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En la muerte de Esther Tusquets

zzetpic[3].jpgLa Gauche divine catalana tomó carta de naturaleza en los años sesenta del siglo pasado, cuando Carlos Barral capitaneaba a una serie de vástagos de la alta burguesía que se había vuelto rebelde contra su mayores, aunque finalmente siguieron su estela de dominadores de la sociedad catalana. Esther Tusquets forma parte de esta larga nómina, que como un designio desembocó en los diversos frentes políticos, sociales y económicos para hacer real el aserto de Lampedusa: cambiar algo para que todo siga igual.
En los años sesenta lo que cambiaron fueron las formas, y esto lo ha contado Esther Tusquets en uno de sus libros más celebrados y más castigados, El mismo mar de todos los veranos. Los niños de la alta burguesía se repartirían primero la clandestinidad y luego la democracia en todos los frentes (Solé Tura en el PCE, Maragall y Serra en el PSOE, Pujol en CIU), el caso es que, ganase quien ganase siempre gobernaban ellos, y así sigue siendo. Hace un siglo se repartieron hasta los equipos de fútbol, los laneros del Vallés crearon el Sabadell, los sederos de Sarriá el RCD Español y los algodoneros del Ensanche el Barça. Entre todos construyeron el gran modernismo catalán, el Palau de la Música o el Liceu.
zzpalaumusica[1].jpgEsther Tusquets cifraba en poco más de veinte las familias que llevan dos siglos controlando Cataluña. Ella pertenecía a una de ellas, y aunque díscola en las formas, finalmente encontró dinero familiar para fundar Editorial Lumen, y se hizo de oro cuando esta editorial compró a precio muy bajo los derechos de El nombre de La Rosa que nadie quería. Fue escritora comprometida con el feminismo y con la izquierda, buena prosista en castellano, como todos sus congéneres de clase y algunos que venían de abajo y que se sumaron al club, como Vázquez Montalbán y Terenci Moix.
Su papel como editora a menudo se relaciona con la editorial que lleva su apellido, pero no, esa es otra historia, porque Esther Tusquest es el alma y el motor de Lumen. Fue innovadora y se marcha cuando coge al sector en pleno cambio, cosa que en lugar de crearle problemas a ella la estimulaba. La digitalización de los libros pudo haber tenido en ella un adalid, pero se ha ido, y las letras catalanas en castellano y el pensamiento postmodernista catalán han perdido a una de sus grandes valedoras. Fue una gran mujer, una gran escritora y una osada editora. De esas ya casi no quedan. Descanse en paz.
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(Este trabajo fue publicado el martes 24 de julio en la edición impresa de Canarias7)

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Homenaje a García Lorca

En el Museo Poeta Domingo Rivero se celebró un recital dedicado a Federico García Lorca. Con el respaldo del propio Museo y la Fundación Nace, ha surgido una antología de poemas que poetas canarios dedicaron a García Lorca. El libro y el acto han sido coordinados por Javier Cabrera. Además de las los versos leídos, pudimos escuchar a Lorca en las voces de Enrique Morente y Leonard Cohen. Y es que Federico es el paradigma de la poesía y de la contradicción, pura alegría en la vida y un fondo oscuro (para él la muerte es verde) que debió funcionar como presagio. Para mi gusto (y es muy personal, como todos) conozco poetas tan grandes como Lorca, pero no más, porque llegó a la cima de la poesía.
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Como escribí en otra parte, esa noche terrible del barranco de Víznar, Doña Rosita, Antoñito el Camborio, las hijas de Bernarda Alba, todos, a Federico lo dejaron solo frente al «río de leones» del odio y la intolerancia. Pero anoche Federico no estaba solo, estaba rodeado de poetas.

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El calor como disculpa

Cada vez que anuncian una ola de calor me acuerdo del señor Meursault, el protagonista de la novela El extranjero, de Albert Camus. La leí por primera vez en El Sahara, un día en que hacía una guardia de polvorín, donde las horas se hacían eternas, y el calor era terrible. La novela es corta, y cuenta la historia de un hombre al que todo le era indiferente, no le afectaba ni siquiera la muerte de su madre. zcalor[1].jpgEntre sus muchas indiferencias, un día disparó a un hombre en una ardiente playa argelina, y lo hizo varias veces, hasta asegurarse de que estaba muerto. No sabía quién era la víctima, ni había razones para que él le disparase. No se defendió en el juicio, su único argumento es que hacía mucho calor. Camus, como gran novelista que es, plasma el agobio sofocante del calor en la escena, aunque cuando la leí no hacía falta mucho para sentir que el aire me quemaba en la cara. Muchas veces me he preguntado si esa sensación de calor insoportable que salía de las páginas de El extranjero habría sido tan real si hubiese leído la novela por primera vez durante un día de invierno crudo en Tejeda. Ahora no es posible experimentarlo porque en mi mente esta novela está relacionada con el calor, y no sé si es por la prosa de Camus o por los 45 grados que había cuando la leí por primera vez. Muchas veces he visto relacionar el calor sofocante con la tendencia al crimen; no es el caso, Meursault aludió al calor, pero disparó contra aquel hombre porque todo le era indiferente, incluso el calor. Raskolnikof, el personaje de El crimen y el castigo, mató a hachazos a su vecina un gélido y nevado día de invierno ruso. Nada que ver el instinto destructivo con la temperatura.