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A medio siglo de Kennedy

Es curioso cómo algunos personajes quedan encapsulados en la Historia con un sello especial. John Kennedy es uno de ellos, y ni los más sesudos especialistas en cien disciplinas saben por qué. No es que fuese un mal Presidente, pero es que, salvo le gestión de la crisis de los misiles en Cuba, nada hay objetivamente evaluable que lo haga extraordinario; no dudo de que pudo haber realizado grandes cosas, pero no tuvo tiempo. Sólo estuvo en la Casa Blanca unos meses más de los que lleva Obama, similar estancia que la de Ford -que pasó desapercibido-.
0006_johnson_lyndon_kennedy_jackelin_01[1].jpgTal vez supo elegir a la mujer adecuada para estar con él en las alturas, y es indudable que Jackie fue un factor imprescindible del lote Kennedy. La esposa del Presidente tenía instinto para la historia, y cuando asesinaron a su marido y su sangre manchó su espléndido Cocó Chanel rosa de lana australiana, se negó a quitárselo. «Que vean lo que han hecho» dijo cuando su ayudante le ofreció cambiarse. Y con ese vestido manchado de sangre subió al avión, asistió al juramento de Johnson y llegó a Washinton acompañando el cadáver de su marido. Ese vestido también es parte del mito.
Se entiende que en Estados Unidos se escriban con letras más grandes que las de los demás los nombres de algunos Presidentes como Washington -el primero-, Jefferson -el credor del Estado-, Lincoln -ganó una guerra civil, abolió la esclavitud y fue asesinado, lo que da un plus-, Roessevelt -sacó al país del «crack» y la depresión económica, ganó una guerra mundial y batió con cuatro mandatos el récord de estancia en el poder (desde entonces sólo se permiten dos mandatos)…- Hubo presidentes que hicieron cosas importantes, muchos, pero es que Kennedy sólo fue una gran esperanza que no tuvo tiempo de decepcionar.
JBK Chanel[1].jpgEstá claro que Kennedy tenía un carisma especial, que logró ilusionar incluso a quienes no lo votaron y que la gente sentía que se inauguraba una nueva era. Nunca sabremos qué habría pasado si hubiera completado dos mandatos, pero ahora sí sabemos que tenía el don de hacerse seguir, de crear una imagen nueva de Estados Unidos que hacía amigos, como cuando visitó Berlín y dijo aquello de «Yo también soy berlinés». Cincuenta años después, se sigue evocando aquella esperanza que se frustró. Fue uno de esos seres que sin duda tenían un gran talento para lo que hacían y que quedan en la memoria popular agrandados por la brevedad de su brillo y una muerte prematura, como James Dean, Marylin Monroe, Valentino, Jimmy Hendrix, Michael Jackson … Y hasta Billy «El Niño». Ocurre en todas partes, pero los norteamericanos tienen una tendencia especial para crear mitos contemporáneos -sólo los argentinos los igualan (Gardel, Evita, Ché Guevara, Maradona)-. Kennedy es uno de ellos, pero aún así, y a pesar de su fama de mujeriego impenitente y de haber llegado al poder con el apoyo de la Mafia, me quedo con su frase: «No preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino lo que puedes hacer tú por tu país». Igualito que los políticos canarios…

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Alimentando la crispación

Ya refiere la cita bíblica que la sangre engendra sangre como el perro engendra al perro. La agresión sufrida por el Consejero de Cultura de Murcia -que lamento y condeno sin matices- es un exponente más de que la crispación lleva a que siempre haya un loco que traspase la línea del debate y entre directamente en el campo de la violencia. paisaje1.JPGCreo que los únicos culpables de esta agresión son quienes la perpetraron. Los responables son muchos más, y no hago discurso fácil como hace el Partido Popular, señalando indirectamente al PSOE, del que dicen que «ha puesto una diana en la espalda del Consejero». También es responsable el propio PP, porque en un país donde la cripación se retroalimenta no es de recibo que se avente este espíritu guerracivilista que parece haberse instalado en los últimos años. Los medios afines hacen de caja de resonancia de acusaciones tremendas, se echa leña al fuego de una y otra parte y luego llaman hipócritamete a la cordura. La respuesta social y política ante hechos abominables como el que nos ocupa debe ser la unidad y la mesura. En el juego democrático la violencia física debe tener tolerancia cero. Así que tanto los dirigentes del PSOE como los del PP disfrutan ahora de una oportunidad para demostrar que tienen sentido del Estado y de la convivencia. De momento están perdiendo esa oportunidad, porque parece que todo vale con tal de arañar unos votos. Esos no son los dirigentes que España necesita ahora. Ni nunca.

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Asesinato de Lumumba y postcolonialismo

LumumbaPatrice1[1].JPGEl asesinato en enero de 1961 del líder africano del Congo Patrice Lumumba marca un hito en lo que sería el postcolonialismo en todo el continente africano. Lumumba es el símbolo que cómo los países europeos (y al fondo Estado Unidos) fueron cediendo la soberanía teórica a las antiguas colonias africanas (toda Africa en la práctica) pero siguieron controlando las materias primas y cercenando cualquier posibilidad de desarrollo. La muestra es que Bélgica, potencia colonial que hizo del Congo su finca privada (sobre todo en tiempos del rey Leopoldo II, como relata Vargas LLosa en su última novela El sueño del celta) concedió casi por sorpresa la independencia al Congo en 1960, con la condición de que el nuevo estado se hiciera cargo de la deuda de Bélgica. Esto suena a disparate, pero es que ni guardaron las formas, y así el Congo nació endeudado, a pesar de que sus materias primas -diamantes, madera, petróleo, coltán- producen millones cada año. Para mayor escarnio, los belgas y norteamericanos apoyaron la seseción de la provincia de Katanga, con lo que el estado naciente también empezaba con una guerra civil. Los intereses económicos primaban, y en plena Guerra Fría la URSS apoyó al gobierno legítimo de Lumumba, mientras que Europa y Estados Unidos hacían lo mismo con Katanga. Lumumba fue secuestrado y fusilado sin juicio el 17 de enero de 1961, y cuentan que en el acto de fusilamiento estaban presentas agentes belgas y personal de la CIA. Cincuenta años después, las cosas siguen igual, o peor.