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Una cita con Agaete

ZLIBRO-JOSE.JPGAgaete es tan especial que allí han colocado las puertas del cielo. Es un lugar mágico, como si la tierra, el mar y el cielo confluyesen en un espacio que no se puede explicar pero se puede sentir. José Antonio Godoy es un agaetense que presume de serlo (yo también presumiría si fuese de Agaete), y ha dedicado su vida a muchas cosas, todas importantes y generadoras de mejoras de la gente. Ha indagado casi sin darse cuenta en las raíces de una sociedad como la de Agaete, y todo ese conocimiento, repartido en docenas de trabajos, es como una crónica singular, personal y colectiva.
Ahora, por fin, se ha decidido a poner en un libro buena parte de ese conocimiento, que también es común a todos los canarios, y lo hace desde la altura de quien puede ver el mundo desde mucha distancia. Agaete es un pueblo, pero la mirada de José Antonio Godoy vuela muy alto y explica el devenir de unas gentes que han conformado una sociedad diferente, admirable, única. Este libro ha sido publicado por Radio ECCA y el Ayuntamiento de Agaete y su presentación será esta noche, a las nueve, nada menos que en el Huerto de las Flores, un lugar emblemático donde los haya, bajo el frescor de los flamboyanes y regado con el aroma del árbol del alcanfor.
Zcara-JOSE.JPGEl libro tiene por lo tanto un nombre vegetal: A la sombra del flamboyán, y un subtítulo no menos sugestivo: Agaete de rama en rama. Es La Rama, con mayúscula, la esencia del alma de Agaete, donde, dicen, tiras un cacharro al suelo y con su sonido la gente se pone a bailar. Pero Agaete es mucho más, es una historia que se ha ido labrando con trabajo, sufrimiento y talento. Agaete es distinto, no en vano en ese huerto y en ese valle nuestro ilustres poetas Alonso, Tomás y Saulo, los tres mosqueteros con Domingo Rivero como D’Artagnan, forjaron muchos de sus mejores versos.
Por lo tanto, Agaete es poesía, y la poesía es la respiración de los hombres, por eso Agaete es tan singular. En el libro de José Antonio Godoy respira el alma de Agaete, y hay que leerlo con el mismo esmero que, gota a gota, lo ha ido destilando su autor durante años, porque es una crónica del alma de de una sociedad, más allá de fechas y datos. Es la visión de un hombre que ha visto el mundo con los ojos de Agaete, o tal vez Agaete con los ojos del mundo.

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Los cien años de Torrente Ballester

