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Jugar con las cosas de comer

Acabamos de cruzar el recodo de julio/agosto, lo que siempre ha sido un punto de inflexión, en el que se apodera de todo el mes supremo de las vacaciones. Generalmente no hay más noticias que las cifras de operaciones salida y regreso, las regatas del rey en aguas de Mallorca (ah, no, las del otro rey en Sanxenxo) y el tímido comienzo de la liga de fútbol, que es un acontecimiento para los aficionados, pero ni ellos entran a tope, porque agosto lo cubre todo. También es verdad que, desde que no juegan Messi y Cristiano Ronaldo, para la mayoría de la gente, hasta el Real Madrid y el Barça son unas sombras que andan por ahí. Es decir, agosto es una especie de distracción antes de enfrentarse a la vida real cuando llegue septiembre.

 

 

Ahora sigue siendo así, aunque las noticias diarias son siempre bombazos. Y no me refiero a la guerra de Ucrania, que por desgracia ya forma parte de la costumbre; hablo del desbarajuste político que hay sobre la mesa, que es el resultado de políticas intransigentes y personalistas durante demasiados años. Los números son endiablados, y lo que significa cada uno de ellos lo sabemos todos. Estamos en una encrucijada económica e histórica, que por lo visto hay manera de afrontar, pero lo que se discute son precisamente esos números, y se da la paradoja de que los partidos más votados, que en condiciones normales tendrían la voz cantante en este enredo, están prácticamente con la manos atadas,  y las minorías parlamentarias, que pueden resolverlo de una manera o de otra, se atrincheran en posiciones y condiciones que nada tienen que ver con el interés general, sino con el particular de cada cual.

 

Digo yo que, aunque los partidos tengan implantación solo en determinados territorios, para esos intereses locales está la política autonómica (para algo hay 17 parlamentos), y cuando se llega a las Cortes Generales (especialmente el Congreso) es para mirar lo colectivo. Es que lo otro huele a chantaje, aunque es cierto que llevamos décadas aguantando ese tipo de política, porque ha faltado valentía y han sobrado las componendas. Ahora todo se vuelve en contra, y dicen que un tipo buscado por los tribunales españoles y autoexiliado en Bélgica tiene a su alcance el botón nuclear, pero no es cierto, porque ese mismo botón lo tienen las otras minorías, aunque solo dispongan de un solo escaño, y me temo que también van a tratar de sacar ventaja. Pero, con estos mismos números, nada de esto sería posible si hubiera un mínimo de sentido de Estado y de la inoportunidad de estos sesgos en un momento tan crucial. El poder que tienen esas minorías se lo han ido dando los dos grandes partidos de Gobierno durante 40 años.

 

Ya imaginábamos las pretensiones que iban a poner sobra la mesa vascos y catalanes, fueran de derechas o de izquierdas, después de erigirse en víctimas. Incluso podríamos suponer lo que haría el BNG con su solitario escaño, que, en esta situación, vale oro, lo mismo que los siete de unos o los 5 de otros porque se necesita hasta el último; exactamente igual que el de CC, que ha llevado el asunto al absurdo absoluto. Alguien de CC debería explicarnos por qué rara divagación aritmética, pueden decir el presidente Clavijo y la diputada Cristina Valido que no apoyarán al PP si entra VOX en el bloque, y que no apoyarán al PSOE si es SUMA la que se añade a fiesta. ¿En qué colegio aprendieron a sumar? No habrá mayorías que apoyar o rechazar sin esas dos fuerzas políticas como prolongación de los partidos mayoritarios. Es el colmo del surrealismo, y remachan la cantinela de que lo único que les interesa en Canarias. Si es así ¿para qué participan en elecciones generales, que buscan la representación de la soberanía del Estado para nombrar el jefe del ejecutivo central? Esto no tiene un pase ni con las matemáticas ni con la política.

