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Otoño, octubre, esperanza

 

Espero que este octubre nos traiga algo más de esperanza y de ilusión que los meses anteriores, y también toneladas de responsabilidad. Decía Ryszard Kapuscinski que la ideología del siglo XXI debe ser el humanismo global, pero, según él, tiene dos peligrosos enemigos: el nacionalismo y el fundamentalismo religioso.  Tengo la esperanza de que, a pesar de que no parecen los mejores tiempos, este octubre sea lo que siempre fue: el inicio de un ciclo en el que todo va a mejorar y veamos la salida de este laberinto.

 

Foto de Carlos Medina

al vez sea por mirar muchas reproducciones de cuadros de Sorolla o de Vázquez-Díaz, pero siempre que llega el otoño me acuerdo de Madrid, y más concretamente del Paseo de Recoletos y del Prado, donde las acacias amarillean y convierten la tarde en una acuarela. Pero el fantasma sigue ahí, porque ya dijo Georges Orwell que el nacionalismo es hambre de poder atemperada por el autoengaño.

 

Y una imagen otoñal que siempre recuerdo es la escena final de la película Muerte en Venecia, en la que, por un lado está la muerte y por el otro las risas. El otoño es cansino, y aunque aquí se anuncia al final del verano con la bravura de las mareas del Pino, el mar se para, que es cuando dicen los pescadores que «la mar está echada». Las olas llegan tenues a la orilla, y la luz empieza a languidecer. Es como si llegase la hora de cerrar, pero en realidad es cuando todo empieza a regenerarse de nuevo, aunque tenga mejor pedigrí la primavera. Pero ya ven, a mí me gusta el otoño, y octubre especialmente, tal vez porque esa fue la primera luz que vi. Bienvenido, octubre, deja que durmamos sin sofocos, pero danos luz y fuerza.

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Birmarck y Escarlarta O’Hara

Escuchamos a los actuales líderes políticos, a los dirigentes económicos e incluso a determinados líderes de opinión con mando en plaza (antes los llamaban intelectuales influyentes) y se nos cae el alma a los pies. Si los sofistas fueron la marca blanca de la filosofía clásica, están ahora muy de moda, porque ya solo se aprecia el envoltorio de los hechos y las ideas. Yo siempre he estado en contra de las ideologías como doctrina para aplicar a la vida, porque agarrarse a una idea central sin pararse en detalles (la perfección está en los detalles) suele tener siempre un resultado injusto y socialmente catastrófico, llámese fascismo, teocracia, stalinismo o cualquier otra gran palabra que se lo lleva todo por delante. Creo que hay que pensar cada cosa en su contexto, en su utilidad para la búsqueda de la libertad y la justicia de verdad, y eso choca contra todos los maximalistas, que, como los sofistas, parece que nunca pasan de moda. Lo que equivale a que, de una forma o de otra, estamos en manos de autómatas, robots del pensamiento, por lo que la inteligencia artificial tampoco es una novedad, más allá de la tecnología tan mágica como inútil que utiliza.

 

 

En el mismo sentido, está la frase atribuida al canciller prusiano Otto Von a Bismark, que, cierta o apócrifa, sigue siendo secular, y suena como el único certificado de garantía de supervivencia que tenemos los españoles, pase lo que pase, ahora y siempre. Dicen que dijo Bismarck:  «España es la nación más fuerte de La Tierra. Los españoles llevan siglos intentando destruirla y no lo han conseguido. El día que dejen de intentarlo volverá a ser la vanguardia del mundo». Existe, además, la evidencia de que España es el país más rico del mundo, porque lleva sumida en la corrupción política y económica al menos desde la época del Gran Capitán (picos, palas y azadones, cien millones) y sigue quedando de dónde sisar. Cualquier otro país, por muy poderoso e imperial que fuese, con nuestros niveles de corrupción habría desaparecido. Pero nosotros seguimos ahí, y por lo que veo sigue quedando donde rascar, a juzgar por el entusiasmo con que se emplean todos, porque no son dos a tres, sino muchos, sean centrífugos, centrípetos o los que siguen empeñados en fundar y refundar un centro que nunca cristaliza: CDS con Suárez y sin Suárez, Operación Roca (con Garrigues), UPD con Rosa Díez, Ciudadanos con y sin Albert Rivera… Ahora se oye por ahí que Edmundo Bal, Begoña Villacís y Fernando Sabater coquetean con crear un nuevo partido bisagra, con el mismo discurso que se ha repetido y fracasado en cuatro décadas distintas.