Manuel Rivas, uno de los escritores gallegos más reconocidos en los últimos años, insiste y persiste en hablar siempre de Cunqueiro, de Valle-Inclán, de Torrente Ballester, incluso de Cela, cuando se refiere a la prosa. Rosalía es su bandera cuando habla de poesía. Y es que Rivas se mira en los prosistas gallegos, escribieran en castellano o en lengua galaica, y algo deben tener cuando en castellano alcanzan cotas tan excelsas como las de Valle, Cela (aunque no me caiga simpático) y el propio Torrente.
Posiblemente algunos escritores gallegos han escrito en castellano buscando mayor difusión de su obra, pues han visto cómo prosistas excepcionales del tamaño de Pla en catalán o el mencionado Cunqueiro en gallego nunca han tenido el reconocimiento del gran público. El caso es que esa raíz gallega se nota en el castellano de escritores de esa procedencia, y curiosamente los pone en el pelotón de cabeza de los que mejor manejan el idioma.
z torrente 1.JPGEste 2010 es el año del centenario de Gonzalo Torrente Ballester, un escritor que cultivó muchos géneros, desde la crítica al teatro, el periodismo e incluso la poesía. Pero Torrente es ante todo un narrador de primer orden, una pluma de una potencia narrativa como pocas en la España del siglo XX. Siempre estuvo al margen de ese mano a mano mediático que se había establecido, sin quererlo uno y queriéndolo el otro, entre Delibes y Cela. Don Miguel era la discreción y el trabajo continuo, Cela practicaba el esperpento valleinclanesco en sus apariciones públicas, y cuanto mayor era su denuedo en epatar, más se resentía su prosa, que tuvo su cima en los primeros años de su carrera.
Torrente aparecía siempre como un tercero en discordia, que no era tal, porque a veces se le adelantaban Goytisolo o la entrada brutal de los narradores latinoamericanos en los años sesenta, de la mano de Carmen Balcells y Seix Barral. Torrente seguía ahí, haciendo su obra, como un albañil al que el frío y el calor no le afectan, y cerrando ciclos que hoy son referencia en nuestra literatura, como el de Los gozos y las sombras, que conocimos a gran escala a través de la adaptación que hizo la televisión.
Hay luces y sombras en los primeros años de la biografía del escritor, pero lo cierto es que no hay acuerdo sobre cuando entró a formar parte del grupo de los cercanos al falangismo del Cara al Sol. Uno le atribuyen incluso algún verso de ese himno, otros simplemente aseguran que era amigo de Ridruejo, pero el dato que más me interesa es que cuando publicó en 1943 la novela Javier Mariño la censura se cebó con ella. Se ha dicho que es una novela apologética del falangismo, pero no es cierto, es un retrato de un personaje acomodaticio que ve con gran ironía el régimen de entonces. Esto, claro, le cerró muchas puertas, y así nunca pudo llegar a una cátedra universitaria, tenía el estigma de contestatario, y desde luego sufrió en algún momento la presión del franquismo hasta el punto de que hubo un tiempo en que se tuvo que marchar de España.
z torrente 2.JPGDe manera que, hay que andarse con cuidado cuando se tilda de falangista a Torrente, y así, de un plumazo se le trata de hacer cómplice de un régimen del que él abominó muy pronto. Nadie es completamente culpable ni totalmente inocente, y Torrente Ballester es un escritor que atravesó un siglo muy convulso de la historia de España, y por ende de su literatura, y siempre dijo lo que creyó necesario, aunque ello le costara el silencio en algunas etapas de su vida, que sus últimos años transcurrieron en Salamanca y recibió todos los grandes premios a que fue merecedor. Lo impresionante de la obra de Torrente Ballester es esa hiperactividad que tuvo durante su larga vida, lo que lo convierte en uno de los autores de obra más extensa en la literatura española del siglo XX.
Una de las actividades menos conocidas de Torrente fue su vinculación con el teatro. Autor de una docena de obras importante, tiene una dilatada actividad como crítico teatral, hasta el punto que, durante décadas, una obra no triunfaba del todo en Madrid si no conseguí los parabienes de López Sancho, Haro Tecglen y Torrente Ballester, generadores de opinión y responsables de la consagración o el infortunio de autores y obras en los escenarios madrileños.
Cuando hablamos de Torrente Ballester estamos por lo tanto ante una de las plumas más ilustres del siglo XX español. Participó en cuantos movimientos se cruzaron en su camino a lo largo de su vida, anclado en un recio clasicismo pero abierto a las nuevas formas. Prueba de ello es el atrevimiento de escribir un libro tan osado como La Saga-Fuga de JB, posiblemente el último y más grande intento de dinamitar la estructura de la novela clásica, una impactante irrupción que puso contra la pared a todos los experimentalistas que lo daban por desfasado. Lo cierto es que, después de esta obra, los experimentos cesaron, porque ya no se podía ir más allá, de la misma forma que después de El Quijote ya no fue posible hacer con fortuna libros de caballerías.
Conviene volver sobre la obra de Torrente, uno de los estilistas del idioma, que se movió desde la humildad pero que siempre fue un osado con la pluma. Nunca se paró en lo que tenía éxito, siempre intentaba otra cosa, e hizo muchas, y dejó por ello una vasta y certera obra literaria.
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(Este trabajo fue publicado ayer en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7)

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El mito literario del Valbanera