 

Todavía no estoy seguro de si son los dirigentes de CC los que tendrían que explicarnos semejante pompa de jabón o tendríamos que ser nosotros los que les explicásemos algunos detalles sobre la democracia parlamentaria, que por lo visto parecen desconocer. Además, tenemos claro que VOX es de extrema derecha (ellos mismos se definen así al adjudicarse en exclusiva el adjetivo sustantivado de patriotas), pero me resulta novedoso que ahora, de repente, la principal fuerza a la izquierda del PSOE es de extrema izquierda. No hubo problema para votar NO a la investidura de Sánchez en enero de 2020, junto a los 52 de VOX. También debo recordar que, en su origen, entre los partidos que confluyeron con ATI para conformar CC estaban ICAN, Asamblea Canaria o Asamblea Majorera, que, aplicándoles su nuevo baremo, serían hoy de extrema izquierda. Es que les pasa como a mí con las columnas de mi garaje, que cuando tengo el giro controlado, se mueven y me machacan los guardabarros.

 

Menos mal que llega agosto, y me entretendré con la Rama de Agaete. Si me aburro, me voy a protestar contra la tomatina de Buñol, que me enseñaron que con la comida no se juega. Aunque será un esfuerzo inútil, porque en España llevamos demasiado tiempo jugando con las cosas de comer. Y no será porque no estén advertidos por la propia historia.

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Ahí la tienes, báilala

 

Hoy es 25 de julio, ese para mí es un día en que, cada año, la vida recomienza, porque un ya lejano e inolvidable día, una mujer su puso a caminar a mi lado, y ahí seguimos. Son muchos los días de alegrías, tristezas, triunfos y derrotas, pero siempre está ahí sin desmayo. Ese es un gran regalo que me hizo el universo, y, por lo tanto, en estos días me importa un carámbano quien haya ganado las elecciones, o quien vaya a gobernar, que no siempre es lo mismo; o si, como ya empieza a ser costumbre, nos veamos en Nochevieja preparando el voto para las elecciones repetidas. Así que, políticos y políticas, allá se las entiendan con sus dramas, que nosotros seguimos caminando.

 

 

Pero sí, han pasado las elecciones y hay mucha gente ofendida porque, por lo visto, el electorado votó muy mal. Parece ser que, todo lo que no sea que quien ocupe La Moncloa pertenezca a la clase dirigente de siempre, a los señoritos sacados de una novela de Miguel Delibes, gente de orden que cuando se le rebate cualquier ideas secular de las suyas suelen decir “no te pongas nervioso”, para resumir, cuando no gobiernan ellos, es una usurpación, una manipulación mediática de los herederos del contubernio de Múnich  y a veces hasta una insinuación constante de votos comprados a los beneficiarios, que, para estos enviados de los dioses, suelen ser gente vulgar a la que un gobierno ha tenido la disparatada idea de aumentarles el salario mínimo, viejos inútiles ya para la sociedad a los se les ha subido la pensión de acuerdo al IPC, homosexuales y lesbianas que se les permiten los mismo derechos civiles que la gente de orden, inmigrantes, mujeres que están todo el día atacando a los hombres, en fin, personal de segunda y tercera que se hace llamar pueblo, ciudadanía y palabras muy barnizadas de comunismo libertario, judeomasónico y feminista.

 

Pues gran parte de esa gente beneficiada resulta que no está dispuesta a que se eliminen derechos consagrados hace setenta años por las Naciones Unidas, y ha ido a votar el domingo pasado, y por supuesto, ¿qué puede esperarse de la chusma y el populacho? Lo normal, han votado mal, y, además, con una mala leche insospechada, pues han plantado en los recuentos del ministerio del Interior unos resultados que parecen diseñados por el mismísimo Lucifer, una especie de burla diabólica. Gana el partido de los próceres, pero el primer partido de la chusma no se hunde en el pozo del desastre, al contrario, sube en votos y en diputados. Es decir, al que gana la victoria le sabe a derrota, porque fuera del socio que tiene más a la derecha, nadie quiere apoyar su investidura, porque uno por uno, más fuerte o más flojo, el partido ganador a todos les ha ido pisando el calcañar durante años.

