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La vida nunca perdona

La democracia permite que pululen por ella sus enemigos, y hay que poner mucho cuidado porque cualquier medida restrictiva nos puede llevar a terrenos cercanos al autoritarismo. Ahora bien; todos sabemos el peligro que para la convivencia supone el aumento de la intolerancia, las corrientes neonazis que se acercan a los jóvenes en forma de grupos musicales, con letras incendiarias, no por su rebeldía, que sería lógico en la juventud, sino por sus contenidos racistas, machistas, xenófobos y excluyentes. Hay un paneuropeísmo que cruza fronteras, y los estados de la UE siguen mirando hacia otro lado. Uno de los grandes problemas que se nos echa encima es el de la violencia juvenil, alentada desde el mundo incontrolado de Internet y algunas casas discográficas. Si legislar puede conducirnos a otro fascismo desde el poder, la democracia y la tolerancia deben defenderse con una campaña descomunal que anule la perniciosa propaganda neonazi sobre los jóvenes. Algo hay que hacer.

 

 

Pero acaso este sea el peor momento de la historia en el que podemos meternos en semejantes berenjenales. Tan solo con que haya un matiz mínimo diferente, caerán sobre ti cataratas de improperios y descalificaciones. Pero hay que decirlo, yo estoy curado de espanto, y ya de cancelado no paso. Decía Hermann Hesse que las personas que expresan su pensamiento con libertad, no suelen tener muchos amigos. En los mementos actuales, tienes que ser partidario de A o B, sin condiciones y a muerte; de lo contrario te tacharán de antisemita y alineado con terroristas del ISIS, o sionista recalcitrante. Y resulta que en Gaza hay miles de personas que no comulgan con el extremismo de Hamás, y en Israel otro tanto de israelíes que están hasta el gorro de las políticas expansionistas de los gobiernos de Tel-Aviv, especialmente cuando gobierna la parte más conservadora.

 

Luego están los que te pueden acusar de tibio o, peor, de equidistante. Pues mire, ser equidistante entre la ira sanguinaria de Hamás y las revanchas de la ley del Talión de Netanyahu, no solo es difícil, sino que viene a ser lo mismo, porque tener como bandera el odio y destrucción del otro no me permite estar a mitad de camino de ambos, porque en realidad están en el mismo sitio, seguramente porque la guerra es la única manera que tienen de mantenerse en el tablero. Por el contrario, no soy un “fumao” setentero que predica el amor y no la guerra, con canciones de Jan Báez o el Imagine de John Lennon. Como gustos musicales me apunto, pero creo que la lucha por la paz es algo más que cantar canciones en un asadero (que yo lo hago), es una actitud vital, y hay mucha gente que piensa así, pero a menudo teme expresarse porque teme que lo manden de regreso a Woodstock en una furgoneta Volkswagen pintada de flores.

 

Es asombroso que sigamos tan anestesiados cuando vemos lo que pasa en el mundo y aquí, en Canarias. Campan a sus anchas quienes juegan con los precios de los alimentos, los que sacan tajada de todas las desgracias (que son muchas) y los gobiernos dicen alguna cosa pero al final los tiburones se salen con la suya. La disculpa es que tal cosa no puede hacerse porque estamos en un mercado libre, porque no es competencia de aquí o de allá o que eso es herencia de gobiernos anteriores. Palabrerío, hay normas que permiten a los gobiernos tomas medidas que impidan extorsiones disfrazadas de inflación, y si no las hay habría que inventarlas. Ah, ya que esto o lo otro es inconstitucional, o que no lo permiten las directivas europeas. ¡Vengan ya! El abuso que existe con la vivienda, los precios y los alquileres es anticonstitucional, porque en La Constitución se consagran derechos sagrados como la vivienda, el trabajo, la educación y la sanidad. En realidad, creo que hasta la Constitución es inconstitucional, porque esa ambigüedad calculada permite que, al final, aquí nadie se aclare.

 

Además, en este momento en el que estamos con un gobierno en funciones y hay una tesitura internacional muy complicada y peligrosa, aquí actuamos como si lo importante fuese machacar al rival político, vamos, lo de siempre. Y es que hay gente que parece que todo el mundo le debe algo, tanto en la derecha como en la izquierda, y meter más leña en el horno no beneficia a nadie. ¿Han visto la cara que ponen algunos y algunas cuando hablan como si Dios les hubiera llamado al móvil? Me recuerdan a la del párroco de mi infancia cuando acudíamos a catequesis obligatoria y nos amenazaba con el infierno con la misma expresión que Freddy Krueger. Cada cual hace la guerra por su cuenta y nada se concreta. Se monta la de Dios es Cristo por naderías y si hiciéramos un concurso de contradicciones, mentiras y gazapos, habría que buscar un jurado muy competente, porque la habilidad destructiva de nuestros oradores y paniaguados es insuperable. Creo que todos merecen ser ganadores.

