 

 

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¡Muera Sansón con todos los filisteos!

 

Cuando empecé a conocer a los superhéroes de ficción, fuera en los cómics con solera, en novelas de serie o en el cine, pensaba de buena fe que los villanos que aparecían en aquellos universos eran seres imposibles (también me pasó con las historias de las mitologías clásicas). Eran personajes hiperbólicamente malvados, hasta el punto de ponerse ellos mismos en riesgo de morir por su enfermiza obsesión de adueñarse de una ciudad, un país o incluso todo el planeta, para así obtener un poder absoluto que pondría a sus habitantes de rodillas a sus pies. Si no lo lograban, siempre disponían de un arma o un mecanismo que generaría un apocalipsis brutal en el que perecerían todos, incluyendo al pérfido ejecutor de la maldad suprema, repitiendo la frase de El Libro de Los Jueces 16:30: “¡Muera Sansón con todos los filisteos!” Solo que en este caso Sansón funcionaba como el bueno de la película.

 

 

Aunque mucha era la malignidad y más la depravación del Joker, Goldfinger, el doctor Octopus, Ming el Despiadado o Lex Luthor, siempre se conseguía impedir el desastre por medio del arrojo, la inteligencia y la tecnología superior de Batman o James Bond, o los superpoderes de Flash Gordon, Spiderman y, sobre todos, Supermán. Estas capacidades sobrehumanas se obtuvieron de maneras tan inverosímiles que empiezo a pensar que son posibles, porque lo que siempre tuve por ficción está volviéndose aterrador presente. Y no debiera sorprenderme después de haber leído muchas veces la Historia universal de la infamia, en la que, forzando los datos y creando otras realidades, Borges nos pone sobre aviso sobre las infinitas posibilidades y grados de vileza del género humano.

 

Poco a poco, además del propio Borges, otras plumas de renombre me acercaron a ficciones que eran verosímiles porque funcionaban como espejos de la realidad. Historias como El Cuaderno dorado, de Doris Lessing, Cónsul honorario, de Graham Greene y lecturas de obras literarias perseguidas en el país que abren en canal me alertaron de que no solo es posible la existencia de personas reales con la maldad de Lex Luthor, sino que sería probable que este se pusiera de acuerdo con los muchos Goldfingers y Jokers siniestros y desalmados que nos rodean, con un poder enorme para perpetrar iniquidades a gran escala.

 

Ahora creemos tener más información por la velocidad a la que circulan los datos por los canales que ayer imaginábamos ciencia-ficción y que hoy manejamos, pero rapidez y fiabilidad no tienen por qué ir juntas. Incluso diría que ahora es más fácil desinformar. Durante la Guerra Fría, con noticias supuestamente veraces que nos llegaban, creíamos saber con claridad cegadora de qué lado estaba cada uno de estos bellacos, Somoza nunca estaría con Kruchev, Fidel Castro siempre se colocaría frente a Estados Unidos, Pakistán le pondría una vela a Dios y otra al Diablo y Francia era la cima de la lucha por la libertad, porque todavía Patrick Modiano no había publicado (o se le leía poco en España) la trilogía narrativa en la que le quitó la venda de los ojos a Francia y al mundo.

 

Ahora es más complicado, se cruzan las tramas, se superponen varias guerras: la económica, la religiosa, la geopolítica, la ideológica, la militar o la cibernética; cada participante se apunta donde mejor le conviene, y en algunas guerras se alían con los que se enfrentan en otras. Lo privado se ha envalentonado y hay empresas como Google o Amazon que ya planean emitir moneda propia, con lo que los gobiernos perderán el control de un sistema en el que el capitalismo es el juego básico hasta para quienes dicen combatirlo. Ya no sabemos quién es quién. La pregunta es: ¿lo saben ellos?

 

La literatura a veces tiene elementos proféticos, porque el mencionado Borges inventa a un Billy El Niño rubio anglosajón, cuya obsesión es la de matar mexicanos, y ya hemos visto cómo la vida imita al arte cuando un supremacista blanco asesina a personas latinas, aunque los comunicados oficiales digan que disparó indiscriminadamente. Y es que también hay una séptima guerra que se libra por el control de los medios de comunicación. Ya hemos visto que los temores de Borges, Mary Shelley, Verne, Huxley, H.G. Wells, Stanislaw Lem, Orwell, Margaret Atwood se han hecho realidad o están muy cerca de serlo.  Bradbury también ha sido invocado, y la quema de libros de Fahrenheit 451 ha empezado en forma de cancelaciones, prohibiciones y correcciones a los clásicos.  Aterrado estoy, porque empiezo a pensar que esas maquinaciones que creía de cómics están haciéndose realidad palpable e inmediata, y que las musas visitan a estas mentes creativas para que les sirvan de mensajeras sin que sean conscientes de ello. O siéndolo.

 

Y lo peor es que no veo a Supermán por ninguna parte. Ni siquiera está el coche en su plaza de aparcamiento. Si no se ha ido de vacaciones puede que él y los otros superhéroes hayan sido secuestrados, extorsionados (asesinados no, porque matarlos es muy laborioso) o, peor aún, se hayan unido a Lex Luthor, el Joker y Goldfinger. Teniendo en cuenta los tiempos que corren, tal vez haya que encomendarse a Catwoman, Lara Croft, Supergirl o Thena, si es que todavía las mujeres no han recorrido el mismo camino que los machitos invencibles. Todo puede ser. O sea, que no esperemos ayudas milagrosas, tendremos que arreglárnoslas solos, pero también observo que nadie mueve un dedo mientras todo se va por el sumidero. Mientras tanto, ¡Viva Portugal, que es 25 de abril!