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El mito literario del Valbanera

La emigración canaria a Cuba en la segunda década del siglo XX forma parte de nuestra memoria colectiva, pues si siempre hubo comunicación con el Caribe desde el primer viaje de Colón, la masiva emigración de aquellos años creó una mítica que ha tenido resaca en la vuelta, pues se materializa en nuestro folclore y muchas costumbres culinarias y de todo tipo. El indiano es otro de eso mitos, que se ve en los carnavales y hasta existe una fiesta, la de los Indianos, que se celebra cada año en el pago de Las Lagunetas, en el centro de la isla de Gran Canaria.
Pero de todos los mitos relacionados con la emigración canaria, ninguno tan fuerte como el Valbanera, un barco lleno de emigrantes que naufragó frente al puerto de La Habana en 1919. Décimas, coplas y romances hacen alusión a tan terrible desgracias, y desde los años inmediatamente posteriores al hecho, el Valvanera es el gran mito marinero de Canarias, aunque nuestras islas son pródigas en mitos relacionados con el mar y los barcos, no en vano estamos en una de las rutas más transitadas del planeta. Historias de piratas, naufragios legendarios y desapariciones misteriosas forman parte de nuestra historia y también de la mitología, que ha dado lugar a una recia memoria en la cultura popular, a expresiones literarias y a representaciones artísticas de todo tipo, desde la pintura al teatro.
avalbanera[2].jpgEn este mes de julio se hacen en Arucas unas representaciones sobre el naufragio del Valbanera por la Asociación Salsipuedes. En el anuncio de estos actos dice: «Durante la primera quincena de julio, y con un total de cuatro representaciones, Salsipuedes pondrá en escena una de las historias de este casi olvidado, pero merecedor de ser contado, infortunio». Me parece una hermosa iniciativa, aunque no estoy de acuerdo en que sea un episodio olvidado, porque el naufragio del Valbanera es uno de los mitos más arraigados en la memoria colectiva canaria, porque no se remite a tiempos lejanos como ocurre con las leyendas guanchescas, sino a una época inmediatamente anterior a la nuestra, pues mucha gente que aún vive conoció a personas que viajaron en ese barco, o a descendientes de otros que desafortunadamente iban en él el día que zozobró.
Todos los veranos el Valbanera, un buque de la naviera Pinillos, viajaba, en una ruta que comenzaba en Barcelona, recogía pasajeros en varios puertos levantinos, llegaba a Canarias y aquí tocaba casi siempre los puertos de La Luz, Tenerife y La Palma. En el viaje del verano de 1919, el barco zarpó de Las Palmas el 18 de agosto, y debía llegar a La Habana a mediados de septiembre, después de tocar puerto en Santa Cruz de La Palma, San Juan de Puerto Rico y Santiago de Cuba. Más de mil personas se hacinaban en un barco de 121 metros, la tercera parte de largo del Titanic y un quinto del tonelaje de aquel. El Valbanera llegó por fin a Santiago de Cuba, donde al parecer solía hacer largas escalas de hasta una semana. Cuenta la leyenda popular, que hubo alguno que bajó en Santiago, se encontró a un amigo, se metió en copas, y como no debió calcular bien los días y las horas, cuando llegó al puerto para reembarcar hacia la otra punta de la isla donde estaba La Habana, el Valbanera había zarpado.
En el transcurso de la travesía entre Santiago y la capital cubana, se levantó un ciclón. El Valbanera se hundió frente al puerto habanero, pero la imaginación indiana dice que el ciclón levantó en peso al paquebote y que desde el malecón se le vio salir volando hacia Florida. También dicen que algunos trozos del barco fueron encontrados en Cayo Ciego, muy lejos del lugar del desastre. Lo cierto es que la marina norteamericana afirma que los restos están hundidos en el Bajo de la Media Luna, lo que deja en imaginación la historia del vuelo del navío. Incluso, parece que el comandante de un barco de guerra americano vio el naufragio hacia las once de la noche del 9 de septiembre.
avalbanera[1].jpgEs evidente que Las Islas Canarias se conmovieron con el suceso. Se dijo que murieron mil canarios, aunque la naviera aseguró que sólo fallecieron cuatrocientos. En cualquier caso, muchos que llevaban billete hasta La Habana se salvaron porque no subieron al barco después de la escala en Santiago. Hay quien no cree en la casualidad sino en la imprudencia, ya que un huracán de aquella fuerza debía de haber sido anunciado, y por eso los más prudentes prefirieron quedarse en tierra firme. Pero todo eso queda al albur de la leyenda, porque datos reales sólo hay los suministrados por la naviera y los que constan en los cuadernos de bitácora de los barcos de guerra norteamericanos que afirman haber visto el naufragio, cosa que es complicada de creer, porque no se explica cómo los buques yanquis no naufragaron si estaban en el ojo del huracán.
Hay que felicitar y animar investigaciones e iniciativas como la que aquí comentamos, porque nos devuelven parte de nuestra historia como sociedad, que es en buena parte mítica, como corresponde a unas islas que flotan en el mar en el que se perdió San Brandán. Las historias marineras en Canarias son muchas tanto en cuanto a piraterías -ahí está la obra magna de Rumeu de Armas- como en lo popular, como los episodios recogidos en la obra teatral de Cirilo Leal alrededor del cambullón, que es una consecuencia de nuestro destino atlántico.