 

El jefe de los perdedores celebra su segundo puesto como una gran victoria, porque teóricamente tendría más posibilidades de hacerse con la llave de La Moncloa, aunque fuese en una votación a segunda vuelta. Se veía resucitado en su sede el domingo por la noche, con bailes de alguna ministra que no acababa de creerse lo que estaba pasando. Tampoco es que lo tenga fácil el segundo, porque para conseguir, aunque solo fuera una investidura en segunda votación, tendría que aspirar y soplar a la vez, aunque de estos especímenes nacidos para el laberinto se puede esperar cualquier cosa. Desde luego, nadie se va a abstener para que gobierne el ganador, y si alguien manda que se hagan nuevas elecciones será él, no el segundo quien lo provoque. Un trabalenguas.

 

Luego sacarán la cantinela de que se trataría de un gobierno de perdedores. Pues sí, lo normal en democracia parlamentaria, pasa todos los días. No gobierna quien más votos obtenga, sino el que consiga una mayoría parlamentaria como resultado de esos votos, lo que, en un tiempo se llamó pacto a la griega, porque, hace unas décadas, en Grecia se unieron todos los partidos para echar al gobierno. Pues eso, en Canarias gobiernan el segundo y tercer partido más votados (y no es la primera vez), y el ganador se ha tenido que ir a la oposición porque no alcanza  mayoría en el Parlamento, como en Extremadura, en la que también gobiernan los próceres (una prócera en este caso), aunque no fue la más votada. Mientras no cambie la ley o se llegue a acuerdos universales, puede gobernar cualquiera, siempre que reúna los apoyos suficientes. Lo demás es demagogia.

 

Hablo de estas cosas porque hay que decir la verdad, que es cosa rara en estos tiempos, pero, que nadie se llame a engaño, la rebambaramba que nos espera es de dimensiones considerables. El desenlace puede ser un cabreo absoluto del electorado, que haga que se establezca una corriente que llene de votos desesperados una de las opciones mayoritarias, o bien que llegue la decepción a niveles tan profundos que haya una avalancha de votos en blanco, como en la celebrada novela Ensayo sobre la lucidez, del Premio Nobel José Saramago. La copla dice: “ahí la tienes, báilala”. Como les decía al principio, hoy, 25 de julio, lo que no sea seguir mi camino en compañía me importa menos que un grano de mostaza.

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Elecciones, ¿y qué más?

 

Bueno, pues ya estamos en la recta final. El domingo se abren las urnas y por la noche, después de se haga el recuento, seguiremos sin saber gran cosa, todos habrán ganado, pero, salvo que haya un partido que saque una muy poco probable mayoría absoluta, estaremos igual semanas y semanas. Y la gracia es que debería importar poco quiénes se vayan a sentar en este ministerio o en aquella secretaría de Estado, porque eso es como conocer las alineaciones de los equipos antes de empezar el partido, porque el mejor de siempre puede tener un mal día y otro que nunca ha destacado se consagra con tres goles. El partido hay que jugarlo, y lo comparo con un partido de fútbol porque quienes gobiernan tiene que hacerlo contra las situaciones que se presenten y siempre contra la oposición, que hará lo indecible porque quien gobierna no pueda hacerlo debidamente. Y es que, en España, eso de la leal oposición hace mucho que no existe.

 

La histórica imagen de España nevada desde los satélites de la NASA - Logroño - COPE

 

Por otra parte, prevalece el arquetipo de que España no tiene remedio. Nunca lo tuvo, porque los remedios siempre son monolíticos, tiránicos y contrarios a la libertad, y pruebas de ello hemos tenido en los últimos 500 años. España es una abstracción que hoy vemos como una sola entidad, pero solo es España desde la Constitución de 1812, y no antes, porque aquellos reinos medievales de León, Castilla, Aragón o Valencia, el principado de Asturias, el condado de Barcelona o el señorío de Vizcaya eran distintos en fueros, en derecho consuetudinario y hasta en las lenguas que hablaban. Todo eso confluyó en las coronas de los Reyes Católicos, que completaron con la conquista de Granada, último bastión musulmán en La Península Ibérica. Y las mentiras que nos han ido colocando, como que con la caída de Boabdil se completaba el puzle de lo que hoy es España, y nos contaban en la escuela (cuando se daba Historia, manipulada, pero Historia) que, cuando decidió emprender la batalla definitiva para conquistar Granada (no reconquistar, porque se reconquista lo que antes fue nuestro, y Granada nunca fue parte de Castilla antes de 1492), la reina Isabel I dijo: ”Yo arrancaré uno a uno los granos de esa Granada”.