 

Pero no andan mejor por ahí fuera, porque Biden está temblando por lo que pueda hacer Netanyahu y ahora, él que nos metió en el barrizal de Ucrania, da un paso atrás porque las cosas se le han ido de las manos; la presidenta de la Comisión Europea ha dado esta semana un curso de inconsistencia en política unitaria e internacional; Zelenzki anda más perdido que el barco del arroz y hasta los árbitros hacen lo que pueden en los partidos de fútbol. El domingo jugaron Noruega y España. Nuestro equipo metió dos goles; el primero lo anularon y el segundo tardaron 4 minutos en darlo por válido. Fueron tan confusas las jugadas que he oído que el que anularon era el bueno y el que subió al marcador no, o que los dos eran buenos, o que los dos eran malos. Pero si la vida fuese como el fútbol sería más fácil, pues al final queda la victoria de España, y nadie se preguntará en poco tiempo cómo y de qué manera. Pero la vida es algo más complicada, porque tiene memoria y nunca perdona.

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Hasta nos haremos tatuajes

No sé ustedes, pero yo tengo la sensación de que estamos viviendo un tiempo muy raro, en el que las cosas importantes tienen un valor relativo, y lo secundario y a menudo banal se convierte en protagonista, no solo de la sociedad, sino de las personas una a una. Vemos continuamente, sobre todo en las generaciones más jóvenes, como alguien es seguido como un líder o rechazado por cuestiones como la vestimenta, el corte de pelo o los tatuajes que muestra o de los que carece. Eso, por no ser demasiado duro, porque finalmente exhibir es lo que hoy impera, aunque sea un artefacto sospechoso, pero tiene espacio mediático. Importa tener, mostrar, vale muy poco ser.

 

 

Por si esto fuera poco, hemos desarrollado una extraordinaria capacidad para el olvido como sociedad, aparte de que siempre justificamos nuestros errores con el “y tú más”. Se quejaba, con razón, la gran actriz norteamericana Susan Sharandon de lo mucho que elogian su cuello, o el erotismo de su mirada algo estrábica, pero nunca se dice que ha sido candidata a Premio Nobel de la Paz. Es la apariencia lo que se valora, y con todo pasa igual. Un ejemplo que estamos viviendo en estos años es eso que llaman postpandemia, aunque no se sabe muy bien si se ha acabado y qué se ha acabado realmente. Fuimos confinados como prisioneros de guerra, nos aterrorizaron durante meses en los que la gente se moría a centenares cada día, cambió todo, las costumbres, surgieron las colas, citas previas y un terror sordo que cada cual sobrellevó como pudo. En Canarias, pararon las máquinas, ni un turista, todo cerrado y muchísimos a apuntarse en los ERTEs. Pues todo eso parece que les sucedió a nuestros tatarabuelos, es como si quisiéramos huir de ese miedo, y cerramos los ojos a todo lo que nos amenaza.

 

Nos han metido en una guerra que, como la mayoría, surge del fanatismo y en cuyas causas han tenido que ver muchos elementos, incluyendo a las víctimas. Pero hay que tirar junto a los socios, los mismos que no se preocupan de lo que pasa en África mientras la siguen explotando. Tratamos seguir adelante, pero cada día nos abren una vía de agua, pero tratan de que lo olvidemos porque España va a ser una de las sedes del Mundial masculino de fútbol 2030, y por lo visto nos va la vida en que se jueguen un par de partidos en el Estadio de Gran Canaria. Pero no cumple las normas, necesita aumentar el aforo y eso cuesta dinero, mucho dinero, el mismo que dicen que no hay para Sanidad o para avanzar en la ayuda a la dependencia. Pero aparecerá, y como ocurre en las ferias turísticas, se echará la casa por la ventana para que sigan llenándose los bolsillos mientras pagan lo que pagan.

