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Libros canarios

Al empezar a escribir, caigo en la cuenta de que hoy es 12/12/12, que no deja de ser una combinación numérica arbitraria aunque curiosa. Pero hoy quería incidir en el gran momento de nuestra narrativa, y eso, que es muy bueno, a veces nos coge a contrapié. Eso me está pasando ahora con las nuevas novelas de nuestros narradores y narradoras, que salen todas a la vez y como te descuides te pasan por encima sin tiempo de hacer una reflexión seria sobre cada una de ellas. Tengo sobre mi escritorio las más recientes publicaciones de María Jesús Alvarado (Sorimba), Alexis Ravelo (Morir despacio), Santiago Gil (Yo debería estar muerto) o Elio Quiroga (El despertar), que son géneros distintos pero todas con la garantía de la solvencia demostrada por sus autores. Por eso, para dar noticia de su existencia, escribo esta especie de acuse de recibo.
xx1234r.JPGAunque sé que trataré de hacerlo, no prometo entrar en todas detenidamente, porque entiendo que hacer crítica literaria seria no es despachar a vuelapluma la repetición de lo que dicen las solapillas. Tengo la mala costumbre de leer detenidamente las novelas antes de hablar de ellas, y todas las novelas importantes -estas lo son- tienen siempre una retranca y un doble fondo que suele ser lo más interesante. Eso sí, de momento las recomiendo vivamente.

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Acuerdo unánime de todos (?)

zpFoto0508.JPGDon Fernando Lázaro Carreter no solo era un malabarista de la gramática sino uno de sus inspectores más agudos, y ponía las multas con un sentido del humor extraordinario. Escribió una serie de artículos que publicó bajo el título genérico de El dardo de la palabra, que luego salió en libro y es un derroche de sabiduría y una manera de pasarlo bien aprendiendo. Eso solo saben hacerlo los maestros, y recomiendo esa lectura porque todos cometemos errores que no pensamos que lo sean, llevados a menudo por la inercia del habla cotidiana. Quienes más riesgos corren son los que tienen que improvisar debido al medio, sea en una emisora de radio o en la tarima de un profesor, que a pesar de serlo no están libres de meter la pata. Hay un espacio en la SER que es una especie de policía del lenguaje y que capitanea Isaías Lafuente. Sigue la estela de Lázaro Carreter y hay que decir que se aprende mucho al poner en la picota los errores que cometemos, siempre con humor y sabiendo que a eso no escapa nadie, lo mismo que a las erratas en las publicaciones. Errores puntuales son frecuentes, debido a las prisas, pero ya empieza a ser más grave cuando se reincide y hasta se crea escuela, como sucede con la expresión «vacío de contenido» que se usa hasta el cansancio sin pararse a pensar qué se dice, porque si algo está vacío es precisamente porque carece de contenido. Y este post lo escribo estimulado porque esta mañana en una información radiofónica el reportero decía que en un asunto municipal se había llegado «al acuerdo unánime de todos». Y no me extrañaría que en este trabajo que glosa los errores de lenguaje hubiera alguno agazapado. Suele suceder, porque el error lingüístico es como una sombra fantasmal con muy mala leche.

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Cervantes al escritor total

Otorgarle el Premio Cervantes a José Manuel Caballero Bonald es un acto natural, porque es uno de los grandes literatos en nuestra lengua; y al utilizar el término literato me refiero a que no es solo un gran poeta, un magnífico novelista, un ensayista profundo, un articulista mordaz o un memorialista inteligente. No. Es un gran escritor en cualquier género, y ha tenido la fortuna de que así se le ha reconocido desde el principio. Esto, que parece lógico, no es frecuente, porque Vázquez Montalbán fue un excelente poeta y siempre fue un novelista que escribía poemas, Eduardo Mendoza es un magnífico autor teatral y tiene la imperecedera etiqueta de novelista, Luis García Montero o Luis Antonio de Villena son reconocidos poetas que por lo visto como pasatiempo de fin de semana escriben algunas novelas.
Esa escritura total reconocida se da pocas veces, y un caso paradigmático, y también escaso es el de Caballero Bonald, en que literatura ha hecho de todo y bien, se ha internado en distintos caminos poéticos con acierto, ha contado medio siglo de España al escribir sus memorias y en la novela, lo mismo ha hecho relato introspectivo (En la casa del padre), que novela de reivindicación ecológica (Ágata ojos de gato) o novela menos complicada con intenciones de llegar a muchos lectores, como cuando fue finalista del Planeta con Toda la noche oyeron pasar pájaros, una narración que toma el título de una frase del Diario de Colón y que cuenta una historia alrededor de viaje del Descubrimiento de América. Lo ha hecho todo y lo ha hecho bien, por eso podemos decir que estamos ante uno de los autores más completos de nuestra lengua.
zzxcvFoto0208.JPGPara muchos, ha tardado en llegarle el Cervantes; siempre tarda, o nunca llega. Hay grandes nombres que murieron o morirán sin alcanzarlo, pero eso es lo de menos. Ahora Caballero Bonald no es más grande que ayer, hace mucho tiempo que es reconocido como uno de los escritores imprescindibles de nuestro ámbito; y sin perder ese gracejo jerezano, que es el colmo de la simpatía a mitad de camino entre Cádiz y Sevilla. Esa manera de mirar el mundo está en su literatura, si bien es capaz de rompernos los esquemas con poemarios tan particulares como Pliegos de cordel o Manual de infractores, o el atrevimiento de escribir una autobiografía en verso, como ha hecho recientemente en su libro Entreguerras.
Por lo tanto, el Cervantes ha llegado esta vez a tiempo de reconocer a un escritor total, que fue contemporáneo y cómplice de muchos movimientos y otros tantos grupos, pero que en realidad no perteneció a ninguno, tanta fue su pasión por la independencia hasta términos casi exagerados. Por eso hace muchos años que vive en su casa de la desembocadura del Guadalquivir, tal vez como reafirmación de su espíritu gaditano, sevillano y andaluz que piensa y escribe en el español que se habla desde Irún hasta Tierra de Fuego.
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(Este trabajo fue publicado en la edición impresa de Canarias7 del día 29 de noviembre)