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Un lección de humildad

Ante la magnitud del terremoto en el Japón, el Tsunami en todo el Pacífico y la erupción en Indonesia del volcán Karangetang, cualquier historieta local queda tan pequeña que casi desaparece. Las fuerzas de la naturaleza desatadas pasan por encima de cualquier intento del hombre para dominar el planeta. Estamos recibiendo una lección de humildad, y vemos cómo paísen muy poderosos no pueden hacer otra cosa que enviar telegramas de solidaridad; ni siquiera pueden trasladar ayuda porque no funcionan los aeropuertos y los puertos están muy dañados. Japón es un país admirable, con una cultura milenaria y una capacidad de adaptación a los tiempos nuevos como ningún otro. Esta enorme catástrofe no se parece al apocalipsis porque los japoneses son muy precavidos, pero en cualquier caso es un desastre que afecta a toda la cuenca del Pacífico, el océano más grande del mundo.
bandera-de-japon[1].jpgMientras tanto, por aquí seguimos con tonterías y estupideces que ni siquiera resisten la lógica más básica. Se quejan algunos alcaldes tinerfeños de que es un sin Dios que los emigrantes canarios en Venezuela no puedan votar en las elecciones nuestras, y eso es algo que nunca he entendido. La demagogia de que «tienen sangre canaria» y todo eso es fácilmente rebatible. Si un canario está empadronado en cualquier municipio de La Península, podrá votar allí, pero no en Canarias, y sin embargo si vive en Venezuela parece tener un derecho sacrosanto. Pues los canarios que viven en Madrid o Castilla-León tienen esa misma sangre isleña, no votan y no pasa nada; eligen al alcalde de Ponferrada o al de Caracas, y cuando vivan en Canarias, como estarán empadronados, votarán en las elecciones de aquí. Digo yo.

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Alfileres de colores


En las viejas películas y en las novela-río que cuentan décadas de una larga familia, como Guerra y Paz, se seguían los frentes de batalla como si fuera un juego de mesa. En las tranquilas capitales alejadas de los frentes, o en las naciones neutrales, se marcaban las posiciones en mapas con banderitas o con alfileres de cabeza coloreada, que se oxidaron de inmovilidad en la Gran Guerra, quieta durante años en el frente de Verdún, y que no daban abasto a los cambios en la II Guerra Mundial, sobre todo al principio, cuando la Blitzkrieg (guerra relámpago) alemana modificaba en cada edición de los diarios su frente de ayer. cielooo1.JPGLos más pudientes incluso tenían maquetas del terreno y soldaditos que simbolizaban tropas, como un sangriento portal de Belén. Durante la guerra de 1914, en el legendario Bar Polo del Puentepalo de Las Palmas, aliadófilos y germanófilos recreaban los movimientos de tropas con tazas, vasos, palillos y cucharillas. Las cosas cambiaron desde que entraron en liza las nuevas armas (y ahora más con el salto dado por las tecnologías de la comunicación), y se bombardea una ciudad alejada de la costa desde un submarino a muchas millas mar adentro. Ya no se sabe dónde está el frente, y las banderitas y los alfileres no sirven para indicar quien va ganando. Por eso incita a cierta nostalgia de viejas hazañas bélicas los gráficos que salen en los medios tratando de plasmar lo que ocurre en Libia. Los miras una y otra vez y te das cuenta de que no reflejan lo que pasa, porque no hay color posible para los alfileres que han de señalar arma teledirigida vía satélite que puede cambiarlo todo desde un lugar que ni siquiera figura en el mapa. Ya ni la guerra es lo que era, pero sigue siendo la mayor estupidez que comete el ser humano sobre este martirizado planeta.

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Planeta made in USA

Libia está en una situación que podríamos denominar claramente como guerra civil, asunto no muy raro porque en realidad nunca fue un estado sólido, ya que es un territorio tribal, que sólo ha sido Libia bajo el yugo de Italia o la dictadura feroz de Gadafi. 874zdg.JPGCon la caída de Gadafi ocurrirá algo similar a lo sucedido en Yugoslavia cuando murió Tito, que tenía bajo su puño de acero a media docena de comunidades muy diferenciadas que se enfrentaron inmediatamente. Pero Libia es otra cultura, unas gentes que provienen del Islam y que no han hecho su revolución burguesa; difícilmente van a entrar en el juego de la democracia como la conocemos en Occidente. La Comunidad internacional (o mejor dicho, los países poderosos) debieran ocuparse de que haya un tránsito pacífico, cosa muy complicada cuando antes les han puesto armas en las manos. Eso es lo único que saben hacer, como han hecho en Chad, Somalia, Mozambique, Angola… Y otra cuestión: en este planeta hay unos 200 estados, 192 de los cuales forman parte de la ONU, y eso sin contar territorios que pretenden serlo o que lo son de hecho. ¿Cómo es posible que sea uno solo de esos estados el que siempre intervenga aquí y allá? Estados Unidos ya está afilando sus armas para entrar en Libia, y nadie le dice lo contrario. La UE sigue con su yenka inútil de siempre, y Rusia y China dejan que los yanquis se metan, acaso con la esperanza de que tantos frentes abiertos los debilitarán. Si lo miramos despacio veremos que es un despropósito, es como si ahora al gobierno de Perú o de Nueva Zelanda se le ocurriera mandar tropas a Libia. Nadie lo entendería, y sin embargo se acepta como normal que lo haga Estados Unidos.