 

Luego es lo que se vende como novedad: una fractura en el bando socialista. Hay que recordar que lo que le ocurre al PSOE es como a Escarlata O’Hara, ese conflicto interno es su estado natural. No olvidemos que en los años treinta del siglo pasado hubo un partido Socialista de Indalecio Prieto y otro de Largo Caballero, y está en las hemerotecas y en la Historia que el primero salvó la vida milagrosamente tras suspender un mitin en la localidad sevillana de Écija, donde fue atacado a tiros y a pedradas por elementos afines a Largo Caballero. Durante la guerra civil hubo un PSOE de Besteiro y otro de Negrín, y en el exilio la ciudad francesa de Toulouse fue escenario de muchos debates encendidos que llevaron a la secretaría general a Rodolfo Llopis. Hasta que surgió un PSOE dentro de España, el de Felipe González, que en el congreso de Suresnes se hizo con el control del partido en 1972. También había otro partido socialista interno a comienzos de la Transición, el PSP de Tierno Galván, que acabó siendo absorbido por el PSOE que iba camino del felipismo. Solo en ese tiempo pareció que había un solo PSOE y es que el inmenso poder que gestionaba es capaz de puentear cualquier discrepancia, aunque pronto hubo guerristas, bronca con Nicolás Redondo y los de la Izquierda Socialista de Pablo Castellano acabaron en IU.

 

Y ya siempre fue un toma y daca: lo de Almunia y Borrell desembocó con la mayoría absoluta de Aznar. Zapatero aguantó porque estar en La Moncloa es un pegamento muy eficaz, pero ya luego siempre hubo jaleo: Rubalcaba, Carme Chacón, Madina y Pedro Sánchez, con Susana Díaz de animadora con la efigie de Felipe al fondo. Ese apocalipsis del PSOE que vaticinan desde distintos intereses yo lo pondría entre paréntesis, hay mucho entrenamiento experiencia en conflictos internos y salir de barrizales impracticables es su especialidad. Así que, como esta situación no es nueva, todas estas predicciones optimistas por exceso o tremendistas por defecto sobre el futuro del PSOE, como a Cantinflas, me resultan intermitentes, indescriptibles, inverosímiles, incompatibles, intransigentes e intransferibles. Y, francamente Escarlata, me importa un bledo.

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Sobre amnistías y sartenes

 

 

En vista de lo poco que le importa a la clase política el bienestar de los ciudadanos, he llegado al punto de que procuro librarme de las sandeces que gruñen cada día. Si quisieran ser útiles, trabajo tienen de sobra: sequía, cambio climático, crímenes machistas, alza de los precios, escasez de viviendas, aunque haya decenas de miles de pisos habitables, inflación exagerada, listillos que se aprovechan para manipular los mercados, desastre sanitario, frenazo educativo, migración irregular, Derechos Humanos pisoteados una y otra vez por las propias administraciones que son las encargadas de defenderlos… Hay más cosas, como el abandono de las personas mayores o discapacitadas, el control de las grandes empresas para que no abusen de los usuarios, o un rosario de carencias que nunca se acometen y que nos hacen sonrojar cuando nuestros dirigentes sacan pecho por algo que dicen que han hecho pero cuyos efectos no llegan a la ciudadanía.

