El baile de la silla
En vísperas de elecciones es normal el cruce de declaraciones. En tiempos de bonanza resulta hasta divertido, porque las elecciones en Canarias -sobre todo las autonómicas- son cosa de tres mientras no se demuestre lo contrario, y en ese caso hablaríamos de cuatro. Parece más probable la primera opción, porque aquí hace décadas que nada se mueve, aunque ya hemos visto que en política lo que no sucede en un cuarto de siglo se precipita en una semana.
Lo cierto en que ya es tradición que en Canarias haya tres fuerzas políticas -CC, PSOE y PP- que fluctuarán sus resultados en unos porcentajes limitados, y aunque alguna arrasara no tendría escaños para gobernar sola, como le ocurrió al PSOE en 2007. Y se da la evidencia matemática de que sumando dos de estas fuerzas, aunque sean las de menor éxito electoral, se rebasan los 31 diputados que son mayoría parlamentaria. Es decir, las elecciones son un test, y finalmente la correlación de fuerzas depende más de lo hablen entre ellos el día después de las urnas. Y ahora se debate si se puede gobernar siendo mayoría y no tener la Presidencia. Se puede incluso no gobernar -ya lo hemos visto-, no parece que sea lógico, pero así es el parlamentarismo.
Y en eso, en conformar listas y puestos y en hacerse la puñeta unos a otros dentro del mismo partido se entretienen los políticos; no he escuchado una sola propuesta de choque para afrontar la situción actual, ni siquiera un gesto mínimo. Los mismos nombres, el mismo discurso vacío y nada nuevo. La verdad es que no se estimula así la ilusión de nuestra gente, que espera que en momentos como estos se planteen de verdad los problemas y se entre a saco en ellos. Pero, como dije ayer, lo único que vemos es el baile de la silla.
Sé que hay que explicar lo inexplicable, que el sacrosanto mercado (¿el mercado?) pide sacrificios. Nada se va a mover porque los mecanismos idiotizantes funcionan como un reloj suizo; sé que me van a dar por saco, pero por lo menos quiero que sepan que les he pillado el truco. El culto al sistema y al mercado me toca las narices, y, francamente, me pone de muy mala leche que me tomen por tonto.