 

Ahora toca reavivar el eterno conflicto de Oriente Medio, hijo del complejo de culpabilidad de Occidente por el Holocausto nazi. Las piezas se mueven de una manera rara, Arabia Saudí se acerca a Israel porque ambos son amigos de Estados Unidos y enemigos de Irán, y es un desastre lo que ocurre en la mayor parte de África, y ya estamos viendo cómo las injusticias en el vecino continente nos afectan directamente, porque la gente huye de la pobreza y la violencia, y los dirigentes europeos se reúnen en Granada en una gran fiesta flamenca en la que ni siquiera son capaces de llegar a acuerdos de mínimos. Hamás ha atacado a Israel con una potencia inimaginable, y cabe la pregunta de cómo pudo llegar todo ese armamento a Gaza sin que se enterasen los servicios secretos de Israel. Tiene pinta de jugada para justificar una guerra de aniquilamiento. Si no es así, bien que lo parece. Y da mucha pena ver cómo los informativos hablan de las barbaridades de Hamás, que es verdad que se les ha ido la pinza, pero es que ya sabemos que Israel es el único país que se pasa las resoluciones de la ONU por el Arco del Triunfo. La UE en su línea, ni chica ni limoná y haciendo de felpudo de Estados Unidos. Y en medio, muriendo inocentes. Que conste ni Irán ni Putin son buenos ni tostados. Y aquí a la espera de ver quien gana el concurso de murgas.

 

Lo que está sucediendo en los estados cercanos de Africa Occidental nos afecta porque estamos en la última frontera. Hace varios años que el fundamentalismo islámico armado está creando dificultades en la zona, hasta el punto de que el rallye París-Dakar se ha mudado a Sudamérica porque el Sahara no ofrecía seguridad. Al constante peligro de una reactivación armada del asunto de los saharauis se suma ahora la guerra abierta en Mali, la actividad de Boko Haram en Nigeria, las tensiones políticas en media docena de países cercanos, entre ellos Senegal…

 

En Mali, los fundamentalistas han ocupado más de medio país y están implantando su modo teocrático de entender la política con Sharía incluida. Analizar esta cuestión es muy complicado, puesto que, si por una parte no está bien intervenir en asuntos internos de los estados, por otra la implantación de un régimen islámico en la zona es un peligro para todos, porque su vocación siempre es extenderse. Así que ya suenan los cañones y yo no sé si la comunidad internacional ha valorado las consecuencias humanitarias de todo esto, porque empezará a haber desplazados hacia Senegal, Argelia y el Sahara Occidental, gente que, huyendo de la guerra, recorrerá a la inversa la histórica ruta de la sal, se presentará en las playas y se montará en el primer cayuco que pase rumbo a Canarias, o bien atravesará clandestinamente Marruecos y tocará en las puertas de Ceuta y Melilla. Este es un futuro muy probable si la guerra se alarga, y se debiera estar preparados para esa avalancha, que en nada nos beneficia porque, además, pondría a Canarias en el mapa de una guerra, con las consecuencias negativas que eso tendría para nuestra imagen turística de lugar de paz idílica. Pero bueno, al menos se jugarán en nuestro estadio los partidos Islas Salomón-Islandia y Tanzania-Guatemala. Una pasada, y hasta nos haremos tatuajes.

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¿En qué momento se jodió Cataluña?

Este mes de septiembre vuelve a recordarnos la importancia de Canarias como camino de ida y vuelta a América, y especial crisol en el que se encuentra y se engrandece nuestra lengua, que, como decía Dámaso Alonso, ayer fue castellano y mañana hispanoamericano (creo que ya lo es). Si la última semana se celebró una edición más de Festival Hispanoamericano de Escritores en Los Llanos de Aridane, la semana anterior tuvo lugar en Las Palmas de Gran Canaria el XV Congreso de nuestra lengua, con el recordatorio de que el I Congreso se celebró también en esta ciudad hace 44 años, iniciando una dinámica que ha ido convirtiendo los estrechos caminos de antaño en vías de comunicación, pues en este largo camino de encuentros, aunque la literatura siempre es uno de los pilares del idioma, también se ha profundizado en el uso de una lengua común de muchos millones de personas.

 

 

Así que, satisfecha mi alma de escritos por un lado y las de profesor de lengua por otro, hay que sumar los encuentros con viejas y nuevas amistades, sean de la calle de al lado o de lugares a miles de kilómetros, pero con el corazón latiendo al mismo ritmo. Este año no he podido estar en Los Llanos de Aridane, pero sigo con voracidad las comunicaciones que informan de este encuentro, siempre hermoso por la gente y el lugar. Claro, que te pierdes esos encuentros, a veces insospechados, con alguien muy reconocido que resulta que te habla de un libro tuyo de hace veinte o treinta años. Eso sorprende, porque nunca sabemos el alcance que tiene un libro en el tiempo y en el espacio.

