Publicado el

Sobre amnistías y sartenes

 

 

En vista de lo poco que le importa a la clase política el bienestar de los ciudadanos, he llegado al punto de que procuro librarme de las sandeces que gruñen cada día. Si quisieran ser útiles, trabajo tienen de sobra: sequía, cambio climático, crímenes machistas, alza de los precios, escasez de viviendas, aunque haya decenas de miles de pisos habitables, inflación exagerada, listillos que se aprovechan para manipular los mercados, desastre sanitario, frenazo educativo, migración irregular, Derechos Humanos pisoteados una y otra vez por las propias administraciones que son las encargadas de defenderlos… Hay más cosas, como el abandono de las personas mayores o discapacitadas, el control de las grandes empresas para que no abusen de los usuarios, o un rosario de carencias que nunca se acometen y que nos hacen sonrojar cuando nuestros dirigentes sacan pecho por algo que dicen que han hecho pero cuyos efectos no llegan a la ciudadanía.

 

 

Y me libro porque no me da la gana de que una ley hoy signifique una cosa y mañana lo contrario, según convenga a unos o a otros. No soy jurista y desconozco si en La Constitución cabe la amnistía de la que todo el mundo habla. Puedo entender que se negocie para partir de cero, pero no es por eso, sino porque es necesario para llegar a la Presidencia del Gobierno. Pero es una gran contradicción, y en mi modesto entender un disparate, no ya jurídico, que no lo sé, sino de sentido común. No entiendo cómo puede amnistiarse algo que no ha sido juzgado, no hay sentencia y por lo tanto ni siquiera conocemos qué calificación merece lo que se pretende borrar, porque no se puede perdonar delitos que aún no tienen sentencia firme.

 

Pero ellos dale que dale, y tampoco hay visos de que sea para hacer borrón y cuenta nueva, porque quienes piden la amnistía no se esconden para seguir enarbolando el soberanismo y, en algunos casos, incluso hablan de independencia unilateral con indemnizaciones milmillonarias del Estado Español para que el supuesto nuevo estado comience sin rémoras, y a los demás que nos parta un rayo. Por si esto fuera poco, este follón que hasta ahora se localizaba en Cataluña, ahora empieza a moverse en Euskadi; ya me preguntaba yo cuánto tardarían en subirse al carro. El PNV ya está más arisco y Bildu quiere sacar a la calle el 18 de noviembre al mayor número posible de vascos, para no sabemos todavía qué.

 

Me tengo por progresista, y creo firmemente en que España es una nación de naciones, que todo es negociable y se puede avanzar, ver esa diversidad como una riqueza y no con la cerrazón que es marca de la casa de la derecha. Todo se puede hablar, se puede negociar, se puede cambiar la Constitución, el régimen político y hasta los colores de la camiseta del Atlético de Madrid. Ya puestos, hasta podemos cambiar el concepto de Estado por el de Puesto de Pipas. Pero eso se hace a golpe de democracia, con la mirada puesta en las siguientes generaciones, y con la actual miopía política que se ha convertido en pandemia no creo que les alcance la vista más allá de sus narices. Aquí no se dialoga ni se negocia; se impone, se chantajea, se compra y se vende. Lo siento, pero esto no admite más paños calientes.

 

Así que, como ya estoy hasta el gorro de palabras que no son más que el parapeto de los intereses de clase o incluso personales, propongo que se convoquen nuevas elecciones generales pero que, para abreviar y que nos salga más barato, solo se pongan urnas para elegir diputados al Congreso en Cataluña y Euskadi, y que se reúnan entre ellos y que no nos estén mareando, porque ahora van a querer que el euskera sea la lengua oficial de la ONU y el aranés de la OTAN. Cuando les parezca, no hay prisa, no vayan a herniarse, nos dicen quién va a ocupar la Presidencia del Gobierno Español. No estoy desbarrando, no es nada nuevo, eso es lo que han estado haciendo los nacionalista vascos y catalanes durante los últimos cuarenta y cinco años. Las otras 15 autonomías, Ceuta, Melilla y el Peñón de Vélez de La Gomera, en silencio, a tragar como siempre.

 

Y ya que estamos, mientras todo esto se va aclarando u oscureciendo, para sacar algún rendimiento a lo que cuesta mantener un Parlamento, también propongo que se alquile el Palacio del Congreso para bodas y bautizos, o bien que se nombre una comisión parlamentaria para que trate de legislar sobre la distribución de espacios en las cocinas. Es que, salvo en las casonas de lo cuatro que quieren que esto siga igual, en las demás tenemos un problema con las sartenes, y es que ninguno de los armaritos ni las baldas al uso pueden acogerlos sin que se pringue todo alrededor, de modo que en el 90% de las cocinas española las sartenes se guardan en el horno, y cada vez que vamos hacer una sama a la sal tenemos que sacar las sartenes, ponerlas provisionalmente en otro sitio, y volver a guardarlas cuando acabemos, lo que nos obliga a dar dos lavados al horno y uno al lugar donde esperaron las sartenes. Un derroche, y todo por no hacer obligatorio que siempre haya un lugar pensado expresamente para sartenes. Insisto, no desbarro, porque al menos eso sería de utilidad, pero es que ahora lo único que hace la representación de la soberanía popular es berrear en la Carrera de San Jerónimo. Por si ya no hubiera bastante autotune con el reguetón.

