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Más lecturas de verano

Se suele decir que es en verano cuando más se lee, pero seguramente no es verdad, porque hay buen tiempo y la gente está mucho en la calle y con amigos, que es una costumbre muy saludable. En otros ámbitos parece ser que sí, que es el verano el momento de la literatura. En Francia, por ejemplo, los grandes lanzamientos se hacen al final de la primavera y los grandes nombres están en el mercado estival con sus últimas obras, algo similar a lo que ocurre aquí en otoño, pero el mercado español mira más hacia la Navidad y luego hay un repunte en abril con motivo del Día del Libro y las ferias. Releer es una actividad que viene bien, porque siempre se aprende de una gran obra y de los grandes autores, sean clásicos o contemporáneos.
zzzsFoto0079.JPGHubo un tiempo en que casi todos los verano releía Cien años de soledad, pero ya me agota porque siempre me abruma lo que falta por suceder. Por eso no entiendo muy bien a esos especialista de los llamados libros sagrados de la literatura. Les juro que he leído El Quijote, pero volver otra vez sobre él me resulta muy cansado. Por lo pronto, estoy releyendo a Jorge Semprún y a Carmen Martín Gaite, dos plumas que unen a la literatura un pensamiento muy rico. Iba a releer El Crimen y el castigo, pero me entró miedo, porque no me siento capaz de liarme con la psicología profunda. Tengo la tentación de seguir el consejo que me dio Rubén Benítez Florido, compañero bloguero de Canarias7, y volver ahora sobre Así habló Zaratustra. Lo leí en su momento y me impactó, pero con la experiencia seguramente tendrá otra lectura. A ver si me animo.

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Lecturas de verano

Tradicionalmente dejamos para verano los libros gordos, para leer en la hamaca o en las horas muertas. El problema es que ahora todos los libros son grandes. Parece que si una novela no es muy extensa no puede convertirse en un clásico, y la historia no dice eso.
zzstefan-zweig-marc3ada-antonieta[1].jpgHay en efecto novelones que forman parte de la historia de la literatura, desde Guerra y Paz a Fortunata y Jacinta, pero no es menos cierto que novelas de pocas páginas también están en el cuadro de honor: Pedro Páramo, La perla, El extranjero, Carta de una desconocida… Recuerdo que dejé para verano El nombre de la Rosa, la trilogía de la familia del Valle de Isabel Allende o me discipliné para leer de cabo a rabo El Ulises de Joyce (lo leí con esmero y sigue pareciéndome insufrible). La lectura de verano que recuerdo con mayor gozo es la biografía de María Antonieta escrita por Stefan Zweig, una maravilla, que se lee como una novela y que acabas administrando porque no quieres que se acabe. Siempre que me piden consejo para comprar un libro bueno y entretenido recomiendo a Zweig, nunca falla, porque aparte de novelas magníficas, es probablemente uno de los mejores escritores de biografías que conozco; y hay donde elegir: María Estuardo, Erasmo de Rotterdam, Paul Verlaine, Fouché, Dostoievski, Balzac, Casanova y, por supuesto, la estrella: María Antonieta. Hay más. Ahora acabo de leer un «tocho» de un afamado novelista español, aclamado por la crítica y que cuenta una historia en 400 páginas que a Hemingway le habría dado apenas para un relato no muy largo. Dicen los especialista que tiene una prosa profunda y envolvente, y a mí me parece que marea la perdiz. No les digo el autor, pero si les doy una pista: sus obras estaban entre los libros que Umbral tiraba a la piscina.

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Facundo Cabral: Si se calla el cantor…

«El diablo fue al mar,
a escribir la historia del mundo,
pero no había agua,
Dios se la había bebido»


Estos versos pertenecen al gran poeta, músico y cantor argentino Facundo Cabral, que ha sido asesinado a tiros en Guatemala. Vuelve a cumplirse la maldita paradoja de que las voces que más gritan contra la violencia y la injusticia son segadas injusta y violentamente. Facundo Cabral engrosa el triste listado de quienes pregonaban la paz y fueron acallados por el odio y la prepotencia, que hace creer a los hombres que son diosecillos dueños de las vidas de los demás. Desde Martin Luther King y Gandhi, hasta John Lennon y Roque Dalton, la violencia se volvió contra sus opositores. En cierto modo es hasta lógico, es el instinto del escorpión, porque los violentos no entienden otro lenguaje, como los perros solo saben ladrar. Facundo Cabral ha muerto asesinado, como Víctor Jara, como Jorge Cafrune.
zzzCabral[1].jpgLo conocimos primero en la voz de Alberto Cortez y luego en la propia, con ese fondo de guitarra pampeana que mantiene con arpegios el aire de la poesía más elevada, que es a la vez voz del pueblo enmudecido. Aprendió Cabral eso de Buenaventura Luna, Atahualpa Yupanqui, José Larralde y su amigo y mentor Jorge Cafrune. La vida personal de Cabral fue una carrera de obstáculos. Estaba predestinado a la soledad, tal vez por eso se compartía con el mundo. Nacido muy pobre, no habló hasta los nueve años y aprendió a leer a los catorce. Pero aprendió bien, leyendo a Borges y Whitman. No sabía si iba más lejos la montaña o el cangrejo (eso decía en una de sus muchas canciones), y en sus libros de poemas mezclaba lo más popular y folclórico con la cultura más sofisticada, como buen discípulo de Borges, maestro de estas y otras mixturas. Decía que se encontró con Dios en la figura de Jesucristo, pero también en la de Gandhi y en una mirada al mundo filtrada por la memoria del gran poeta de Manhattan: «Ama hasta convertirte en lo amado, es más, hasta convertirte en el amor». Entre la rabia y la impotencia, la muerte injusta de Cabral nos lleva a esa Latinamérica violenta, y es un muerto más como las dos docenas que hoy han caído en Monterrey, pero la muerte del poeta y cantor es también el asesinato de una voz que se prestaba a los amordazados. En realidad han disparado contra todas las personas de buena voluntad, contra la inteligencia y la sensibilidad, contra la esencia misma del ser humano.
«No soy de aquí, ni soy de allá», insistía, pero era porteño al fin y al cabo, pues fue a morir un 9 de julio, Día de la Independencia y Fiesta Nacional en Argentina. Es otra triste paradoja. El único consuelo que nos queda es que se puede matar a los poetas, pero nunca a la poesía. Seguiremos escuchando y leyendo al gran amigo del hombre Facundo Cabral, porque, como cantaba Horacio Guarany, «Si se calla el cantor, calla la vida».