 

En el congreso de las Palmas, la semana anterior, pude compartir con personas interesantísimas. Una de ellas es la novelista y ensayista argentina Luisa Valenzuela, tan grande en la creación como en el análisis y una de las voces intelectuales más respetadas de nuestra lengua. Es admirable la vitalidad y la curiosidad de esta mujer, que ya es octogenaria, pero con la misma energía que la ha llevado a ser una cima del conocimiento. Tal vez se estén retrasando en darle el Premio Cervantes; veo a pocos por delante de su linterna, porque ella es de las que van delante, alumbrando.

 

Una de esas noches, nos reunimos alrededor de una mesa de mi venerado Hotel Madrid un grupo de hombres y mujeres, canarias, peninsulares e hispanoamericanas, unas ponentes del congreso, otras simplemente invitadas a compartir un rato fuera de la estricta disciplina. Yo era una de estas, y llegué con retraso a la cita, pero me encontré con una mesa reunida alrededor de la literatura, en la que yo hacía el número 13, como en La última cena. Coincidió mi llegada con un momento importante, porque el poeta, ensayista y catedrático Vicente Cervera, acababa de leer uno de sus poemas, y la mesa entera estaba emocionada e impresionada. Siguió la velada, y no dejaban de decirme que había sido una pena mi retraso, pues me había perdido un momento mágico. Tanto lo dijeron, que al final hicieron que el poeta volviera a leer su poema, y era obvio que lo hacía como amable regalo hacia mí.

 

Vicente Cervera es un gran intelectual, un exquisito poeta y sin duda posee el don de la comunicación que no siempre coincide con el de la poesía, aunque se trate de grandes poetas. Leyó sus versos, que casi sabía de memoria, mirándome con fijeza, estaba leyendo para mí, y aunque los demás también escucharan, yo sentía cada palabra como una campanada porque estaba dirigida a mi persona. La emoción volvió a la mesa, y el más emocionado era yo, pues estaba viviendo algo que no pasa casi nunca, y es que un gran poeta esté recitando para que yo lo escuchase, con el mismo esmero que lo habría hecho ante un gran auditorio. Para mí fue lo mejor del congreso.

 

Yo no sabía qué decir, pero estaba metido en el túnel del tiempo y volvió a mí una canción que la cantante catalana Marina Rossell, miembro de la llamada Nova cançó, grabó en 1978. Es una vieja habanera del maestro Frederic Sirés i Puig, que compuso la letra y de la música en 1924. Me refiero a La gavina (la gaviota), que hace cincuenta años era casi un himno, y habla de una niña que le pide a una gaviota que, si encuentra a su vieja muñeca de trapo perdida en una playa perdida, le dijera que no la había olvidado. Un argumento tan sencillo se convierte en algo muy grande de la mano de la poesía y de la música. Fue aquel un tiempo en que mi generación miraba hacia Cataluña, porque iba muy por delante, y todos los veranos la Costa Brava se llenaba de profesorado canario que acudía a las Escuelas de Verano que llevaban el nombre de la gran pedagoga catalana Rosa Sensat.

 

Hace unos años, Marina Rossell dio un recital en la sala pequeña del Auditorio Alfredo Kraus. Yo escuchaba todas las canciones con devoción, pues me estaba devolviendo un tiempo hermoso. Cuando llegó el momento de cantar La gavina, se adelantó en el escenario y no dejó de mirarme durante todo el tiempo de la canción. Se debió dar cuenta de que yo entendía lo que significaba el ruego de aquella niña a la gaviota, y aunque en la sala había cientos de personas, yo sentí que la había cantado para mí. Ese fue el momento que volví a vivir cuando Vicente Cervera me recitó su poema. Aprendimos mucho de aquella Cataluña, y la amábamos por su grandeza y generosidad. Ahora se ha sembrado la desconfianza y esa es la peor de las simientes, por lo que no me duelen prendas acusar a quienes lo han hecho, por una y otra parte. Y entre un poema y el recuerdo de una habanera especial, sigo preguntándome, como Vargas Llosa en Conversación en la Catedral, en qué momento se jodió el Perú, que entonces era el entendimiento, el respeto, la generosidad, el afecto y la solidaridad. Qué pena.