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DIARIO DE CUARENTENA. Jornada 6, Día del Padre. (19/03/2020)

 

Hoy no es un día cualquiera. Es el Día del Padre. Sí, sí, ya sé que es una fiesta algo forzada, que se agarra al calendario cristiano (también lo son la Navidad y los carnavales y nadie se queja) y todo eso, pero da pena que en un día como hoy no se pueda abrazar a los padres y a los hijos. Es lo que toca, pero no por ello debemos dejar a un lado esa memoria colectiva de respeto y agradecimiento a nuestros padres, aunque para muchas personas, por leyes naturales, ya no estén físicamente. Pero siempre estarán ahí, como nuestras madres, porque forman parte del tiempo en que aprendimos a vivir, casi siempre de su mano.

Y también quiero resaltar que los hijos son nuestra mirada a un futuro en el que ya no estaremos, que seguiremos en su memoria. Vaya, no quiero ponerme sentimental, que solo quiero felicitar a los padres y a los hijos e hijas, y, ya que estamos, a todos los que nos antecedieron y nos sucederán, porque la vida consiste precisamente en una carrera de relevos. Borges, poniéndose como padre del hijo que no tuvo, escribió:

“No soy yo quien te engendra. Son los muertos.

Son mi padre, su padre y sus mayores…”

 También es día de los Josés y Josefas, y son legión las personas que llevan ese nombre solo o acompañado. No menciono a ninguno de mis amigos y conocidos en esas circunstancias porque no quiero olvidarme de un José Juan-Pedro-Luis-Antonio o una Pepa, María José o similar. A todos y a todas, buen día, que hoy consiste en vivirlo con paciencia y ánimo. En especial, un recuerdo muy afectuoso para esos padres que son mayores y luchan por su vida sin que esta pesadilla les permita agarrar la mano de sus hijos e hijas.

El que no parece que tenga mucho que celebrar en el Día del Padre es Felipe VI, menudo pifostio le ha montado el suyo. Ya veremos en qué se materializa todo esto cuando pase este tsunami que hace que todo lo demás suene con sordina, aunque alguna cacerola escuché anoche mientras el Jefe del Estado lanzaba su mensaje al país. Sobre eso prefiero no hablar ahora, creo que hay otras urgencias, pero sin duda esto irá para largo y a ver con qué consecuencias.

Por lo demás, el mundo parece empeñado en que estemos en perpetua actividad: aplausos colectivos, gimnasia, cuentos por Youtube, trabajos manuales, lecturas pendientes… Los que solemos pasar mucho tiempo concentrados en nuestras cosas lo único que echamos de menos es el aire de la calle, el calor de la gente, esa vida que ahora se ha detenido. Habrá quien necesite que le marquen “deberes”, pues cada persona se enfrenta a estas cosas de manera distinta. En todo caso, Feliz San José y Día del Padre. Mucho ánimo y enorme agradecimiento a la gente que hace que los servicio sigan funcionando. Y a ver si disponen del material de seguridad necesario. Cuídense.

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DIARIO DE CUARENTENA. Día 5, bailar es mejor que tomar ansiolíticos. (18/03/2020)

 

Como estoy pertrechado de todo lo imprescindible, hoy no tengo necesidad de salir a la calle y la basura puede esperar a mañana. En este momento luce un Sol luminoso y he aprovechado para que me dé en la cara diez minutos. Por lo tanto, le doy descanso a mi traje de astronauta y veo descargar a uno de los proveedores del supermercado de al lado. Está solo y se protege con guantes. Es verdad que el frente sanitario es la primera trinchera, pero hay otra mucha gente que tiene que trabajar para que se mantengan los servicios básicos. También se la juegan.

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Hoy hemos visto la personificación de todas estas manos necesarias en Valentina, la limpiadora del Congreso que pasaba el desinfectante por el atril de oradores cada vez que alguien lo abandonaba. Estas personas hacen su trabajo protegidas, pero siempre queda la duda de si se ha cometido un error en el protocolo que tratan de cumplir. El cerebro humano tiene una capacidad tremenda para el despiste. Pedro Lezcano, quien, además de gran poeta fue impresor de muchos de los libros de la postguerra que hicieron historia en nuestra isla, estaba obsesionado con las erratas. En cierta ocasión, reunió a una cuadrilla de poetas-correctores en la imprenta para mirar con lupa un libro que estaba a punto de publicarse. Le dieron cien vueltas unos y otros, de manera que supuestamente el libro había quedado perfecto. Fue tal la seguridad, que en la última página lo resaltaron con orgullo: “Este libro se ha imprimido en Imprenta Lezcano, sin una sola erata”. Exacto, en la última palabra, los duendes se comieron la segunda R de la palabra “errata”. Y ese es el miedo, el error que muchos ojos no ven.

Así que, para evitar ansiolíticos, bailemos. Una amiga palmera dice que un día sin bailar es un día perdido. Se trata simplemente de conectar con el ritmo; hasta sentado se puede, porque las manos también bailan. Pues eso, a bailar aunque solo sea con los dedos, que dicen que el baile sube esas sustancias que hacen que nos sintamos mejor.

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DIARIO DE CUARENTENA. Día 4, cualquier día de madrugada. (17/03/2020)

 

Hoy los pintores del edificio de enfrente no están. Debe ser que ayer tuvieron que fijar los andamios, o cualquier otra tarea inaplazable. Cada mañana sigo la misma ruta, pero hoy, además, bajé al garaje y di un par de vueltas con el coche por el interior para evitar que se descargue la batería. No se debe usar el coche, pero al menos uno quiere tener la seguridad de que, si lo necesitara con urgencia, se pondría en marcha. Ahora nos damos cuenta de lo que significa la libertad física, algo que generalmente no valoramos porque entendemos como lógico y normal que podamos pasear junto al mar, comprar una manzana o tomar un café con algunas personas en el bar de la esquina. Y vemos que todo eso ahora nos parece una situación de ensueño. Creo que esta es otra lección sobre lo poco que valoramos las muchas cosas que están cotidianamente a nuestro alcance y hasta las criticamos porque nos parecen rutinas. Cómo se echan de menos esas rutinas.

“Dionisio, el dueño de Bar Dionisio de la plazoleta de Magallanes, se entristeció de forma tan incontrolada como poco propicia, pues en aquellos instantes entraron tres clientes de los habituales de cada mañana, tal vez por haber cesado la lluvia en la ciudad de Picadero”. Este pasaje aparece en la novela Cualquier día por la mañana (por cierto, muy recomendable), de Antolín Dávila, una escena que hoy nos parece muy lejana porque nuestra realidad es ciencia ficción. Dávila nos pone frente al espejo como sociedad y como seres humanos, pues al final todos estamos confinados en nuestra propia película.

Ha llovido, como en la novela de Antolín Dávila, pero ya ha vuelto el sol, para aprovecharlo un rato, porque parece que en estos próximos días caerá algo de agua, aunque seguramente no en la cantidad que nuestros campos y nuestras presas necesitan. Y ese sol sigue siendo el de siempre, porque somos los de siempre, solo que en estos días podemos mentirnos menos porque estamos desnudos frente a nuestro miedos. Tal vez sea este otro aprendizaje, aunque me temo que cuando se recupere la normalidad anterior volveremos a despotricar de la realidad que ahora añoramos. Cuando eso ocurra –que ocurrirá-, si alguien tiene la desfachatez de quejarse porque la cotidianidad le resulta aburrida, será mejor que se lo haga mirar.