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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del pasado miércoles)

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Escritores sin escritorio pero con obra

Los géneros novelísticos están establecidos en los manuales pero sus límites son difusos. Sabemos con claridad que El halcón maltés es una novela negra, que Memorias de Adriano es una novela histórica y que Un mundo feliz es ciencia-ficción. Sin embargo, hay otras novelas que entran en distintos géneros pero se contaminan de otros. Pero cabría preguntarse si El nombre de la rosa es histórica, gótica, negra, detectivesca, erudita o qué sé yo, porque participa de muchos géneros aunque su eje central se sostenga en la investigación de una serie de crímenes. Por lo tanto, deberemos convenir que la adscripción de una obra a un género determinado viene dado porque su ensamblaje responde primordialmente a este, aunque haya intersecciones de otros.
alexis1DSCN2798.JPGEn Canarias, el género negro se ido imponiendo en los últimos años, desde que Antonio Lozano, desde la novela, y Dolores Campos-Herrero desde la narrativa corta, pusieron las primeras piedras de un edificio que hoy es muy sólido, y que cuenta entre sus pilares a José Luis Correa y Alexis Ravelo, además de incursiones en el género de otros autores, incluso de aquellos que nunca lo habían transitado.
Y me ocupo hoy de Alexis Ravelo, que sostiene una serie de novelas detectivescas en la figura del Eladio Monroy, pero que se mueve, además, por otros registros en los que lleva otra línea y que ha llamado La iniquidad. La primera entrega fue La noche de piedra, y la segunda, muy reciente, es Los días de mercurio. Son novelas que nacen alrededor de atmósferas muy cerradas y que podríamos considerar muy cercanas al género negro, historias independientes pero que obedecen al propósito del autor de retratarnos una época muy complicada para nuestra sociedad.
alexis2.jpgLos días de mercurio es una historia que transcurre en los años cincuenta del siglo pasado. Aparte de su propia naturaleza de relato de intriga, es un fresco de cómo era la sociedad en plena dictadura, cuando las paredes oían y una palabra de más podía costar incluso la vida. Aparentemente se trata simplemente de resolver un asesinato, pero hay mucho más, como en toda buena novela de género que se precie, pues pocos como los grandes nombres de la novela negra americana han retratado aquella sociedad con tanta precisión y lucidez, dejando una estela que llega hasta el mismísimo Cortmac McCarthy, y a la que no son ajenos autores como Paul Auster, que aparentan venir de otro sitio. La ironía, el sarcasmo y hasta la crueldad más terrible aparecen en la manera de narrar de Alexis Ravelo, que sabe que el lenguaje forma parte del decorado de una historia. Mostrar un mundo cruel no puede hacerse sin un lenguaje adecuado, y cuando se distancia surge el sarcasmo para retratar situaciones que por desgracia no está muy lejos de la realidad, cuando no son sobrepasadas por esta.
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Ravelo entró en la literatura de puntillas, hará unos diez años, con un libro de relatos que tituló Segundas personas, y desde entonces no ha parado de producir, porque está en el momento más exuberante de su creación, cuando ya tiene experiencias vitales y literarias y sigue teniendo la energía que da la juventud. No cesa de publicar novelas, relatos, libros para niños y de trabajar en otros soportes, porque es un escritor de su tiempo, y sabe que la literatura no acaba hoy en los libros. En los mentideros siempre hay quien dice aquello de «Alexis escribe demasiado». También lo dicen de Santiago Gil. Pero, claro, eso lo afirman quienes dicen que escriben, aquellos que «tienen escritorio», como escribió Alonso Quesada en una de sus crónicas más afiladas, y que se proclaman tan autocríticos que su libro inacabado sigue ahí porque seguramente es indigno de ellos. O sea, que son unos mantas sin creatividad ni talento y critican a quienes están creando su obra y están en su mejor momento vital para hacerla. A veces cuesta seguir la trayectoria reciente de Alexis Ravelo, y me alegro de eso, porque quiere decir que está en plena ebullición, trabajando en varias líneas creativas, paralelas unas veces, divergentes otras, sobre todo cuando escribe para niños, y siempre con la mirada en el horizonte.
alexis4.jpgPero no me he perdido sus dos entregas de La Iniquidad, y tengo que decir que Los días de mercurio es una novela tremendamente eficaz en su desarrollo. Tal vez para otros la eficacia sea una cosa menor, no para mí. El gran prestigio que tiene entre los críticos la prosa enrevesada de autores como Vila-Matas o Javier Marías a veces me supera. Es indudable que son dos grandes maestro del lenguaje, pero no diría yo que lo sean de la novela entendida como relato. El narrador eficaz es aquel que no exaspera al lector porque siempre está suministrando datos nuevos que van construyendo el edificio de la historia que cuenta. Y eso Alexis Ravelo lo hace con máxima eficacia, y tiene además la habilidad de contarlo todo y a la vez ocultar algo que inquieta. Sin duda esa es una técnica propia de los escritores de novela negra, y ese tipo de prosa ha ido adhiriéndose a la manera de escribir de Ravelo hasta el punto de hacerlo reconocible. Es decir, tiene voz propia, una voz que deja vivir a sus personajes y no los ahoga en los arabescos lingüísticos que otros enarbolan como estandarte. Decía Benedetti que no perdonaba a un narrador que no le contase una historia. Está claro que Alexis Ravelo estaría más que perdonado.
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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del pasado miércoles)