 

El mosaico español (que entonces no era español) se completó con la conquista de Navarra por Fernando el Católico, cuando ya la reina había muerto, y nunca supo el regente Cardenal Cisneros si aquel nuevo reino era Castilla o Aragón, por lo que, desde entonces, la única tierra aparte de esa España inexistente ha sido Navarra, que no perdió sus fueros ni siquiera en los tiempos absolutistas de Fernando VII o, más recientemente, con la dictadura de Franco. Hasta la Constitución de Cádiz, no había unidad de España (no puede unirse lo que no existe) sino que todos esos reinos, condados, principados, señoríos, (incluidos los de las cuatro Islas Canarias que primero fueron conquistadas), recaían en la corona. Y era el rey el estandarte de todos ellos, que siempre heredaron hasta hoy los monarcas españoles, y es por ello que, cuando se habla de los títulos del rey de España sale una ristra interminable de entidades que solo estaban unidas en su persona hasta 1812. A partir de ahí ya España existió jurídicamente.

 

Así que, si a uno de los reyes que hubo durante más de tres siglos, se le hubiera ocurrido repartir en herencia sus títulos entre varios hijos, Galicia, Andalucía, Valencia o cualquier otro territorio se habría convertido en un estado distinto. De hecho, ocurrió cuando el reino de Aragón se extendió por el Mediterráneo, y así vemos que Carlos III había heredado de su padre Felipe V la corona de Nápoles, de la que abdicó para sentarse en el trono de Madrid. De modo que el Estado de las Autonomía no es un invento de la Transición de hace 40 años, sino una respuesta a lo que latía en la genética política y social de un país que renacía, pero que no había perdido la memoria.

 

Por eso, cuando largan estupideces los líderes políticos, llenan sus discursos de grandilocuencia patriótica o nos cuentan sandeces (Aznar elogió en su centenario a Isabel La Católica como símbolo de la unidad de España), me temo que, quienes conducen no tiene el carnet. De esto no se salva ninguna fuerza política porque, o callan verdades históricas o se explayan reinventando la Historia. Cuando escucho a Puigdemont, a Abascal, a Aitor Esteban y a muchos y muchas más, decir verdaderos disparates que venden como verdades absolutas, me dan ganas de llorar. Creo que lo de que los dirigentes salgan de los votos es una regla de oro de la democracia, pero también creo que, cuando se alcanzan cargos de determinado nivel, habría que tener aprobado un curso sobre todo esto. Y un curso muy riguroso.

 

Por otra parte, los autores del Siglo de Oro son una mina de conocimiento, pero, o no se les lee, o se les lee muy mal. Cervantes, Lope, Góngora, Quevedo y todos los demás (incluidas Santa Teresa y Sor Juana Inés de la Cruz) han sido poco o mal leídos, porque todas esas ideas tan originales que a menudo sueltan los políticos ya estaban con gran fundamento y rigor intelectual en todo ese inmenso arsenal de sabiduría. El ejemplo de leer bien a los autores nos lo dan los ingleses, que han sabido hacerse grandes apoyándose en Shakespeare, Milton o Marlowe. Tampoco se les ha ocurrido (habrá raras excepciones) echar un vistazo a la obra de Madariaga, Américo Castro, Juan Marichal o a ilustres extranjeros que hablan mejor de España que los españoles, como el inglés Chesterton (siglos XX) o el abate francés Bertaut de Fréauville. Si los políticos supieran algo de esto, España sería hoy una de las imprescindibles naciones del mundo, pero se les va la fuerza combatiendo con su ignorancia y sirviendo a intereses personales, que creen que los privilegios son un derecho. Por eso me digo que es una obligación moral en democracia ir a votar, pero después me pregunto para qué.  Si vamos un poco leídos a votar, tal vez lo hagamos bien.