Publicado el

Optimista, pero menos

 

Hay días en los que los temas se amontonan en un cuello de botella y, paradójicamente, uno no sabe qué comentar; esta semana hay material para pensar en el presente, aprender del pasado o cavilar sobre el futuro. En cualquier caso, como diría Pablo Neruda, puedo escribir los versos más tristes (en mi caso prosa), y aunque soy un optimista terminal que siempre suele ver la botella medio llena, por lo que se mueve a mi alrededor, no encuentro un dato, un estímulo, un indicio que me sirva para apoyar la esperanza. Por eso decía lo de triste, y es que este septiembre lo es, porque no hay romería ni Charco de La Aldea que sirvan de contrapeso.

 

 

Esa es la razón por la que he invocado a Neruda, y de paso celebro que se hayan por fin abierto las grandes alamedas de la democracia en Chile, como anunció en Radio Magallanes hace medio siglo Salvador Allende, antes de entregar su vida por su pueblo, el fatídico día en que comenzó una orgía de sangre que los malditos innombrables del Norte y los traidores chilenos desataron para mantener los privilegios y abusos de los de siempre. Los muertos siempre son los mismos, como los que se aventuran en el mortal océano huyendo de la miseria y la injusticia que asola África, nuestra vecina olvidada. También ocurre que, cuando la Naturaleza se encabrita, siempre recae su furia sobre los más débiles, como está sucediendo ahora mismo en el Sur de Marruecos, donde miles de personas han quedado sepultadas bajo de pobreza de sus humildes moradas de adobe. No caen lujosos palacios ni sólidas mansiones en Marrakech, como tampoco cayeron en Managua, en Turquía, en Irán y hasta en la europea Italia hace unos meses. Ayer, el poeta Pepe Junco me recordaba los versos de Salvador Espriu: “A veces es necesario y forzoso / que un hombre muera por su pueblo / pero nunca debe morir todo un pueblo por un solo hombre”. Por eso invito a quienes sinceramente se dedican a la política profesional, que lean con detenimiento el discurso de Allende y traten de entender lo que Espriu condensa en dos docenas de palabras.

 

Ese es el problema. La política se hace con palabras y con hechos, pero hoy las primeras responden a intereses, sirven para maquillar la verdad o simplemente fabrican mentiras. Llevamos más de diez años subidos al tigre del embuste y esperando a ver que sale de la chistera de tanto ilusionista. En Canarias seguimos apostando a lo grande al caballo del turismo, que será el que nos hará caer cuando hayamos destrozado nuestra Naturaleza privilegiada, que fue el cebo para los primeros viajeros y turistas. Pero siguen galopando en ese caballo, que consume territorio y agua (no nos sobran, precisamente), y ahora se habla de la destrucción de nuestros ecosistemas, el peligro de los incendios de sexta generación y su relación con la menguante agricultura. El colmo es que representantes públicos denuncien el acaparamiento de papas con el fin de alzar los precios, y me pregunto si el interés general no es argumento suficiente para detener tanta especulación. Ah, que es mercado libre, que no hay leyes que puedan aplicarse porque sería inconstitucional. ¿Por qué será que todo lo que es más justo o mira por la población general es inconstitucional? Un misterio.

 

Lo que sí ha quedado claro esta semana, es que, como decía Rubalcaba, en España enterramos muy bien. Nada que objetar a la pionera grandeza profesional de María Teresa Campos o al talento artístico de María Jiménez. Curiosamente, ambos fallecimientos han ocupado espacios enormes y a veces cansinos en los medios de comunicación, pero siempre merodeando el morbo. Aunque son personas públicas, se ha de hablar de sus logros y aportaciones, pero ya sabemos que aquí ese sector informativo se ha maleado. Sí que enterramos bien, y lo digo en ambos sentidos, porque también parecen empeñados en que el nieto de Sancho Gracia, detenido por un crimen horrendo en Tailandia, acabe siendo condenado a la inyección letal, como si fuese un espectáculo más, y debo decir que, en cualquier caso, la justicia debe hacer su trabajo, pero me posiciono claramente contra la pena de muerte.