 

 

Y me libro porque no me da la gana de que una ley hoy signifique una cosa y mañana lo contrario, según convenga a unos o a otros. No soy jurista y desconozco si en La Constitución cabe la amnistía de la que todo el mundo habla. Puedo entender que se negocie para partir de cero, pero no es por eso, sino porque es necesario para llegar a la Presidencia del Gobierno. Pero es una gran contradicción, y en mi modesto entender un disparate, no ya jurídico, que no lo sé, sino de sentido común. No entiendo cómo puede amnistiarse algo que no ha sido juzgado, no hay sentencia y por lo tanto ni siquiera conocemos qué calificación merece lo que se pretende borrar, porque no se puede perdonar delitos que aún no tienen sentencia firme.

 

Pero ellos dale que dale, y tampoco hay visos de que sea para hacer borrón y cuenta nueva, porque quienes piden la amnistía no se esconden para seguir enarbolando el soberanismo y, en algunos casos, incluso hablan de independencia unilateral con indemnizaciones milmillonarias del Estado Español para que el supuesto nuevo estado comience sin rémoras, y a los demás que nos parta un rayo. Por si esto fuera poco, este follón que hasta ahora se localizaba en Cataluña, ahora empieza a moverse en Euskadi; ya me preguntaba yo cuánto tardarían en subirse al carro. El PNV ya está más arisco y Bildu quiere sacar a la calle el 18 de noviembre al mayor número posible de vascos, para no sabemos todavía qué.

 

Me tengo por progresista, y creo firmemente en que España es una nación de naciones, que todo es negociable y se puede avanzar, ver esa diversidad como una riqueza y no con la cerrazón que es marca de la casa de la derecha. Todo se puede hablar, se puede negociar, se puede cambiar la Constitución, el régimen político y hasta los colores de la camiseta del Atlético de Madrid. Ya puestos, hasta podemos cambiar el concepto de Estado por el de Puesto de Pipas. Pero eso se hace a golpe de democracia, con la mirada puesta en las siguientes generaciones, y con la actual miopía política que se ha convertido en pandemia no creo que les alcance la vista más allá de sus narices. Aquí no se dialoga ni se negocia; se impone, se chantajea, se compra y se vende. Lo siento, pero esto no admite más paños calientes.

 

Así que, como ya estoy hasta el gorro de palabras que no son más que el parapeto de los intereses de clase o incluso personales, propongo que se convoquen nuevas elecciones generales pero que, para abreviar y que nos salga más barato, solo se pongan urnas para elegir diputados al Congreso en Cataluña y Euskadi, y que se reúnan entre ellos y que no nos estén mareando, porque ahora van a querer que el euskera sea la lengua oficial de la ONU y el aranés de la OTAN. Cuando les parezca, no hay prisa, no vayan a herniarse, nos dicen quién va a ocupar la Presidencia del Gobierno Español. No estoy desbarrando, no es nada nuevo, eso es lo que han estado haciendo los nacionalista vascos y catalanes durante los últimos cuarenta y cinco años. Las otras 15 autonomías, Ceuta, Melilla y el Peñón de Vélez de La Gomera, en silencio, a tragar como siempre.

 

Y ya que estamos, mientras todo esto se va aclarando u oscureciendo, para sacar algún rendimiento a lo que cuesta mantener un Parlamento, también propongo que se alquile el Palacio del Congreso para bodas y bautizos, o bien que se nombre una comisión parlamentaria para que trate de legislar sobre la distribución de espacios en las cocinas. Es que, salvo en las casonas de lo cuatro que quieren que esto siga igual, en las demás tenemos un problema con las sartenes, y es que ninguno de los armaritos ni las baldas al uso pueden acogerlos sin que se pringue todo alrededor, de modo que en el 90% de las cocinas española las sartenes se guardan en el horno, y cada vez que vamos hacer una sama a la sal tenemos que sacar las sartenes, ponerlas provisionalmente en otro sitio, y volver a guardarlas cuando acabemos, lo que nos obliga a dar dos lavados al horno y uno al lugar donde esperaron las sartenes. Un derroche, y todo por no hacer obligatorio que siempre haya un lugar pensado expresamente para sartenes. Insisto, no desbarro, porque al menos eso sería de utilidad, pero es que ahora lo único que hace la representación de la soberanía popular es berrear en la Carrera de San Jerónimo. Por si ya no hubiera bastante autotune con el reguetón.