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La polémica en el luto por Saramago

José Saramago fue un gran escritor, de eso no hay duda. Por lo tanto, nada que objetar a todo lo bueno que se ha dicho, y por su puesto a su presencia en asuntos públicos, su palabra comprometida en los medios, su discurso a la vez pesimista y esperanzado. Ha muerto, y es una lástima. Pero creo que se está sacando de quicio el asunto del trato que las instituciones canarias han dado al escritor en su muerte. Recibió el homenaje de los vecinos de Tías y de todo Lanzarote en una biblioteca con su nombre, que es lo máximo que puede hacerse con un escritor, y fue a presentar sus respetos al fallecido la Consejera del área de Cultura del Gobierno de Canaria, además de otros representantes públicos de Lanzarote.
aabsDSCN3199.JPGNo acudió el Presidente del Gobierno, es cierto, ni a Lanzarote ni al funeral de Estado de Lisboa. Y de ahí viene la crítica que yo no entiendo. Saramago era un escritor afincado en Lanzarote, era Premio Nobel, y se le tenía afecto humano. Y era Medalla de Oro de Canarias y Premio Canarias en la modalidad de Intenacional. Hemos visto cómo han fallecido muchas figuras que eran Premios Canarias o Medallas de Oro y, que yo sepa, nunca se decretó luto oficial en Canarias por ello. Es cierto que Saramago tenía proyección fuera de aquí, pero también la tuvieron Rumeu de Armas, Alfredo Kraus y otros Premios Canarias. Y nunca hubo luto oficial, sino una nota de pésame, una corona y la asistencia del responsable del Gobierno en el área en la que destacó el finado. El Presidente no suele ir a los velatorios y los entierros de los Premios Canarias, a veces sí lo ha hecho alguno tal vez por amistad personal con el fallecido, pero no es lo habitual. Sin ir más lejos, hace unos meses nos han dejado dos grandes de la literatura canaria del siglo XX, Rafael Arozarena y José María Millares, no hubo luto oficial, y nadie se molestó por ello, al menos públicamente.
Yo no defiendo las costumbres del Gobierno de Canarias para estos casos, lo que sí digo es que, si se hubiera decretado luto oficial por Saramago, se habría hecho un agravio comparativo con nuestros personajes desaparecidos, cuya muerte tal vez no fue noticia de primera página en Madrid y el extranjero, pero que hicieron una labor literaria, científica, investigadora o artística de gran valor. Dado que no existe un protocolo oficial sobre el asunto, es la costumbre la que manda, y a Saramago se le rindieron los mismos honores que a cualquier otro Premio Canarias. Ir más allá es meterse en el run-rún mediático, porque Saramago, por su vinculación con Canarias, merece lo mismo que Arozarena, Millares, Lezcano, Padorno o Rumeu, pero no más. Y ya que se ha producido la polémica, tal vez se debiera redactar ese protocolo para que no hubiese dudas y confusión, que es lo que permite distintas interpretaciones.