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Parra, historia viva de Chile

Con el Premio Cervantes ocurre como con casi todos los reconocimientos oficiales a toda una vida: ni están todos los que son, ni son todos los que están. Se entrometen intereses de todas clases, desde los económicos a los políticos, además de que los grupos de presión también existen en la literatura a ese nivel. Clamaba al cielo que un poeta del tamaño, la influencia, la historia y el peso de Nicanor Parra no estuviese en el palmarés del premio, pues estamos hablando de uno de los grandes poetas de la lengua en el siglo XX, que lo atraviesa en primera fila desde la década de 1930.
Alguien sentenció que decir Parra es decir Chile, ese país que va desde el abrasador y reseco desierto de Atacama hasta el Canal de Beagle y más allá en el umbral del Ártico, frío, húmedo y peligroso. Una estrecha lengua de tierra andina que se mueve continuamente, como las palabras de los poetas, y que se echa a volar muy lejos, hasta llegar al centro del Océano Pacífico, a Rapa Nui, en el confín de lo incomprensible, y que lo comprende todo, como la poesía que es legítima. Nicanor Parra ha entendido ese Chile como metáfora del Universo, y forma parte de los escogidos por los dioses para comunicarlo a los humanos.
9719[1].jpgChile ha dado grandes poetas, muchos de ellos coetáneos, hijos todos de su padre y de su madre, cada cual con su camino: Pablo Rokha, Pablo Neruda, Gonzalo Rojas, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro… Y Nicanor Parra en todas las salsas. No es poco bagaje para la poesía chilena, dos Premios Nobel y dos Cervantes. Los Parra siempre fueron incómodos, para los regímenes conservadores y para los de izquierda, porque llevaban su ruta propia, y tanto Violeta como su hermano Nicanor no comulgaban con muchas prácticas de los progresistas, seguramente porque ellos lo fueron más que nadie, aunque siempre hay opiniones sobre la peculiaridad de la llamada «Peña de los Parra», santo y seña en el Santiago de Chile de finales de los años sesenta y primeros setenta, hasta que llegó el Pinochetazo.
Y es que Nicanor Parra es como el pórtico de una nación también muy peculiar. Ahora se habla de que es el creador de la llamada «antipoesía», pero en realidad Nicanor Parra era sangre en las venas chilenas en cada una de las muchas décadas que su vida y su poesía han transitado un siglo y parte de otro. Le han otorgado todos los premios habidos y por haber en nuestra lengua, los más sonoros, los más populares, los más elitistas, todos… Menos el Premio Gordo de la Lengua de Berceo, el Cervantes. Y a Chile, muy habitual en el listado de este premio, le han caído varios, pero se le adelantaron Rojas y Edwards, y Nicanor Parra siempre ahí, con 97 años, sirviendo de portada de la gran literatura chilena que por sus poemas llueve incluso sobre novelistas como Roberto Bolaño, un chileno-mexicano-catalán también muy peculiar.
Que Nicanor Parra no tuviese el Cervantes desde hace años era casi un insulto, porque es uno de esos nombres que están por encima de cualquier discusión, como ocurría en Canarias con José María Millares. Es como si en el cuadro de honor de ese premio faltasen Borges, Onetti, Paz… El Cervantes parece que trata de reivindicarse en los últimos años, pues en el anterior premiaron a Ana María Matute, una longeva escritora que también debía tenerlo desde hace décadas. Pero, como dicen en mi pueblo, nunca es tarde si al final llueve. Y, aunque ya casi oscurecido, ha diluviado con justicia un premio literario para un hombre que es más que un poeta, es la historia viva de Chile.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del 2 de diciembre)

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Luis Junco

aacubierta VIEJAS CARTOGRAFIAS ok.JPGHace un cuarto de siglo fui premiado ex-aequo junto a Luis Junco en un premio de novela, curiosamente la segunda de cada uno de los dos. Desde entonces, Luis ha ido publicando despacio, haciendo una obra muy sólida que se compone de varias novelas y varios libros de relatos, género que ha cultivado profusamente hasta el punto de que es junto a Dolores Campos-Herrero el autor canario de su generación que más cuentos ha publicado. Cuando nos premiaron, Luis andaba por Madrid, y desde alli miraba las estrellas, ya que por algo estudió Astronomía. Ahora vive en Santa Brígida seguramente porque Madrid se le hizo pequeño y las estrellas están más cerca en suelo satauteño. Acaba de publicar una novela, Viejas cartografías de amor, que sigue el hilo de la anterior, y pone un eslabón más a la cadena de una obra que se ha ido construyendo sin prisas pero con un claro destino: ser literatura. Luis Junco avanza sin ruido, tal vez porque ese es su carácter, no sólo como novelista sino como hombre. Una nueva obra suya es siempre una piedra resistente en la pared de carga de la literatura de esta tierra. Saludo su publicación y recomiendo su lectura.

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Poetas

Hace veinte años escribí estos versos, que ni siquiera recuerdo si publiqué en alguna parte. El caso es que al leerlos, en hoja volandera perdidos en medio de un libro, vi que eran más versos de periodista que de poeta. Tampoco recuerdo qué había sucedido que tanto me cabreó, pero siempre hay razones poéticas para indignarse contra quienes prostituyen la literatura. Hoy también. Estos son aquellos versos:
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Ayer la poesía divisaba la aurora,
fue primer corazón que lastima la guerra,
hoy puede ser reloj que detuvo su hora,
vendido en el burdel que al dinero se aferra.
Se reparte la gloria, se cambian los honores,
se premia lo premiado y llueven las medallas,
muere la poesía en batallas de flores,
y la entierran envuelta en toga de canallas.
Quizá el pueblo que paga y tiene sentimientos,
desconfíe de los vates, falsos anacoretas,
pero como no escucha voces de descontento,
cree a los poetas dioses, chamanes o profetas.
Y al poeta sincero le han puesto una mordaza,
que aprietan quienes dicen amar la poesía,
poetas de casino, cada verso una baza,
venden lo más sagrado en vulgar simonía.
El poeta es el grito que libera la tierra,
dijo Agustín Millares, unánime poeta,
pero todo ha cambiado en esta vida perra,
y hoy poeta es el listo que se traza una meta.
El dios de los poetas, el mayor de La Tierra,
tendrá cara de amianto, qué digo cara: ¡jeta!