La emigración canaria a Cuba en la segunda década del siglo XX forma parte de nuestra memoria colectiva, pues si siempre hubo comunicación con el Caribe desde el primer viaje de Colón, la masiva emigración de aquellos años creó una mítica que ha tenido resaca en la vuelta, pues se materializa en nuestro folclore y muchas costumbres culinarias y de todo tipo. El indiano es otro de eso mitos, que se ve en los carnavales y hasta existe una fiesta, la de los Indianos, que se celebra cada año en el pago de Las Lagunetas, en el centro de la isla de Gran Canaria.
Pero de todos los mitos relacionados con la emigración canaria, ninguno tan fuerte como el Valbanera, un barco lleno de emigrantes que naufragó frente al puerto de La Habana en 1919. Décimas, coplas y romances hacen alusión a tan terrible desgracias, y desde los años inmediatamente posteriores al hecho, el Valvanera es el gran mito marinero de Canarias, aunque nuestras islas son pródigas en mitos relacionados con el mar y los barcos, no en vano estamos en una de las rutas más transitadas del planeta. Historias de piratas, naufragios legendarios y desapariciones misteriosas forman parte de nuestra historia y también de la mitología, que ha dado lugar a una recia memoria en la cultura popular, a expresiones literarias y a representaciones artísticas de todo tipo, desde la pintura al teatro.
avalbanera[2].jpgEn este mes de julio se hacen en Arucas unas representaciones sobre el naufragio del Valbanera por la Asociación Salsipuedes. En el anuncio de estos actos dice: «Durante la primera quincena de julio, y con un total de cuatro representaciones, Salsipuedes pondrá en escena una de las historias de este casi olvidado, pero merecedor de ser contado, infortunio». Me parece una hermosa iniciativa, aunque no estoy de acuerdo en que sea un episodio olvidado, porque el naufragio del Valbanera es uno de los mitos más arraigados en la memoria colectiva canaria, porque no se remite a tiempos lejanos como ocurre con las leyendas guanchescas, sino a una época inmediatamente anterior a la nuestra, pues mucha gente que aún vive conoció a personas que viajaron en ese barco, o a descendientes de otros que desafortunadamente iban en él el día que zozobró.
Todos los veranos el Valbanera, un buque de la naviera Pinillos, viajaba, en una ruta que comenzaba en Barcelona, recogía pasajeros en varios puertos levantinos, llegaba a Canarias y aquí tocaba casi siempre los puertos de La Luz, Tenerife y La Palma. En el viaje del verano de 1919, el barco zarpó de Las Palmas el 18 de agosto, y debía llegar a La Habana a mediados de septiembre, después de tocar puerto en Santa Cruz de La Palma, San Juan de Puerto Rico y Santiago de Cuba. Más de mil personas se hacinaban en un barco de 121 metros, la tercera parte de largo del Titanic y un quinto del tonelaje de aquel. El Valbanera llegó por fin a Santiago de Cuba, donde al parecer solía hacer largas escalas de hasta una semana. Cuenta la leyenda popular, que hubo alguno que bajó en Santiago, se encontró a un amigo, se metió en copas, y como no debió calcular bien los días y las horas, cuando llegó al puerto para reembarcar hacia la otra punta de la isla donde estaba La Habana, el Valbanera había zarpado.
En el transcurso de la travesía entre Santiago y la capital cubana, se levantó un ciclón. El Valbanera se hundió frente al puerto habanero, pero la imaginación indiana dice que el ciclón levantó en peso al paquebote y que desde el malecón se le vio salir volando hacia Florida. También dicen que algunos trozos del barco fueron encontrados en Cayo Ciego, muy lejos del lugar del desastre. Lo cierto es que la marina norteamericana afirma que los restos están hundidos en el Bajo de la Media Luna, lo que deja en imaginación la historia del vuelo del navío. Incluso, parece que el comandante de un barco de guerra americano vio el naufragio hacia las once de la noche del 9 de septiembre.
avalbanera[1].jpgEs evidente que Las Islas Canarias se conmovieron con el suceso. Se dijo que murieron mil canarios, aunque la naviera aseguró que sólo fallecieron cuatrocientos. En cualquier caso, muchos que llevaban billete hasta La Habana se salvaron porque no subieron al barco después de la escala en Santiago. Hay quien no cree en la casualidad sino en la imprudencia, ya que un huracán de aquella fuerza debía de haber sido anunciado, y por eso los más prudentes prefirieron quedarse en tierra firme. Pero todo eso queda al albur de la leyenda, porque datos reales sólo hay los suministrados por la naviera y los que constan en los cuadernos de bitácora de los barcos de guerra norteamericanos que afirman haber visto el naufragio, cosa que es complicada de creer, porque no se explica cómo los buques yanquis no naufragaron si estaban en el ojo del huracán.
Hay que felicitar y animar investigaciones e iniciativas como la que aquí comentamos, porque nos devuelven parte de nuestra historia como sociedad, que es en buena parte mítica, como corresponde a unas islas que flotan en el mar en el que se perdió San Brandán. Las historias marineras en Canarias son muchas tanto en cuanto a piraterías -ahí está la obra magna de Rumeu de Armas- como en lo popular, como los episodios recogidos en la obra teatral de Cirilo Leal alrededor del cambullón, que es una consecuencia de nuestro destino atlántico.

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(Este trabajo fue publicado en el suplemento Pleamar de la edición impresa de Canarias7 del pasado miércoles)