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Leonard Cohen se va en otoño


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Hoy es un día gris, medio lluvioso, plano. Es de esos días de otoño que me recuerdan a otros tiempos en los que en el plato Lenco de mi equipo de música sonaba la hiponótica melodía de Suzanne, en la voz y la cadencia indescriptibles de Leonard Cohen, que no era un cantante, ni un poeta, ni un intelectual, era un elemento mágico que desde el principio formó parte de nuestras vidas. Durante décadas ha estado ahí, y seguirá estando, como un Al Pacino sereno pero implacable, trasunto de Lorca en Take this waltz, Cohen, el nuestro, ese que no pasa de moda ni conoce la frontera entra la vida y la muerte. Su cuerpo, por desgracia, sí que la ha cruzado, y lo ha hecho en un día de otoño gris, como la memoria de muchas de sus canciones, que hoy no suenan a Hallelujah. Leonard Cohen esperaba a la muerte sin dramatismo, y hoy se ha mimetizado con las sombras de noviembre, con la memoria de medio siglo, con el arte y la presencia sin final. Buen viaje.

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Debe ser la armónica

Foto fijadylan.JPGPongo por delante que me encanta Boy Dylan. Hoy le han dado el Premio Nobel de Literatura. Otras veces, a la media hora, había en todos los grandes medios digitales opiniones de críticos, estudiosos, periodistas y escritores. Han pasado más de tres horas y todos se limitan a dar la noticia, poner unas fotos y hacer una encuesta, que en todos los casos no está de acuerdo con el fallo entre el 65 y el 80 por ciento. Nadie se moja, yo solo cavilo y supongo. Y pregunto que si a Dylan, que toca la armónica, le han dado un Nobel de Literatura, ¿cuál será el tamaño del premio que le den a Elton John, que toca el piano? Ah, sí, las letras. ¿Y Georges Brassens, Chabuca Granda, Lluis Llach, Violeta Parra, Jacques Brel, Atahualpa Yupanqui, Georges Moustaki, Consuelo Velázquez, Bruce Springsteen, Joan Manuel Serrat, José Alfredo Jiménez…? ¿Cómo es que ninguno estuvo nunca ni de lejos en las listas de Estocolmo? Está claro, es la armónica.

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Cecilia y esta «España nuestra»

Me han gustado y me gustan muchas cosas, pero nunca he sido mitómano. No entro en el prototipo de seguidor unívoco de algo o de alguien, no porque eso sea malo sino porque es mi manera de ser. Disfruto en las diversas vertientes de la vida de muchas cosas, pero no me obsesiono con nada, tal vez porque siempre guardo un punto de escepticismo. Ni siquiera soy fanático de la película Casablanca, aunque a veces suelo jugar a serlo. Cuando era un adolescente se estableció una rivalidad entre los seguidores de los Beatles y de los Rolling y, como era obligado posicionarse, yo me alisté entre los segundos, porque sonaban más duros, y ponía cara de asco cuando sonaba Yesterday aunque por dentro me estuviera deleitando.ceciliasss.JPG Fue una corta temporada, porque incluso antes de que los de Liverpool se separasen ya no ocultaba que ambas tendencias no eran excluyentes. Pero tengo que reconocer que ha habido dos excepciones: una es el escritor Gabriel García Márquez, cuya obra magnífica veo ahora con mesura y placer literario, pero que en mi juventud era casi como una religión. La otra excepción fue la cantante Cecilia, la única artista musical de la que fui un fanático irredento, y que aun ahora me sigue tocando la fibra, seguramente porque forma parte de mi memoria juvenil. Continuar leyendo «Cecilia y esta «España nuestra»»