 

Y de política, para qué hablar, si nadie sabe ya lo que es. Se supone que pertenecemos al Estado Español, pero por lo visto el salvamento, la ayuda y el alojamiento de los inmigrantes que se arriesgan en el Atlántico es cosa solo nuestra. Ya podría darse una vuelta por aquí el ministro Marlasca, Canarias está desbordada, pero por lo que se ve no es un asunto de Estado. Por otra parte, dan risa las conversaciones con altoburgueses catalanes y agraviados vascos que van de salvapatrias, y sigo sin entender cómo es posible que el gobierno español dependa de unos pocos que solo piensan en su propio interés. No meto ahí a Coalición Canaria porque ya es doctrina que tratará de estar en la lista de quien finalmente gobierne, ahora o el año que viene, que sobre eso Neruda, Allende y Espriu no se pronunciaron. Seguiré intentando ver la botella medio llena porque se me están acabando los tranquilizantes.

Publicado el

Como pompas de jabón

 

 

Los especialistas definen la agnosia como la incapacidad para percibir o interpretar estímulos externos, sean objetos, sonidos, colores o conceptos. Se refieren siempre a un individuo, y el origen suele ser una disfunción neurológica, por lo que es un diagnóstico clínico. Desde el punto de vista social no se puede diagnosticar, pues habría que estudiar a todos y cada uno de los componentes de esa sociedad. Sin embargo, hay una especie de agnosia colectiva, que unos dicen que se produce de forma espontánea y otros porque es inducida deliberadamente. Luego, cada cerebro, la administra a su albedrío, de manera que un mismo estímulo es percibido de formas distintas por cada persona, incluso con posiciones totalmente opuestas.

 

 

Hace tiempo que vengo hablando de la ignorancia programada, que es una evidencia porque funciona de arriba abajo, a través de factores tan dispares como los sistemas educativos, la publicidad y las conveniencias políticas y económicas. Luego ocurre que, en determinadas circunstancias, las cosas pueden volverse del revés, y un asunto tan denostado como sentarse con Puigdemont (o su partido) puede pasar de ser un sindiós a convertirse en una virtud democrática tan alabada como la capacidad para dialogar. La agnosia colectiva aparece cuando miles o millones de personas siguen unas pautas y son capaces de aplaudir lo que ayer rechazaban. Porque una cosa es ser flexible, dialogante y constructivo, y otra muy distinta es saltarse conceptos básicos, que, aunque nada hay inamovible, sí que deben siempre mantener una misma línea de pensamiento.

 

Y como aquí nadie sigue esas mínimas condiciones de respeto social, resulta que habitamos una lonja en la que se subastan ideas. Aunque se supone que las ideas surgen del razonamiento o la imaginación de una persona, funciona cuando las personas, en lugar de razonar, se dejan llevar por ideas que les llegan con la intención de crear una idea colectiva. Por eso, cualquier ideología es una perversión de la propia capacidad de razonar, y en esto entran las religiones y las adhesiones inquebrantables a cualquier asunto, aunque sea este el mero seguimiento de un equipo de fútbol o un grupo de rock.

 

Luego está la desaparición del arte del debate, que suelen confundirse con la polémica, cuando aquel es contraposición de ideas y juicios y la polémica es claramente hostilidad. Podemos decir que en el Parlamento Español hace mucho que no hay debates, porque no se trata nunca de llegar a un puerto sobre lo que se habla, sino de sitiar y, si es posible, destruir al adversario, que en estas condiciones adquiere casi el nivel de enemigo. Las redes sociales se han convertido en un permanente duelo de cuchillos, donde el insulto, las amenazas y las mentiras sustituyen a los argumentos. Y no hay más argumento que la destrucción del otro.

 

Con tanta agnosia colectiva y tan diestros descalificadores, los dirigentes siguen culpabilizando a los otros, y con semejantes mimbres se atreven a hablar de pactos constitucionales, de la vertebración de una nación de naciones o de los peces de colores. Se las han ingeniado para que nos olvidemos socialmente del sufrimiento durante la pandemia, la han dado por zanjada y nos ocultan que el covid sigue ahí, y que para muchas personas es bastante más que un catarrillo. Reaccionarios contra wokes y viceversa, gente alineada por inercia con tirios, troyanos, unionistas y separatistas, una gozada de mensajes sin una idea en su contenido, simplemente “no me gustas porque no me gustas”.

 

Se está llegando a politizar hasta los avisos meteorológicos, y da igual si mueren o desaparecen personas en las riadas del centro de La Península, las mujeres siguen siendo asesinadas por cafres que tienen menos humanidad que los gorilas, pero lo único que se enarbola es el mismo mantra de una ley que, efectivamente, tenía errores. La sequía nos cerca, la inmigración irregular ya es un gravísimo problema para Canarias y, en fin, todo está patas arriba. Como Lot, busco una cifra pequeña de personas justas para presentarlas como aval y que Yahvé suspensa la destrucción de Sodoma, pero no las encuentro (tal vez ni yo lo sea), y quienes tienen la responsabilidad de liderar la restauración de la convivencia siguen enredados en plazos legales que provienen de una Constitución que, por los hechos deduzco, es una pompa de jabón en el aire. Son ellos los que la hará explotar.