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Si le digo le engaño

z187849_2705284_n[1].jpgLlevamos unos cuantos años repitiendo que la narrativa en Canarias pasa por un momento muy fértil, pero es verdad, porque salen excelentes novelas y tenemos una nómina de autores muy consolidados y que están en su apogeo, por lo que entiendo que están en disposición de dar mucho más todavía. A Víctor Conde, Santiago Gil, Alexis Ravelo, Víctor Alamo de la Rosa, José luis Correa, Angeles Jurado, Antonio Lozano, Marisol Llanos y otros y otras que llevan más años o que acaban de llegar, se suma de nuevo Carlos Alvarez, que ya es un viejo rockero en el cuento y la novela, pero que llevaba algunos años transitando otros caminos más cercanos al mundo audiovisual. Ahora nos entrega una novela que ya en su título tiene un sentido de la ironía muy claro, Si le digo le engaño, y que se urde a través de una historia rocambolesca en la que la casualidad o la suerte (vaya usted a saber si buena o mala) colocan a dos personajes en una tesitura moral muy curiosa. El dinero fácil a la vez que peligroso cambia la vida de estas personas y eso da pábulo a que nos hagamos preguntas más profundas, sin que por ello la novela pierda el paso de un suspense que circula con extraordinaria rapidez. Carlos Alvarez se une así a esa eclosión de novelas detectivescas, de acción o de intriga que, no sé por qué, se empeñan en llamarlas «negras», pero eso ya no es cosa de los novelistas. Y lo hace a su manera, con una distancia en la que el humor (esta vez sí que es negro) juega un papel importante en el transfondo de la construcción de la historia. Un buen libro en definitiva, que, como los de los otros autores mencionados y algunos más puede ser una buena disculpa para comprar en esta semaña en la que a veces no sabemos qué regalo hacer a las personas cercanas. Este es un buen regalo en un magnífico envoltorio.

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Ponga un canario en su biblioteca


z2canarios-amarillos-istock[1].jpgSoy parte interesada, lo sé, pero en estas fechas, cuando uno de los regalos más frecuentes es un libro, entiendo que la gente se vaya a las pilas de Ruiz Zafón, Vázquez Figueroa, Pérez-Reverte o los premios Planeta, los grandes bet-sellers y, por supuesto, los clásicos. Es una manera de asegurarse de que se va sobre lo seguro, y con los clásicos es verdad, no tanto con los libros vendidos por kilos, pues el éxito no asegura la calidad. Creo que siempre habrá un hueco para los libros de autores canarios, que los hay muy interesantes y en todas las vertientes de la literatura. Alexis Ravelo hace lo mismo en su blog (le copio la foto), y yo me sumo a su proclama, porque para tener una mente abierta hay que conocer lo que fuera y lo de aquí. La literatura es la que va levantando acta de la idiosincrasia de los pueblos, y por eso no podemos obviar lo que se escribe en Canarias, donde, por supuesto, hay bueno, malo y mediopensionista, como ocurre con todo. He tenido en mis manos libros de gran éxito de critica, premiados en el extranjero y leídos a mansalva, y luego sucede que en realidad son flojitos pero con un gran soporte publicitario. Hay otros que sí, que responden a las expectativas. Y esa es otra, cuando se regala un libro hay que pensar en quien va a leerlo, porque puede ser muy bueno pero si el lector no es aficionado a ese género o si trata un tema que viene mal traído por su historia personal, hemos patinado. En realidad, no es tan sencillo elegir qué libro regalar. Los autores lo tenemos más fácil, porque obsequiamos un ejemplar de nuestra última criatura y ya está. Aunque, la verdad, no suelo regalar libros míos. El caso es que es importante no olvidarse de los libros de autores canarios, que en las grandes superficies están casi siempre junto a los de cocina y bricolage, pero aun así los hay muy buenos.

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Parra, historia viva de Chile

Con el Premio Cervantes ocurre como con casi todos los reconocimientos oficiales a toda una vida: ni están todos los que son, ni son todos los que están. Se entrometen intereses de todas clases, desde los económicos a los políticos, además de que los grupos de presión también existen en la literatura a ese nivel. Clamaba al cielo que un poeta del tamaño, la influencia, la historia y el peso de Nicanor Parra no estuviese en el palmarés del premio, pues estamos hablando de uno de los grandes poetas de la lengua en el siglo XX, que lo atraviesa en primera fila desde la década de 1930.
Alguien sentenció que decir Parra es decir Chile, ese país que va desde el abrasador y reseco desierto de Atacama hasta el Canal de Beagle y más allá en el umbral del Ártico, frío, húmedo y peligroso. Una estrecha lengua de tierra andina que se mueve continuamente, como las palabras de los poetas, y que se echa a volar muy lejos, hasta llegar al centro del Océano Pacífico, a Rapa Nui, en el confín de lo incomprensible, y que lo comprende todo, como la poesía que es legítima. Nicanor Parra ha entendido ese Chile como metáfora del Universo, y forma parte de los escogidos por los dioses para comunicarlo a los humanos.
9719[1].jpgChile ha dado grandes poetas, muchos de ellos coetáneos, hijos todos de su padre y de su madre, cada cual con su camino: Pablo Rokha, Pablo Neruda, Gonzalo Rojas, Gabriela Mistral, Vicente Huidobro… Y Nicanor Parra en todas las salsas. No es poco bagaje para la poesía chilena, dos Premios Nobel y dos Cervantes. Los Parra siempre fueron incómodos, para los regímenes conservadores y para los de izquierda, porque llevaban su ruta propia, y tanto Violeta como su hermano Nicanor no comulgaban con muchas prácticas de los progresistas, seguramente porque ellos lo fueron más que nadie, aunque siempre hay opiniones sobre la peculiaridad de la llamada «Peña de los Parra», santo y seña en el Santiago de Chile de finales de los años sesenta y primeros setenta, hasta que llegó el Pinochetazo.
Y es que Nicanor Parra es como el pórtico de una nación también muy peculiar. Ahora se habla de que es el creador de la llamada «antipoesía», pero en realidad Nicanor Parra era sangre en las venas chilenas en cada una de las muchas décadas que su vida y su poesía han transitado un siglo y parte de otro. Le han otorgado todos los premios habidos y por haber en nuestra lengua, los más sonoros, los más populares, los más elitistas, todos… Menos el Premio Gordo de la Lengua de Berceo, el Cervantes. Y a Chile, muy habitual en el listado de este premio, le han caído varios, pero se le adelantaron Rojas y Edwards, y Nicanor Parra siempre ahí, con 97 años, sirviendo de portada de la gran literatura chilena que por sus poemas llueve incluso sobre novelistas como Roberto Bolaño, un chileno-mexicano-catalán también muy peculiar.
Que Nicanor Parra no tuviese el Cervantes desde hace años era casi un insulto, porque es uno de esos nombres que están por encima de cualquier discusión, como ocurría en Canarias con José María Millares. Es como si en el cuadro de honor de ese premio faltasen Borges, Onetti, Paz… El Cervantes parece que trata de reivindicarse en los últimos años, pues en el anterior premiaron a Ana María Matute, una longeva escritora que también debía tenerlo desde hace décadas. Pero, como dicen en mi pueblo, nunca es tarde si al final llueve. Y, aunque ya casi oscurecido, ha diluviado con justicia un premio literario para un hombre que es más que un poeta, es la historia viva de Chile.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del 2 de diciembre)